Karl Marx, Marcelo Morandín y yo
El pasado 5 de mayo se celebró el 203 aniversario del nacimiento del filósofo y teórico Carlos Marx (Tréveris, Alemania, 1818). Muchos celebraron este hecho histórico y para otros tantos la fecha pasó desapercibida.
Y aprovechando ese acontecimiento que cambió el mapa geopolítico del planeta en una buena parte del siglo pasado, se me vino a la memoria el ya lejano 1990. Ese año tuve el privilegio de conocer y tratar, por motivos de trabajo, al arquitecto y escultor (artista plástico) Marcelo Román Morandín Paroni. Era el segundo año del gobierno de Dante Delgado, trabajaba el redactor en una oficina de palacio de gobierno. Entre las cosas de que estaba encargado, se me asignó la responsabilidad de coordinar los trabajos de lo que en ese entonces se proyectó como la nueva Torre Cinética de Xalapa.
El monumento escultórico a cargo del arquitecto Morandín se iba a ubicar en la isleta que está mero enfrente de la Casa de los Lagos. Fue cuando empecé a tratar al escultor argentino nacionalizado mexicano, quien ya tenía una historia más o menos larga en la Xalapa de los años 60 y 70. No obstante ello, desconocía de quién se trataba. Era ni más ni menos que el creador de la primera Torre Cinética, la que se ubicaba en la zona universitaria, entre el estadio y el restaurant ‘La pérgola’, que tanto turismo atrajo a la capital mientras se mantuvo funcionando. La torre era una visita obligada sobre todo en las noches, que era cuando se podía apreciar mejor. Pero en Xalapa tenía cuando menos otra obra escultórica que se ubicaba en el café ‘Terraza Jardín’ (Mural en bronce) y en Córdoba en el auditorio ‘Manuel Suárez Trujillo’ (‘Hojarasca’).
En Ciudad de México tiene varias, la más conocida es ‘La paloma’, en uno de los accesos peatonales (Hamburgo) de la Zona Rosa a la Glorieta Insurgentes, y tenía otra en un parque ubicado en el cruce de Paseo de la Reforma con avenida Insurgentes.
En poco tiempo se dio un trato muy intenso entre el artista y un servidor, que residía en ese tiempo en la capital de la República. A propósito del proyecto, retomó sus andares por la Atenas para dar seguimiento al proyecto escultórico de su creación, que estaba apoyado por su amigo el gobernador. La relación entre ambos venía desde que coincidieron en las épocas estudiantiles de Dante, a finales de los 60, en aquella efervescente Xalapa que muchos conocieron bien y guardan en la memoria.
La cosa es que un día sí y otro también comía en ‘La casona del beaterio’ con Marcelo. Lo primero que diría ahora que lo recuerdo, es que era un personaje singular, blanco, de ojos claros, peli cano, con una presencia semejante al personaje de Christopher Lloyd, el ‘Doc’ de la trilogía de Spielberg ‘Volver al futuro’. Con su acento inconfundible argentino y el estilo sudamericano de manotear al hablar, como si estuviera discutiendo. Yo aproveché aquellas ocasiones para conocer más acerca de su persona. Me platicó que sus padres eran italianos, de un lugar cerca de Milán, según me acuerdo. Su padre había sido ebanista y la madre enfermera militar.
Las comidas con Morandín, más que diálogos eran como interrogatorios de mi parte hacia él, no podía dejar pasar la oportunidad ante semejante personaje. Hablábamos de casi todo, de su vida, la cual ignoraba, de su pertenencia a la ‘cienciología’, era un practicante convencido. De hecho me regaló un libro de Ron Hubbard, el creador del movimiento religioso también conocido como Dianética. El interrogatorio era un repaso de la historia de Argentina, por la cual se mostraba un tanto indiferente, hasta qué pensaba de la guerra de Las Malvinas, relativamente reciente en esos años. Tampoco estaba muy enterado, yo tenía más datos a la mano de los que él tenía, cosa que le sorprendía.
Finalmente, siendo de origen argentino, y suponiendo que Marcelo era un hombre politizado, imbuido de las ideas de izquierda que encontraron tierra fértil en su tierra, un día le solté una pregunta acerca de que qué opinaba de Carlos Marx, el marxismo y el comunismo, un tanto dubitativo me contestó con una alteración evidente por el rostro enrojecido y la vena de la frente resaltada, acentuando con el clásico caló argentino, casi casi en lunfardo, palabras más, palabras menos: “¡Pero licenciaado, olvídese de esas teorías que nada más han envenenado al mundo, Carlos Marx era un boludo, yo tenía todos sus libros, pero ¿sabe?, ya los he desechaado, para lo único que sirven es para usarse como papel de baño!”.
Era todo un personaje el arquitecto y escultor. Lástima que no haya cristalizado la nueva Torre Cinética para Xalapa, era un proyecto que valía la pena.