SIEMPRE VIVA

SILVESTRE VIVEROS ZARATE silvestreviverosz@nulllive.com

Fue un domingo de junio. Yo quería escribir algo relacionado con lo excepcional. Supe que así sería desde el momento mismo en que mi nieto Juan Pablo lleno de exaltación sentenció: ¡vamos a Coatepec! La abuela autorizó entusiasmada. No había más que decir. Partimos de inmediato. Desde el primer momento se fecundó en mí la certidumbre de que un nuevo escrito pugnaba por “brotar”, por nacer, por producirse. Puse en estado de alerta todos mis sentidos. Miré, escuché, olfateé de manera diferente a la habitual. Serían como las catorce horas, algunas nubes negras parecían observar desde las alturas todo  movimiento. Con atuendo dominguero iniciamos el recorrido. Yo al volante conduciendo. El nieto de copiloto con audífonos parecía concentrado escuchando música de Luis Miguel. La abuela en el asiento trasero muy callada. Nueva la carretera Pronto llegamos a Coatepec. Atisbé curioso. Sorprendido por la fluidez del tráfico y entrar con prontitud. Ese mirar me procuró la impresión de ser Coatepec una ciudad serpenteando sembradíos, con  estrechas callejuelas y que era más que otra cosa un cafetal untado de urbanidad, custodiado por construcciones de tejados multicolores con amplios, hermosos y bien cuidados jardines centrales. Nos dirigimos al parque municipal donde lo mismo se vende helados, jícamas, elotes, nieves y golosinas mil. Era el parque un escenario de paseantes relajados con vestimentas indicativas del lugar de procedencia, en sí todo muy ornamentado y lleno de colorido. Despedazado el atardecer por una calichosa neblinilla propició el mejor momento esperado por las parejas de adolescentes que inundados de pasión se mostraban con ardientes caricias sus amores a cielo abierto. Recordé de inmediato la sentencia de Spengler: “El ornamento y la imitación son posibilidades superiores, cuya oposición es apenas sensible en los comienzos”. “Le asistía la razón”. Ahora lo veremos.  Ya que la participación de los elementos y de las causas de alguna manera, en este y en todos los escritos por algún motivo, se dan la mano para generar sublimes realidades; todas, a mi juicio, son dignas de anotarse porque son muy pocas las evidencias literarias de sucesos así como el que hoy, armado de valor, les comparto. Lo relataré sin demasiados adornos, sí, con las secretas armonías y sutilezas propias de la estructura del acontecimiento sin arribar al lugar donde se elaboran apologías de la incredulidad. Al observar detenidamente el escenario ante mis ojos presentí que era de una afinidad indudable con un escrito que meses atrás leí de este inteligente y preparado autor alemán Spengler Oswald, 1880_1936. Resulta que una pareja de titiriteros con profesionalismo inusual acaparaba la atención de un público demasiado atento a la mímica y desempeño de artistas conocidos que ellos hacían bailar, actuar, cantar con extraordinario realismo como los originales en su mejor momento y actuación, por allí en aquel teatro improvisado circularon Juan Gabriel, Vicente Fernández, José María Napoleón, Tongolele etc. Me llamó particularmente la atención la manera en que diseñaron la actuación de Doña Celia Cruz. Se auxiliaban de una bocina moderna donde introducían un CD y manipulaban a los artistas con sus estudiados gestos exagerando los amaneramientos y ridiculeces; estaban vestidos a la usanza de las grandes presentaciones. Y sí, así. Como los actores nacidos del silencio, de la mímica, De las profundidades de la fantasía los observé con inusual deleite. Mi esposa y mi nieto al igual que los presentes atentos. Muy atentos. Afirmo totalmente lúcido amables lectores, que en este escrito existe un robusto y fuerte acento de verdad. Doña Celia de una Falda larga muy colorida en un diseño más bien oaxaqueño, pompis, bubis, cabellera, cara y boca exagerados en pintura y atavíos. Cantó Doña Celia como nunca. Se adueñó como en su mejor momento y actuación del escenario, los presentes yo incluido nos maravillamos con aquel excepcional desempeño, en algunos de los giros sentí que Doña Celia me miraba, sonreía, me obsequió un guiño con su ojo izquierdo, alzó su mano y saludó, incliné la cabeza en señal de admiración