*Oh aquellas terribles tragedias. Camelot.
AQUEL TERREMOTO (1973)
Mientras el estado de Veracruz se convulsiona con más muertes, y el presidente AMLO no quiere dar el manotazo en el escritorio y los pobladores a la merced de las discusiones estériles, que si fue el Fiscal o no, tema recurrente del gobierno, aquí en estas tierras orizabeñas cumplimos años de aquel Temblor casi terremoto que devastó algunos edificios de la ciudad y que formó la gran solidaridad de un pueblo, cuando aún no existía el termino de sociedad civil. Era la madrugada de aquel 28 de agosto de 1973, presente lo tengo yo. Muy de madrugada, por mi rumbo donde dormía, la alameda central, cuando aún no amanecía, las paredes y los techos comenzaron a moverse, como si se cayeran. Aletargados por el sueño reparador, diría un clásico, metía uno las manos a la oscuridad para defenderse de algo que no se sabía qué era. Parecía manada de búfalos, como se oyen en las películas de vaqueros. Hoy se cumplen 46 años de aquel temblor-terremoto. Oyendo el estruendo, al salir a la calle, no había luz, muchos postes se derrumbaron y la luz se fue. Aun no se conocía del daño a los edificios como la Packard, las iglesias, hospital civil, Ayuntamiento de Colón, que se le cayó un pedazo de su esquina alta. En el IMSS desalojaban como podían a los internados. La calle Real sufrió del gran temblor. En el orden municipal, había prácticamente dos alcaldes, Humberto Gutiérrez Zamora ‘ pata de leche’, un hombre que amaba el deporte y el basquetbol y que, por circunstancias ajenas a el mismo, a la renuncia de un candidato cubrió esta presidencia municipal, le esperaba ya ahí el electo, Daniel Fougerat Román, con la estafeta del PRI, que era el tiempo que todas las elecciones las ganaban y hay una anécdota de Fougerat, en tiempo electoral el acomodador de boletas le dijo que con cuántos votos quería ganar, el buen Fuye le dijo que con 28 mil, aquel se asombró y pegó el grito en el cielo, el padrón era de 25 mil. Buenas anécdotas de aquel tiempo. Un empresario, Larrea, donó un millón de pesos que al parecer se integró al Teatro Llave, que también fue dañado severamente.
SIN TUITERS NI WHATSAPP
No había tanta información como ahora. Lejos estaba de pensarse en las benditas redes sociales, muy lejos, apurado y con señales de humo. Cuando comenzó a amanecer, nos dimos cuenta de la tragedia, de la magnitud de ese temblor de 7.3 grados, de su tamaño. Nadie pegamos el ojo de nuevo. El epicentro fue en Ciudad Serdán, hubo muertes dolorosas. La ciudad se aisló. Las comunicaciones, por lógica, se suspendieron, tampoco teníamos lo que hoy tenemos, celulares ni redes sociales, solamente los teléfonos fijos, caseros. La Radio fue el enlace de comunicación. Afuera, en México y en ciudades americanas, las primeras noticias que llegaban eran que Orizaba había desaparecido del mapa. No era cierto, pero la destrucción de iglesias y de casas habitación eran tremendas. La de la Packard, edificio simbólico, escuelas, iglesias, hospitales. Un día después de ese día, lo recuerdo, llegó el presidente Echeverría. Como un huracán entró por Ciudad Mendoza, fiel a su costumbre apabullaba al Estado Mayor Presidencial, quienes le pedían no entrara a esa iglesia que amenazaba derrumbarse en su cúpula dañada. Le valía gorro. Entraba porque entraba, como Atila con fuerza presidencial. No solo vino a traer ayuda económica, en su populismo arrollador el presidente de México apapachaba a deudos de familias fallecidas. Los abrazaba. Les brindaba ayuda. Las cúpulas de las iglesias no resistieron el bamboleo. Las escenas eran de muerte. Quien esto escribe cubría en la radio XEOV, estación local, los pormenores de esa tragedia. Por Televisa llegaba Alfonso Salces Fernández, el hoy dueño de Notiver, el diario mas chipocludo en todo Veracruz, que era corresponsal de Jacobo Zabludovsky, el grande, el gran Jacobo, que descansa en paz. Con un camarógrafo y recorriendo las partes dañadas, informaría al noticiero 24 horas, el más visto del país. Han pasado 46 años y aquel vibrar mañanero pareciera que todavía retumba en nuestros oídos, cuando la muerte pisó nuestro huerto, y nadie firmó que habíamos muerto de muerte natural, en la remembranza, como aquel poema de Octavio Paz: “Hoy recuerdo a los muertos de mi casa. Al que se fue por unas horas y nadie sabe en qué silencio entró. Su silencio es espejo de mi vida, en mi vida su muerte se prolonga”.
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