Luisa fue la mayor de los tres hermanos Bargés Barba que se exiliaron en México ante el triunfo de Francisco Franco en España. Ella nació un 30 de marzo de 1897, en Barcelona, pero antes debo hacer una acotación, Luisa no fue mi maestra de primero de primaria, a mí me dio clases la profesora María Luisa Luis Escutia, hija de los profesores Atilano Luis Navarrete y de Concepción Escutia de Luis.
Pertenecí a una generación de transición en el Cervantes, me tocó la etapa jubilatoria como profesora del primer año de la maestra Luisa que era, como digo al principio, una de las docentes de mayor edad junto al profesor Francisco J. Parrilla, el titular de quinto año. Pero no podía dejar de dedicarle unas líneas a Luisita como cariñosamente se le conocía en el medio cordobés por los que habían sido sus alumnos, y para hacer una semblanza fehaciente de ella voy a recurrir al testimonio que dejaron plasmado en el libro: ‘Los hermanos Bargés Barba, maestros renovadores en Cataluña y México’, del investigador catalán Salomó Marqués Sureda, que editó en 2004 con el apoyo del Colegio de Jalisco y la Generalitat de Catalunya.
Luisa estudió para el magisterio de 1914 a 1917 en la recién fundada Escuela Normal Femenina de Gerona. Según algunas notas descritas por Marqués Sureda, Luisa fue una alumna destacada, con excelentes notas, en pocas palabras una estudiante sobresaliente. Fue también una líder de sus dos hermanos menores, Antonio y José y siempre los encausó en toda su labor magisterial tanto en España como en México. A Luisa la recuerdo ya en su época del disfrute de su etapa jubilatoria, gozando de un retiro muy merecido después de más de cuarenta años de servicio como profesora.
En palabras de Juan Antonio Bargés Mestres, su único sobrino, hijo de José, la maestra Luisita “era una mujer con un carácter muy dulce, suave, nunca se enojaba, era muy parecida al carácter de mi padre. Era la más inteligente de los tres hermanos, y todos los que pasamos por su salón salimos de él sabiendo leer y escribir, en un año ya dominábamos la lectura y la escritura, era una mujer que como profesora era muy ordenada y jamás la oí gritar en clase”. Por su parte, una de sus alumnas en aquellos años felices de la primaria en Córdoba, Graciela Zamudio, la recuerda como una “mujer enérgica, tierna, premiadora del bien portado… enseñar las primeras letras a los niños es una de las tareas más difíciles, empezar a enseñar a unir letras y frases y leer”.
La memoria se diluye con el tiempo y recordar cosas concretas de aquellos lejanos años en donde el cerebro, el pensamiento y el razonamiento de los infantes empieza a madurar de acuerdo con la edad del educando, sobre todo en ese tiempo en donde la labor pedagógica de la etapa del jardín de niños estaba más constreñida a los trabajos manuales, a cantar y a bailar, pero poco a la introducción sistemática del conocimiento con metodología y disciplina, entonces la labor de educar era un proceso complicado que iniciaba exactamente en el primer año de primaria, era un proceso machacante, de replicar y replicar, de asociar palabras a imágenes y de enseñar a los niños cómo sonaban y la consonancia de las letras y las sílabas y las palabras, al menos es lo que yo recuerdo de esa etapa fundamental para todos los de mi generación.
La imagen de la Luisita que se me viene a la memoria es la de una mujer siempre impecablemente ataviada, y me refiero a su atuendo y arreglo personal, sencillo pero elegante a la vez, sin excesos en su maquillaje, con un tocado discreto en su cabello, acompañada siempre de su fiel guardián, un Fox Terrier típico, blanco con manchas negras, que perdía la compostura y se impacientaba en cuanto los chamacos empezábamos a brincar y a jugar a su alrededor a la hora del recreo, desbordándose en gruñidos y ladridos a los molestos infantes a los que se quería comer vivos porque acababan con la poca paciencia, muy típica del temperamento de su raza.
Luisita visitaba casi todos los días la escuela que había fundado en el 40 junto a sus hermanos y a otros maestros exiliados bajo el régimen de cooperativa de trabajadores, en este caso de la educación, y siempre estaba presta para corregir o llamar la atención a uno de los infantes que se extralimitara en sus juegos o en su comportamiento. A los que conocía los llamaba por su nombre y a los que no con un suave pero enérgico: ¡Cuidado niño, te vas a lastimar!, con ese acento que jamás olvidaré tan castizo, pero también tan catalán como la eñe, que en ellos suena a la conjunción ny, o la ele profunda y alargada (pla, ple, pli, plo, plu), como tampoco a mis maestros hablando en su idioma materno, que incluía el valenciano, que es, al igual que el catalán, un derivación del latín.
Luisita fue la primera de los hermanos en morir, falleció en el mes de enero de 1986, estaba por cumplir los 90 años. Casada antes de la guerra civil, su matrimonio se rompió en circunstancias desconocidas como consecuencia de la misma, emigró forzadamente a México y consagró su vida al magisterio, cumpliendo cabalmente con esa noble labor por más de 40 años, tanto en España como en México. Gracias Luisita. Lo describió Marco Aurelio González Gama.. ¡Muchas felicidades a Maestras y Maestros en su Día!