Casi el paraíso 4.0

Lucharé hasta el fin…, y si fracaso no sufriré el remordimiento de no haberlo intentado.
Luis Spota

Casi el paraíso es una novela escritor mexicano Luis Spota, publicada en 1956. Narra el retrato de una clase social que esconde su mediocridad detrás del lujo, el conflicto y el poder. Es una crítica social representada a través de intriga continua, diálogo vertiginoso, personajes llenos de vida, lenguaje natural y desinhibido. Ya en el 2020 el texto parece tan vigente como penoso.
En 2017 mencionaba que hoy que los triunfos no son personales sino de tribus, que el cambio no simboliza mejoría ni bienestar. Que las viejas prácticas solo cambiaron de colores, que el cacicazgo se evidencia como una condición de la mente, no queda más que empujar.
Ya que el desánimo no proyecta bienestar, que la idea fingida de ánimo no secunda espacio donde aterrizarlo. La condición imperante es de sobrevivencia, encabezada por tísicos y flacos perfiles. Mientras tanto, desde aquí, desde el ordenador, filosos críticos inmovibles, portan la espada flamígera de la justicia.
El tiempo del espíritu fundacional de la nación, corroe las columnas que edifican lo cotidiano, el espacio está hecho para la estabilización del “orgullo del nepotismo”, para las nuevas haciendas delineadas desde las arcas municipales, imperantes en la idea de extracción.
Rápidos tránsfugas brincan y brincan como corderos, guiados por anatocismo ipso facto, basados en el deterioro de un ideal; 1997, 2017 o 2020 es cualquier año, aquí no ha pasado el tiempo, todo es igual, el estómago y la necesidad gobiernan, no le hemos delegado esa facultad a la razón.
Son el oportunismo en carne viva, la idea del desayuno sin sabor, la escueta simbología del sinsentido, desde el buró les noquean la identidad y los alejan de lo importante: todo paso es efímero.
No existe una apuesta por el futuro, la sensación de indignación es evidente, pone énfasis en la confrontación de asuntos personales, por encima de las ideas y proyectos.

Tenemos por delante todo eso. Pero nosotros somos la temporada de la foto, la estética superflua está sobrevalorada, ya que vale más que la sustancia, y el momento que la trayectoria.
El trabajo en conjunto y el reconocimiento meritocrático son modelos en extinción. En la política un modelo roto, en la economía una planeación que se queda en un bonito documento de buenas intenciones. La ruptura es cabida para lo que se quiera, y para nada.
Lo segundo parece la tendencia, los pueblos cada vez se parecen más a Cómala. Las películas policíacas son la realidad del día a día, un muerto ya no es extraño ni el saqueo sorprende.
Pero todavía cabe la esperanza, siempre hay gente que se reúne para buscar aportar algo a su sociedad, para que esté compuesta efectivamente por ciudadanos, como una caja de pandora de lo deseable. Para que no todo este perdido, y que la inercia mueva, y no solo despeine.
Al final, todo se remontará a que reaccionemos sin ser reaccionarios, a decir las cosas y accionarlas, a soñar y materializarlos.
Nota: esta columna es alcance de otra que elaboré en 2017 titulada: cambio sin sustancia.