y respeto. Como parecía insistir más allá de los deseos y trabajo del titiritero me retiré consciente de que existen fantasías extrañas donde se anula toda realidad terrestre, como toda proporción guardada, le sucede a las letras cuando se organizan más allá de los deseos o posibilidades literarias del escritor, para crear escritos donde los lectores queden estupefactos y no puedan decir con exactitud donde inicia o termina lo que es real y lo que no. Lo cierto es que su mirada y sonrisa me cautivaron. Estoy seguro que ajena a toda actuación me distinguió más allá de los deseos de quienes como titiriteros la manipulaban, fueron, a mi juicio, unos gestos que le devolvieron la vida. Aquella idea se adueñó de mí. Ya no pude, a partir de aquel momento vivir tranquilo. Ignoro si era ansiedad, miedo, desesperación o un precoz anuncio de locura senil, el asunto es que nada, y cuando digo nada es que nada lograba sacudir de mi mente aquella obsesión, Doña Celia actuando, sonriendo, saludando, me confirió un nuevo jeribeque. Me seguía por todas partes. Imposibilitado ante el acoso mental de Doña Celia y sin otro argumento, me justificaba recordando otro escrito de Spengler, es posible que esté despertando “con una nueva intuición del mundo, esto es, con una súbita visión de la muerte que conduce al misterio del espacio” No han sido, no son y no serán estériles los intentos de la idea de convertirse en letras y que las letras se agrupen en oraciones, metáforas y deseen anidar en las páginas de un libro; sueña la idea, sueñan las letras, soñamos nosotros los que escribimos que ese libro con olor a nuevo en algún lugar, con algún tema nos espera. Vanas y pueriles pueden resultar las explicaciones de actos que se dan como se da el amanecer, como el aguacero, o tal vez como la caída de un rayo: de manera natural. Aunque el suceso requiera en uno o en otro caso para su justificación, una glosa de los pormenores constitutivos, creadores del hecho. Una narrativa digna, articulada, entendible, disfrutable por el lector. Estoy consciente de la existencia de artes inútiles, perniciosos, frívolos, contrarios a la virtud pero son arte al fin. Todo intento de crear arte escrito, pintado, esculpido, pautado, debe tener una oportunidad. Allá va el mío en busca de la mía, no quiero padecer la Ataraxia del estoico, es decir: la ausencia de inquietud. Cierto. En no pocas ocasiones utilizamos los del oficio de escribir la fantasía para legitimar acciones falsas, a lo último cuando es así las letras no solo resultan altivas, chocantes, ingratas, egoístas, sino, en algunos casos, ofensivas. No. Estas letras son sencillas respetuosas y describen una realidad difícil de creer que es distinto. Partamos de la manera en que lo expresa el gran pensador español Don José Ortega y Gasset, estamos todos contagiados de “esa voluptuosidad por la cual el ser humano suele asumir como propios, el dolor o la alegría del prójimo” aunque el mismo nos advierte que: “el llanto y la risa son, estéticamente fraudes” Habrán de coincidir conmigo gentiles lectores en que existen ríos que solo son concebidos por la imaginación y que tatuado de cansancio nuestro camino es más largo que la vida que nos prestó el creador, no es, por lo tanto, para nosotros la desgracia padecida por aquellos que han sido injustamente venturosos. Partiendo de esa base haré un esfuerzo por relatar lo sucedido con pulcritud, tal vez esto justifique mi existencia y la del escrito que hoy pongo a su consideración. Continúo. Poco tiempo después de aquel paseo familiar y dominguero, melancólico, porque ya mencioné que algo dentro de mi cambió radicalmente, un día, embriagado de fragancias matutinas con mi alma urgida de augurios promisorios, solo observé en la lejanía atiborrada de silencio, el suave,  casi imperceptible ulular del viento que trae noticias de los aromas de todos los puntos cardinales y noticias de que los presagios desnudos de desobediencias a las reglas literarias callaron para siempre. Con una tristeza enorme, con esta incurable enfermedad del alma rebosante de infinito  pensé en Don Juan Rulfo. Quedó en aquel instante paralizada mi admiración por sus virtudes; vecino del respirar,  su imaginado