EL PODER CON Y SIN COVID-19
Uriel Flores Aguayo
Somos testigos en México de un proyecto de poder que tiene que ver más con una personalidad individual. Se nutre de un esfuerzo propio de corte titánico y la participación fiel de masas sociales. Sus propósitos son justicieros y progresistas en un sentido actual, sin duda. Sus antecesores, indefendibles, son un referente que casi justifica (ba) todo lo que se haga o diga. No se trata de más democracia, pluralidad y empoderamiento ciudadano. La visión moderna en cuanto a cultura y ciencia es precaria. Es una estrategia caudillista de poder, al conocido estilo Latino Americano: concentración de facultades, con pocos contrapesos, monólogos, voz y presencia desproporcionada, propaganda, opiniones de todo, polarización y demagogia. La labor presidencial es como una campaña permanente, de activismo; el Palacio Nacional es casa de campaña y los funcionarios son operadores indistintamente de sus cargos formales. Es un estilo conocido en AMLO desde que presidió al PRD; es lo mismo guardando las proporciones. Salvo desastres como el que vivimos actualmente con la pandemia del coronavirus, errores y abusos mayúsculos, no se ve en corto plazo una disminución significativa en la simpatía popular por el Presidente; la mayoría ciudadana sigue harta y desconfiada con los partidos que gobernaron más recientemente a México. Ya se verá que cambia después de esta emergencia, hay todo tipo de escenarios posibles.
Llegado al poder político, haciendo lo que imaginó y quiera, pues logró mayoría Legislativa, ahora el plan es mantenerlo en alguien que le sea fiel y represente su visión social y política. Toda la lógica gubernamental se guía por ese objetivo. La historia demuestra que los procesos caudillistas han fracasado por concentrar las decisiones en unas solas manos. Se hace girar el tiempo, los recursos, los mensajes, los programas, la imagen y las responsabilidades en una sola persona; todo en detrimento de la democracia y la eficacia gubernamental. En un esquema piramidal y vertical son lentos, confusos y opacos los procesos de toma de decisiones y cumplimiento de instrucciones.
Aunque todavía faltaría un poco más para caracterizar al gobierno actual y para esperar resultados al menos se pueden intentar algunos apuntes preliminares: hablan de un cambio de régimen sin sustentarlo en los hechos, se hicieron artificialmente de una mayoría de Diputados, evidentemente volvieron los tiempos de las correas de transmisión en las Cámaras Legislativas, no hay decoro en el manejo de los programas sociales volviéndolos electoreros, refundaron un partido de Estado, cuestionan y atacan a la sociedad civil y a la prensa, se practica un yano disimulado culto a la personalidad y se debilita al Estado ante ciertos grupos de poder. En lo económico no hay buenos resultados, antes y ya con la crisis del covid-19; en lo político hay una involución y en lo social apenas inciden los programas sociales, que son necesarios y justos pero insuficientes. Más allá de eso no hay mucho. Prevalece un modo de gobernar donde es clave la visión y la personalidad del Presidente. El tiene sus datos, sus ideas y sus planes. Es poco dado a escuchar, ejerce plenamente el poder y asoma un estilo providencial o mesiánico. Está claro que cuenta con muchos méritos también, de una trayectoria larga y esforzada. Eso, sin embargo, no debería de confundir con una licencia para hacer lo que quiera.
El liderazgo de AMLO es político, se equivocan quienes le adjudican uno de tipo social. Siempre candidato, lider partidario y jefe de Gobierno, es decir, vinculado a poder y presupuestos. Su gran mérito tiene que ver con un estilo no tradicional de hacer política que hasta lo presentaba como anti sistema. Su liderazgo es de tipo mágico y con mucho de hueco. Su esquema es muy simple: un líder y una masa (el pueblo); antes, como partidos y movimientos, ahora como Presidente. Su recorrido es sobre todo electoral y de campañas varias, de coyuntura o de su imaginación (candidaturas propias y de otros, fobrapoa, desafuero, reforma energética, presidencias partidarias, campañas presidenciales, etc.). La esencia de su labor que lo conectó con millones de mexicanos fueron sus incesantes recorridos de unos veinticinco años; en ellos su actividad fundamental era dirigir un discurso a un público cautivo, a veces pequeño y otras veces numeroso, dependiendo de sus necesidades estratégicas del momento. El nexo del líder y sus bases era eso y las imágenes en un periódico. La actividad de sus seguidores, con nombres de acuerdo a la coyuntura, era asistir a escuchar el discurso y repartir el periódico. El movimiento es él; más allá no hay militancia, estructura ni organización. Tienen que hacer malabares y simular en su partido para inventar militancias y democracia inexistentes.
AMLO nunca se ha definido ideológicamente en términos concretos. Sus ideas y posturas son muy generales. De ahí que el membrete que lo postuló sea de esos que se conocen como atrapa todo, más o menos cómo funcionaba el PRI. Esas abstracciones permiten adhesiones de todo tipo a su proyecto; desde las honestas hasta las de farsa. Es obvia la forma precaria, con tonos histrionicos, con que se pretende clasificar entre conservadores y revolucionarios a quienes participan en la vida pública. Eso no dice nada, es hueco e intrascendente. Creo que así seguirá, en tanto estrategia polarizante que busca ubicar enemigos reales o ficticios, como el llenado fácil del imaginario de sus seguidores. Ya veremos que resulta de esta experiencia. Tiene a su favor muchas cualidades que son superiores a sus antecesores y las podría aprovechar para bien y para todos.
Recadito: en lo local no hay mucho que decir.
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