Uriel Flores Aguayo

Se viven tiempos inéditos en la política mexicana; el cambio de Gobierno puede llegar a ser un cambio de régimen. Por el momento son cambios de formas y una constante proyección de símbolos. El movimiento liderado por Andrés Manuel Lòpez Obrador, que lo llevó a la Presidencia de la República, viene de lejos y le debe a él su consistencia y alcances. El eje y la esencia es él. AMLO es el principio y puede ser el final de su movimiento. En el caudal que se volvió la campaña electoral más reciente, río imponente de masas, grupos y liderazgos, sumaron de todo, incluso los extremos más curiosos: gente pobre y rica, magnates y campesinos, ex integrantes de todos los partidos y seguidores bien identificados, religiosos y Juaristas, etc.. En ese contexto es perfectamente lógico que se involucren los más variados perfiles, con sus grados en compromiso ideológico y ético. Que actualicen nuevos modos de hacer política es cuestión del ejercicio de Gobierno y del quehacer legislativo en todos los niveles. Por el momento los cambios todavía son discursivos y de forma.

No hay duda que lo poco que se haga en honestidad y eficacia será infinitamente superior al sexenio de Peña Nieto. Aún con símbolos y detalles lo poquito que se haga será lucidor y novedoso, con respaldo incluido, si se compara con la frivolidad y el derroche de la administración anterior. No tiene mayor chiste tener ese referente aunque debe reconocerse la actitud de cambio que se tiene en el Presidente y su Gabinete. En las Entidades federativas y los Municipios que gobierna el nuevo partido hegemónico es otro cantar y cuestión aparte. En los niveles locales no se observan cambios importantes en el ejercicio gubernamental y legislativo con las figuras de Morena; su presencia es más bien tradicional. No pasan de ocurrencias y réplica en caricatura de lo que haga o diga López Obrador.

Un asunto serio, que cuestiona la esencia del cambio prometido y operado en curso, es el retorno a las viejas prácticas del poder: presidencialismo, borrado de la división de poderes, partido casi de Estado, corporativismo, cargadas electorales, clientelismo, etc.. Es de algún modo inevitable un ejercicio fuerte del poder dado el desproporcionado resultado electoral y los anhelos de justicia y bienestar de la inmensa mayoría de nuestra sociedad. Eso no se discute. La clave radica en observar si los cambios nos traen más libertad, participación ciudadana, se respeta la pluralidad y no se abusa del poder. Los votos, por masivos que sean, no son el aval para hacer lo que se quiera y, mucho menos, operar casi exclusivamente para perpetuarse en el poder. Sin democracia de calidad y desarrollo económico, sin justicia y paz, difícilmente habrá el cambio que urge en México.

Los hechos y personajes que son protagonistas en el nivel federal nos quedan un poco lejos; se puede tener una opinión de ellos pero siempre será borrosa y general. El que siempre generará múltiples opiniones y reacciones será AMLO, dada su trayectoria, puesto actual y centralidad cotidiana. Son los funcionarios y legisladores locales a quienes tenemos a la mano y de quienes podemos contar con una idea concreta. En el Gobierno Estatal, en la Legislatura y en los Ayuntamientos con mayoría de Morena, podemos ver que tan distintos y mejores son sus actores principales. Hasta ahora no hay algo digno de destacarse como lo nuevo, lo distinto, lo mejor y novedoso respecto al pasado. Es evidente el ejercicio de la política tradicional en la mayoría de los casos, con integración de estructuras de cuotas y cuates, con opacidad, con oportunismo mezclado con una arrogancia que solo puede sostenerse en la más dura ignorancia. Sin trayectorias reales de luchas e ideales acuden a la simulación y la ocurrencia; son fallidos prematuros.

Es desalentador estar ante un panorama ayuno de convicciones, donde lo importante es colocarse en cargos y posiciones, se esté o no de acuerdo con el proyecto de transformaciones. Debe ser utópico pretender que se crea en algo y eso se practique. Sin duda hay mucha gente auténtica involucrada como gobierno en distintos niveles. Pero se mezclan con los infaltables pragmáticos. Puede ocurrir un proceso de depuraciones con el tiempo o algunas formas de conversiones genuinas; aunque también puede sobrevenir la incidencia mayor de la simulación y asumirse como una fuerza acrítica e inercial, donde no se piense, no se cuestione y baste con decir que si a todo lo que provenga del liderazgo.

Recadito: van rápido, entre las frivolidades de los cuates, dilapidando las esperanzas de cambio.

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