aliento aportó al aire un tenue olor a santidad. Tan fugaz y potente como se presenta la caída de un rayo brotó, esa es la palabra, dentro de mí la profunda, urgente, convicción plena de salir a caminar, a buscar como desesperado a Doña Celia que en algún lugar, según mi pensar, estaba en problemas de gran calado inclusive para personalidades de recio carácter como el suyo. No avisé a nadie. Solo arranqué el motor del auto y salí rápido, seguro de que en este desesperado viaje prestaría algún tipo de auxilio a la excelsa cantante cubana que validaría todos los días de mi existencia. El calor rondaba los cuarenta grados. Con la certeza colocada en el asiento del copiloto enfilé nuevamente hacia la Ciudad de Coatepec. La convicción de encontrar a Doña Celia ponía nuevos bríos a la potencia y desahogo decibélico del motor que prácticamente rugía. Inmovilizado parecía por la velocidad el viento. Aparentemente entumido de esperar el tiempo me endosó la certeza de que aquel episodio ya lo había vivido. El auto más veloz y seguro que nunca parecía adherirse al pavimento de la carretera recientemente inaugurada. Escudriñé cada uno de los rincones al lado de la rúa. Nada. “Cuando se viaja en dirección a un objetivo es importante prestar atención al camino” ya para llegar al pueblo mágico recordemos que existe un puente, escuché la voz del riachuelo que más que platicar se reía, cantaba, sus aguas aunque escasas eran suficientes para carcajearse al ir descendiendo en la chorrera; sin dejar de pensar en lo que motivó aquella andanza me dije: esa es la voz de dios que me señala hacia donde debo de dirigir mis pasos. Cuánta razón encierra la enseñanza de que al viajar se experimenta el acto de renacer. Estacioné el auto a un costado del antiguo camino a Xalapa. Ya con la certeza e íntima convicción de que por esos rumbos donde la montaña resguardada por el río lucía  a la distancia su verde ropaje vegetal, encontraría a Doña Celia. Recordé partiendo de la tesis de Epicuro de que “no hay placer donde no existe la virtud” mencionemos entonces que si tengo, como lo tengo, gozo, entonces algo de virtud tienen estas acciones sean catalogadas como de aspecto sobre natural, fantástico, histórico, milagroso, visionario, supersticioso, profético, de encantamiento, en fin el nombre es lo de menos, el asunto es que de manera por demás meticulosa observé cada centímetro de aquel tramo de terreno pedregoso. Había claros indicios de una creciente de las aguas días  atrás pues unos montones de hierba seca amontonados a los costados señalaban hasta donde había llegado la nueva perimetral del cauce del arroyo. En los árboles ubicados ribera arriba se generó como por encanto un  estallido de verdes tonalidades, la ramazón se movió en cadencioso ritmo al paso de una ráfaga de viento cruzando entre sus ramas.  Liberé con furia una maldición, aquella inundación dificultaría en grado extremo localizar a Doña Celia. ¿Les parece amables lectores ilógico, disparatado, irracional?, los entiendo. A mí también. Solo que mi intuición resultó más poderosa que mis dudas. En uno de éstos acumulados descritos y de diversa composición estaba toda despatarrada Doña Celia, esto, por excéntrico, raro, e irregular que parezca es totalmente fiel, cierto, apegado totalmente a la verdad, su vestido y atuendo limpios pero mojados, la extraje de aquel sitio con una delicadeza con la que nunca, estoy cierto, nadie, ni en vida, la había tomado. Tranquila le dije. Esta pesadilla terminó. Besando la cruz lo confieso, como si tuviera vida propia volteó su testa con ese peculiar movimiento que tienen las marionetas para girar la cabeza, me miró y como la primera vez lo hizo en el parque de Coatepec, me sonrió guiñando nuevamente con coquetería propia de la mujer que se conoce hermosa. De repente se acumularon los imprevistos y aquella marioneta se convirtió ante mis ojos como algo confusamente provisto de vida real. El rescate como tal no tiene más que pudiera valer la pena relatar, la primera idea que vino a mi mente fue llevarla con los titiriteros del parque de Coatepec, ya habría manera de localizarlos y devolver a Doña Celia al lugar donde pertenece: al mundo de la actuación, la cantada, el