Parásitos sociales
Claudia Viveros Lorenzo
Para los que amamos el cine, ver la entrega anual de los premios Oscar de la Academia, es como ver el super bowl, o como una final de la UEFA Champions League. Nos armamos de todas las botanas, bebidas, y el sitio más cómodo, para presenciar desde la alfombra roja, hasta el último minuto del show, en donde se premiará, a lo mejor de la producción cinematográfica del año anterior. Este 2020, ha sido un año histórico, pues por fin una cinta, en un idioma distinto al inglés ha logrado ganar la estatuilla a mejor película. La surcoreana “Parásitos”, se llevó cuatro premios, incluyendo, mejor director, mejor película internacional, mejor guion original y mejor película. Si no la ha visto, por favor corra a la sala más cercana a disfrutarla, porque en verdad que es una obra maestra.
Pero más allá de su excelente calidad, lo más trascendental, es la historia y el mensaje que nos trae: el mundo estereotipado y sumergido en discriminación y clasismo en el que estamos ahogándonos cada vez más. Es un poco más de dos horas, su director, Bong Joo-Ho, nos sienta a pensar cómo es que sin darnos cuenta, todos en algún momento hemos sido parásitos sociales y hemos practicado alguna de las conductas que nos expone. Desde el auto que usamos, el colegio al que nuestros hijos asisten, la ropa que vestimos, la comida que comemos, nuestros círculos amicales y los conceptos enraizados entre el bien y el mal, están influidos en el dinero. Lo perseguimos y hacemos hasta lo inimaginable con tal de obtenerlo y sobrevivir dentro de esta sociedad que nos marca, día a día que debemos adorarlo más que a un Dios. El dinero nos transforma, muchas veces, no a todos, pero si a muchos, es horribles monstruos que creen que por tenerlo, saltamos a un nivel especial, en donde nuestra sangre se transforma y por alguna extraña razón se vuelve más rica en plaquetas, que el que no lo tiene, (léase lo de las plaquetas como sarcasmo puro por favor). Y aunque no nos de mucha tranquilidad y comodidad, definitivamente, en una convivencia sana, no debería estar inmiscuido. Todos somos exactamente iguales. Sentimos, necesitamos, deseamos, sufrimos, etc., por igual. Nada nos hace especial, y mucho menos papel moneda ni hierro forjado en forma circular. El respeto y el bien hacer deben ser parte fundamental en la educación ofrecida en el seno familiar, además de enseñar a otorgar el valor real, que un billete puede tener.
Urge aprender a preocuparse por el otro, considerar sus requerimientos como personas que están dentro de una atmósfera cercana, sea cual sea, la labor que estos desempeñen en el rompecabezas social en el que estemos inmiscuidos. El cuerpo del que vende tacos, como del que recoge por las mañanas la basura, así como el de Bill Gates o Carlos Slim, está compuesto exactamente igual al de cada uno de nosotros. Nada nos hace superior a nadie, y por lo tanto no tenemos el derecho a etiquetar, señalar ni estereotipar la labor, lenguaje, olor, educación o forma de vida. Este nuevo siglo se ha distinguido por la lucha por los derechos de las minorías, pero nos falta mucho trecho por recorrer, y solo con educación y amor, podremos superar este cáncer tan dañino, que nos separa y nos fomenta sentimientos de odio y lo que es peor, un odio, mal infundado y hasta incomprendido, bañado de ignorancia y fuertes sentimientos de inseguridad personal. Después de ver parásitos, le aseguro que quedará sensibilizado y muchas reflexiones quedarán en su cabeza, las cuales lo llevarán a un reforzamiento de valores y principios humanos. Cuanto nos hace falta por crecer y aprender a amar al prójimo y entender y respetar el dolor ajeno. Es por ello que es tan importante acercarnos al arte, en cualquiera de sus expresiones, lo invito a ver buen cine, teatro, danza, a leer, pero sobre todo, acercarse a conocer al prójimo, sea cual sea su situación, para dejar de ser parásitos sociales.