Por Ramón Durón Ruíz (†)

Entre los cientos de personajes que admiro está Don Adolfo Ruiz Cortines, hombre exageradamente honesto, sensible a los demás, sabio natural, con un impresionante sentido de vida; don que ejercía evidentemente en la política, misma que transpiraba por cada uno de sus poros.
Cuenta una anécdota que cuando su sucesión se aproximaba zorro de la política como era, enviaba señales a sus posibles sucesores, muchos despistados los tomaban hacia Don Gilberto Flores Muñoz “El Pollo”, entonces Secretario de Agricultura, a quien la bufalada daba como “el bueno”.
Como la fecha del “destape” se acercaba, cierto día el director de El Nacional solicitó permiso al presidente Ruiz Cortines para escribir un artículo donde ponderaba las virtudes y oficio político de Don Gilberto, éste le respondió: — “Muy bien, publíquelo… ¡pero no se lo cuente a nadie!”
Eso quizás es lo que querían los españoles en septiembre de 1810: ¡que no le contaran a nadie! que la insurrección había sido descubierta, pero Doña Josefa Ortiz de Domínguez, patriota a más no poder, mando comunicar al joven militar Ignacio María de Allende y Unzaga, que el movimiento independentista –programado para noviembre- había sido descubierto, hecho que hizo que los insurgentes tomaran la decisión de adelantarla a la madrugada del 16 de septiembre.
Así fue decretado septiembre el Mes de la Patria, en homenaje a que un puñado de pundonorosos mexicanos que supieron ir más allá de sus límites y fueron capaces de iniciar una gesta heroica que nos legó Patria y Libertad.
Para el viejo Filósofo, el Grito de Dolores es un verdadero icono de amor a México, pues mientras los grandes libertadores de América: Sucre, Bolívar, San Martín, entre otros, eran militares de carrera, Hidalgo era un sacerdote –con un liderazgo social ejemplar, validado en el servicio- que frente a la cruz en la que promovía el amor al prójimo, enarboló el estandarte de la Virgen de Guadalupe para luchar por la causa de todos.
Entre las causas de la Independencia de México encontramos: el descontento colectivo por la desigualdad social, los altos impuestos, la acumulación de poder y resentimientos por el clero, el menosprecio a criollos y mestizos, los indígenas y las castas en condiciones misérrimas. Por otra parte, la influencia de las ideas enciclopedistas no obstante la Inquisición, de la Independencia de Estados Unidos, de la Revolución francesa y del liberalismo que en forma por demás destacada brillaba en nuestro país.
Aunque los próceres que iniciaron la Independencia no vieron culminada su obra, su lucha permitió abolir la esclavitud, libertad para autogobernarnos, establecer el federalismo y una república, proclamar la igualdad de todos ante la ley, la soberanía popular, la división de poderes, el establecimiento de los derechos fundamentales del hombre y del ciudadano; en síntesis, conquistar la ansiada Independencia de México.
Lo anterior me recuerda la ocasión que en Güémez se celebraban las fiestas patrias, con tal motivo el pueblo entero se volcó a la plaza que vestía sus mejores galas. En la explanada, el presidente municipal andaba como niño con juguete nuevo, saludando a los concurrentes; el secretario del Ayuntamiento, desde el balcón del palacio municipal le hacía señas indicándole que era hora de iniciar “el grito”.
Como el alcalde hacía caso omiso, ordenó al maestro de ceremonias que diera “una calentadita al evento”, éste ni tarde ni perezoso empezó a soplar el micrófono: “Bueno, bueno, probando, probando” y con voz envidiablemente modulada dijo:
— ¡Señoras y señores!, en unos momentos más nuestro querido presidente municipal habrá de dar el Grito… Como nuestro líder político, habrá de invitarnos a repetir con él los nombres de los héroes de la Independencia… habrá de decirnos: ¡Viva Hidalgo!…
— ¡Viiiivaaaa! repitió emocionada la multitud.
— ¡Viva Morelos!… — ¡Viiiivaaaaaaa!
— ¡Viva Allende!… — ¡Viiiivaaaaaaa! repitió el gentío.
— ¡Viva Doña Josefa Ortiz de Domínguez! —¡Vivaaaaaaa!
El munícipe al ver lo anterior, emprendió presuroso la carrera hacia el balcón, llegando hasta el maestro de ceremonias que continuaba:
— ¡Vivan los héroes que nos dieron patria y libertad! — ¡Viiiivaaaaaaa!
Sofocado llegó corriendo el presidente municipal junto al maestro de ceremonias, reclamándole:
— ¡Hijo de la tiznada!… ¡YA NO ME DEJASTE NI UNO!

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