arte, las multitudes. De regreso, ignoro la razón, pero ya no me dirigí al auto, tomé como desorientado el viejo camino a Xalapa y recorrí un tramo platicando con Doña Celia de sus éxitos, de sus actuaciones, de sus canciones. Una excéntrica, que digo, estrafalaria emoción se adueñó de mis sentidos. Me lo contó todo. La miré detenidamente. Parecía de mayor edad, esta imprecisa sospecha me la hizo suponer llena de saberes nuevos, con una decencia que bien puede catalogarse de desmesurada me confió que todos los aplausos, reconocimientos, atenciones de gran valía los forjó y los recibió en vida, que su vida llena de altibajos fue en todo momento original, lejana a la composición de la parodia; tú lo sabes, guiño nuevo, fue una entrega total, sin reservas a la razón musical y la razón amigo en todos los casos es algo cósmico, como cósmica es el alma y yo como muchos, artistas o no, queremos, deseamos cantar, actuar, esculpir, pintar, escribir, desempeñarnos entregando el arte en su máxima expresión junto con el alma en cada actuación. ¿Qué donde nací? Bueno déjame platicarte, yo soy nativa de la Habana Cuba, del meritito  “barrio de Santos Suarez y nací un veintiuno de octubre”, mi nombre cosita linda es “Celia Caridad Cruz Alfonso”, No. Jarochito. El año no te lo diré porque no quiero. Entiende que no quiero. No insistas. Lo consideraré una falta de respeto; ladeó su cabeza e hizo algo así como una mueca. Ya no insistí. Nueva pregunta. Bueno eso sí te lo digo, mis padres fueron “Simón Cruz de oficio fogonero del ferrocarril y Catalina Alfonso” dedicada como todas o la mayor parte de las mujeres de nuestro barrio a las labores del hogar, yo fui “la segunda, mis tres hermanos y una mancha de once primos” éramos un verdadero ejército, como yo era de las mayores y mujer me tocaba cuidar a los de menor edad y “para dormirlos en la noche les cantaba canciones de cuna que mi madre me enseñó”. Debes de saber morenito de la costa que mi santa “Madre tenía una voz verdaderamente privilegiada” y a todo mundo le decía: “mi hija Celia tiene el Don de la cantada”. Sí. Eso que dices es cierto. Siendo muy pequeña todavía “un turista me escuchó cantar y quedó, según mencionó, fascinado al escuchar el canto de aquella menor descalza. Me compró unos zapatos”. Ese día no entendí por qué un señor desconocido  me acarició las mejillas, me miró, sonrió, se le escurrieron las lágrimas y se retiró. Posteriormente “canté en la calle para muchos turistas, en fiestas, en las corralas habaneras, participé en programas radiofónicos para aficionados, había dos que me gustaban más que los otros, La hora del Té y La Corte Suprema del Aire”, No. Sin paga. ¿Silver dices que te llamas? Daban premios como pasteles, alguna cadenita de plata. Tú me entiendes chamaco, significativo pero pequeño. Mi primer contacto con la lana vino cuando “en radio García Cerrá interpreté el tango Nostalgias” y nada, caballero, “que me van pagando quince dólares ya como salario”. A ti si te puedo decir la verdad dijo Doña Celia con ese tono de voz tan característico que tienen los cubanos. Reparé, corrí, brinqué de gusto y allí prácticamente inició mi carrera como cantante; en fin, canté en muchos lados morenito… Claro que estudié. ¿Tú que pensabas? Cursé “Música en el conservatorio musical habanero” y ya para recibirme de maestra se acrecentaron las presentaciones en diferentes sitios y se me complicó la administración de mi tiempo ya que “las orquestas Gloria Matancera y la Sonora Caracas”, me dieron oportunidad de cantar así como el hecho de “formar parte del elenco de las Mulatas de Fuego con el que recorrimos Venezuela y México en el año de mil novecientos cincuenta, por éstas fechas pasé a formar parte del elenco del cabaret Tropicana”, es cierto jarochito, “aquí conocí al director de la Sonora Matancera, el maestro guitarrista Don Rogelio Martínez quien me contrató para sustituir a una cantante extraordinaria de nombre Mirta Silva que era la solista oficial”, si mi sangre, aquí iniciaron mis grandes éxitos profesionales y bueno, también es cierto, con la fama internacional llegó la lana grande caballero, sí, si esto no es de gratis mi amigo, ¿Quién te engañó? Es correcto, fue “la época