El desentierro de Francisco Franco

 

En la escuela primaria donde estudié –en los años 60-, el Grupo Escolar Cervantes, jamás se habló de Francisco Franco, el dictador español. Ni por equivocación se mencionó o siquiera se le insinuó o se le refirió en alguna clase, no obstante, la figura de ese siniestro personaje era como un fantasma que recorría silenciosamente los pasillos y salones del colegio.

 

A pesar de que pocos o casi nadie tenía –teníamos- a tan corta edad la menor idea de quién era ese funesto protagonista –un antihéroe- de la Historia Universal y, en particular de la historia de España en el siglo XX, chiquillos como éramos en ese entonces, nos cuidábamos de dibujar una suástica en algún cuadernillo porque, según me acuerdo, no faltaba algún avispado compañero especialista en conjeturas que te decía en voz baja, apenas perceptible, “¡Cuidado dibujas algo así y te descubre (el profesor) Antonio (Bargés Barba) porque se va a enojar y te va a expulsar!”. La mayoría no teníamos idea de lo que esos símbolos significaban y la relación que había entre el fascismo, el nazismo y el franquismo, pero el gusanillo de conocer en realidad que había pasado empezaba a calar en muchos de nosotros.

 

Y es que los profesores que impartían clases en la escuela, todas y todos, formaban parte del exilio español que se acogió al generoso cobijo que el presidente de la República, General Lázaro Cárdenas del Río, ofreció al numeroso grupo de republicanos, alrededor de 25 mil, que resultaron derrotados por el Bando nacional (nombre con el que se autodenominaron los sublevados en el golpe de Estado de 1936 contra el gobierno de la Segunda República Española, que dio origen a la guerra civil de 1936-1939), uno de cuyos mandos estaba a cargo de Francisco Franco quien, a la postre instauraría en España una feroz dictadura de 40 años.

 

Los republicanos, entre 250 y 500 mil, se dispersaron por una parte del mundo como pudieron, exiliados, cuando en realidad fueron expulsados por el dictador de la patria que los vio nacer.

 

Como una forma de perpetuar para la posteridad “su memoria y su legado histórico”, Franco (se) mandó a construir una suerte de mausoleo –en realidad es una basílica- en donde, es un decir, ordenó que reposaran sus restos mortuorios como el héroe nacional que salvó a España, el “Caudillo de España”, junto a otros de su propio bando y muchos republicanos también caídos durante la guerra civil. Al recinto lo bautizó como el Valle de los Caídos, bueno pues hasta el día de ayer jueves 24 de octubre de 2019 los restos de este villano de la historia española yacieron en este recinto, la democracia española ordenó su desentierro para mandarlos a un cementerio junto a los restos de la gente común y corriente, pese a la oposición de sus descendientes, nietos y bisnietos.

 

Tarde pero llegó la justicia para muchos españoles que aun respiran por las heridas abiertas de ese amargo episodio de su historia, 44 años (1975) después de que sus restos fueron inhumados con todos los honores de un Jefe de Estado, un “héroe nacional”. Lo que queda de aquel cruel dictador que fue –meses antes de morir firmó sentencias de muerte para algunos terroristas vascos-, presumiblemente la osamenta, se volvieron a enterrar de manera humillante y bajo estrictas condiciones ordenadas por el gobierno español, en donde se prohibió cualquier tipo de rendición de honores militares y a sus familiares sacar fotografías siquiera.

 

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