Concordia-discordia en México
La acción es el único medio de expresión para la ética.
Jane Addams
Los mexicanos no sortearemos la crisis si no recuperamos la concordia, es decir, sino llegamos a un acuerdo básico sobre la forma en que vamos a gestionar nuestras diferencias y desacuerdos.
En 2018 parecía que los grandes cambios de nuestro país podrían consagrarse, la esperanza popular brotaba pavorosamente, el enojo de las manifestaciones de amplios sectores eran activos, respetables y legítimos derivados de la ausente inclusión social, el movimiento conquistó a través de las urnas la presidencia de la república y tuvo la mayoría en el legislativo federal y en muchas de las legislaturas locales.
Como consecuencia de lo anterior, las expectativas eran altas, el discurso transformador implicaba progreso, disipaba los temores de quienes parecían atados a los vaivenes del destino, sin embargo, entre el complicado concierto internacional de naciones por la ruptura económica, acompañado de algunas decisiones a principio del sexenio, sumados al discurso por el cambio de régimen viró hacia un sentido distinto que parece, -hoy año y medio después- que no alcanzará todo el sexenio para cumplir con al menos, los logros de las 2 administraciones pasadas en materia de crecimiento económico y bienestar.
Está de más exponer los números en materia de desempleo, inseguridad, fuga de capitales, muertes por covid-19, niveles de corrupción y uso de las reservas del país, y así en política como en la vida, las promesas y la poesía pueden mentir; los números, no.
Lo anterior fue aconteciendo ya que nos encontrábamos entre el olor melancólico del triunfo esperanzador y la necesidad de actuar, para resolver las problemáticas inherentes a la realidad. Hoy, el país se encuentra partido en dos o tres, entre los que sobreviven, los que padecen y los que se vanaglorian al ocupar espacios gubernamental y de la marcha de una transformación que no termina por arrancar -y que para muchos-, solo da espadazos al aire, a veces, paradójicamente contra las propias instituciones de la república.
Ese duelo vivo, se ha venido amedrentando por la atmósfera de suspicacias que le generan a la gente informada- y no tanto- cierta toma de decisiones. El desánimo general lleva a distorsionar y, en gran medida, a exagerar la gravedad de nuestra situación. Perdemos el sentido de las proporciones, el poder público que les otorga el derecho administrativo se está ocupando para debilitar a la oposición y no para confeccionar un mantra de oportunidades sociales, que en primera instancia habría de ser su legado.
En el mediano plazo el pueblo no olvidará, que cuando se nos avecinaron problemáticas tomamos medidas laxas o tardías, como el caso del Covid-19, no olvidemos que quien desatiende las primeras gotas de lluvia no puede prepararse adecuadamente para la tormenta.
Al respecto, las redes sociales ya comienzan a ser incrédulas con respecto a las acciones de gobierno, es que en el ámbito digital muchas crisis han sido consecuencia de una lectura tardía de los síntomas o de un desinterés por los indicios tempranos, hoy 1050 muertes en un día por Covid-19.
Sobre todo, cuando la política de cada persona, es la realidad que puede vivir cada uno. Es muy distinto hablar de pobreza sin haberla mirado de lleno. Es muy fácil juzgarla desde la comodidad del sillón o de las oficinas gubernamentales. Hay que ir con la gente.
Hoy somos rehenes del algoritmo y de los acontecimientos en la red, mismos que impactan cada día con mayor fuerza en la conformación de la realidad política, económica y social. Nuestra vida política está dejando escapar casi todo el tiempo entre sus manos. Lo que resta es tiempo contado.