dorada de la música cubana”, oye costeño como sabes tanto de mi vida, ¿te intereso? Se colocó la mano derecha en la cadera, paró sus pompis, me miró toda llena de coquetería y soltó la carcajada tan potente como su boca de trapo se lo permitió. Ya para entonces, me dijo, después de haber participado en varias emisoras grupos y orquestas como las de “Obdulio Morales y de Ernesto Duarte, cantado al lado de la pianista Isolina Carrillo” es lógico y natural que me hiciera muy conocida hasta acá en tu propia tierra y se diera como un camino de doble vía el cariño entrañable que le guardo al pueblo mexicano y sin duda, la entrega que este gran país tuvo por mi desempeño musical, como me recibió y como me apoyó. Amo a México jarochito, de verdad te lo digo, son ustedes cosa aparte. Una chulada como dirían los de Alto Lucero.  Sentí muy dentro de mí renacer el poder de la predilección por su talento, por su grandeza. Supe entonces que mis inclinaciones musicales por Doña Celia estaban en el lugar correcto. Oiga Doña Celia le dije, usted recibió un disco de oro… Sí mi negro, “en mil novecientos cincuenta y siete por la canción Burundanga”. Sí, tienes razón, “Cao Cao maní picao y mata siguaraya” son tan buenas como aquella solo que entonces no era yo famosa y eso cuenta tanto como interpretar bien, es cierto mí cielo, fui “nominada a trece premios Grammy de los cuales gané en dos” y bueno gentilhombre entérate de esto, fui “nominada también a seis premios Grammy Latinos y de esos me llevé tres”, como la ves desde allí donde estás parado costeñito. Bueno ya que estamos en eso te diré que también me otorgaron “dos doctorados honoris causa, uno por la Universidad de Yale en mil novecientos ochenta y nueve y otro por la Universidad de Florida en mil novecientos noventa y dos”, como te quedó el ojo jarochito, no te muevas de donde estás que ahora mismo te comento, se ponía la mano de trapo en la frente como para que yo calculara que estaba recordando, ahora veraz, “en Hollywood” me hicieron un reconocimiento de escándalo mi chaval “en mil novecientos ochenta y siete”, tengo además “una estrella en el paseo de la fama y una calle de Florida, la antigua calle ocho ahora se llama Celia Cruz Way”, allí de igual manera para que tú lo sepas inseparable amigo tengo mi estrella, ya de una vez te digo mi negro que también tengo “una en San José Costa Rica, otra en la Galería Plaza de la ciudad de México”. Como la vez mi jarochito buscador de historias y movió nuevamente pompis, bubis, cadereó cual si bailara cumbia, me miró con una sonrisa y coquetería digna del mejor de los elogios y por primera vez gritó ¡azúcar! Recuerdo haberle señalado sus exagerados movimientos de cadera, busto, cintura, sonrisa, mostrados sin recato. ¡Es el tumbao, mi cielo, tú lo entiendes!, contestó. Se movió delante de este su único admirador presente  como si estuviera delante de miles, luciendo sus dotes de gran diva de los escenarios, entérate de esto mulato, aquí donde tu vez a esta negra también le entré a la actuación, si mi negrito cucurumbé, hice al “lado de la Matancera las películas “Affaeir en la Habana”, “Olé Cuba”, “Una gallega en la Habana” y “Salón México”. Déjame pegarte un golpe literario mi reconocido adulto mayor veracruzano, digamos algo así como que “la música contiene incorpóreos reinos de sonidos, espacios rumorosos, mares de sonoridad; la orquesta sube y baja como las mareas, describe lejanías, pinta luces, sombras, rayos, colores que existen más allá de toda realidad sensible y que llegan hasta alcanzar el mundo solitario y perfectamente infinitesimal de la música del Tristán, donde queda anulada toda realidad terrestre provocando ese sentimiento en que el alma parece desasirse del cuerpo para correr a fundirse con el infinito libre de todo peso material”, esto es equiparable para mí al “indecible encanto y la fuerza redentora de la música” como dices tú que dice Espencer. Le faltó valor para mencionar su edad y cuantas pelucas y de que colores tenía en su colección. Eso no se le pregunta a una dama respondió con una voz gruesa que me hizo entender su contrariedad por la pregunta. Ya no insistí. Como si hubiera leído mi pensamiento exclamó: no supliques