El perdón.
Miles de veces había leído que el perdón se concede para sanarse a uno mismo. Que vivir con el rencor dentro del alma, era igual a estar bebiendo veneno todos los días. Una muerte lenta. Decía que perdonaba, pero no olvidaba, y la ira continuaba. Anclada. Inamovible. Perpetua. Hasta que reconocí que no necesitaba perdonar a nadie, porque nadie me hizo nada que yo no permitiera. En la vida no podemos ir buscando culpables. Tenemos lo que queremos y podemos. Lo que toleramos y afrontamos. La única persona realmente valiosa y a la que debemos cuidar es a nosotros mismos. A nadie le importamos lo suficiente como para quitarse la piel por nuestras penas, por nuestros deseos, por nuestras necesidades. Las felicitaciones y los perdones solo valen para nosotros, y no vamos a encontrarlas más sinceras, que las que nosotros mismos nos otorguemos.
Pero, que difícil es perdonarse. Reconocer lo que estuvo mal, nuestras propias miserias. Nadie nos enseña. Desde pequeños aterrizamos nuestros malestares en otros. Buscamos un sinfín de recursos para evadir el tema y lo que es peor cuando lo ponemos delante, entramos en otra crisis: la autoflagelación.
Nos encanta victimizarnos, somos los mejores villanos de nuestra historia, hay que destrozarnos por completo, total, nos tenemos a la mano, somos nuestros!
Y en este punto empieza otro viacrucis, que mal manejado nos podría llevar a depresiones profundas o hasta el propio suicidio, porque, qué mejor salida que huir.
Pero no podemos ser tan cobardes. Debemos tomar el toro por los cuernos.
Perdonarse es entender que en ocasiones, las respuestas que damos o los actos que hacemos son, simplemente lo únicos que en ese momento podíamos llevar a cabo, que en la construcción de nuestras vidas no nacemos sabios, que todos tenemos características distintas las cuales, nos ayudan a reaccionar de cierta manera y que las decisiones tomadas, eran simplemente, solo, las que podíamos tomar, porque hasta ese instante, solo estábamos preparados para la vida hasta ese punto inesperado. Por lo tanto, no podemos ir llorando el “hubiera”, sino que aprender, agradecer y ahora sí, no volver a tropezar. No es fácil y no será cosa de un día para otro, pero se comienza por reconocer a donde debemos dirigirnos.
Ojo, entender todo lo anterior no quita las responsabilidades de terceros. Pero ante eso, debemos concluir, que ellos también en ciertas circunstancias estaban viviendo sus procesos, por lo tanto, no tenían las herramientas, ni el conocimiento, ni la madurez, ni la inteligencia para actuar de una manera distinta a la que llevaron a cabo. Un sabio primo, me dijo una vez: “La decisión que tomes hoy es la correcta, y si mañana tomas otra diferente también la es”.
Capta?
No nos aferremos tanto, fluyamos, soltemos las piedras que cargamos en la espalda, con la que hemos tropezado y esas otras que nos hacen daño, con la que nos encariñamos. También dejemos que los demás fluyan, no interfiriendo en sus propios procesos. Lo que pasó no lo podemos cambiar, ni con máquina del tiempo. Lo que sí, es que podemos recapitularlo y analizarlo, para luego archivarlo, en un cúmulo de expedientes que conformarán el libro de su vida.
Dicen que también es importante agradecer, y no lo dudo. Porque, que aburrida sería la vida sin problemas. Agradezca todo lo experimentado, Bendiga a los actores conjuntos de las experiencias. Perdónese y abrácese. Deje que cada quien, practique su proceso del perdón. Ese ya no es nuestro cuento. Nosotros solo fuimos participes de las historias del otro, no tejamos telarañas conjuntas. Cada quien es responsable de lo propio. Somos uno.
Le aseguro que se sentirá mucho mejor y entenderá más este sueño, llamado vida. Que sea eterno solo, lo que nos haga bien.
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