porque me enojo, que al fin ni cubano eres. El tiempo continuaba escurriéndose junto con el aire por la fronda de los asumiates. Noté como los jóvenes estudiantes, sé que eran estudiantes de algún centro educativo cercano por sus uniformes, al verme se reían, hacían bromas y me señalaban. Yo, como si fuera un sonámbulo, caminaba y caminé hasta encontrar al lado de esta añosa vía un tronco de buen tamaño y altura que me sirvió a la perfección como asiento; allí como si estuviera en el más cómodo de los sillones en una decorada sala platiqué largo y tendido con Doña Celia. Supongo ahora que fueron muchas horas de intercambiar información, yo me interesé por saber cómo se decidió por determinadas canciones y ella aunque de manera respetuosa y elegante por conocer mi opinión sobre el éxito incomprensible musicalmente hablando del regettón. No me parece exagerado asegurar que fueron muchas horas de intenso diálogo porque hubo tiempo suficiente para que me platicara a grandes rasgos que “el quince de julio de mil novecientos sesenta salió de Cuba para nunca regresar, que sacó su residencia mexicana y posteriormente la de Nueva York, que estando trabajando en su show recibió la noticia de la muerte de su madre”. Tú no sabes de dolores moreno. Ignoras lo que es cantar con un puñal en el alma con esa noticia atragantada en la garganta porque la función debe de continuar. ¿Qué las muñecas de trapo no lloran? Se equivocan. No pude articular palabra. Solo la abracé. Ella como única respuesta de sus ropas extrajo una imagen de la virgen de la caridad del cobre y la talló sobre mi pecho. Se repuso muy rápido. Me dio su veredicto sobre la grave situación política de su querida isla con la llegada del régimen socialista que encabezó Fidel Castro, las consecuencias de toda índole porque “le negaron el permiso para ir a Cuba cuando murió su madre para darle cristiana sepultura, “que en mil novecientos sesenta y cinco se retira de la sonora matancera con la que dejó plasmados ciento ochenta y cuatro temas, que fue muy amiga de Matilde Díaz cantante de  la orquesta de Lucho Bermúdez” esto, lo ya descrito y más, mucho más. Entiendo también que los muchachos alumnos de algún colegio cercano hicieron lo correcto cuando al regresar nuevamente a su escuela después de haber ido a sus casas a comer, me vieron todavía en grandes pláticas con Doña Celia y pensaron que me había insolado ya que la temperatura ese día era muy cercana a los cuarenta grados como ya se dijo, por eso llamaron a los paramédicos, a la cruz roja,  primero llegaron los rescatistas, me recostaron sobre el césped, preguntaron mi nombre, pidieron que levantara un brazo, luego el otro, después una pierna, la otra, mueva la cabeza hacia la izquierda, hacia a la derecha, le duele, no, bien, lo vamos a subir a la camilla, me escucha, si me entiende menee su mano derecha. En eso llegaron los de la cruz roja y al grito de no lo muevan se adueñaron de las acciones, me tomaron la presión, ciento setenta y cinco por noventa y nueve; está alta, aplícale un coctel hipertensivo que contenga trecientos veinte miligramos de valsartán, diez miligramos de amlodipino, veinticinco miligramos de hidroclorotiazida y cinco de fumarato de Bisoprolol… ¿sabe qué día es hoy, que hora, conoce el lugar donde se encuentra?, algún familiar al que podamos avisar de su estado de salud, tiene teléfono celular, de casa… no reacciona los oí mencionar. Todo lo escuché claramente pero no tuve ganas de contestar. Claramente percibí cuando arrancaron el motor de la ambulancia e iniciamos el recorrido con la sirena, las torretas a toda luz y sonido como corresponde a una situación de emergencia. Eso es todo. Es la pura verdad mis  estimados lectores, todo tal como lo he relatado se lo platiqué al igual que a ustedes, al galeno que hizo favor de atenderme. Es que ignoro le dije, como vine a parar al hospital Ángeles si quienes me trajeron fueron los de la cruz roja. Le explico dijo el doctor, usted traía fuertemente apretada en su mano un títere con la figura de Celia Cruz, al tratar de retirarla sonó un teléfono celular que alguien había colocado entre los ropajes de la marioneta y era su hijo quien llamaba, pidió que lo trasladaran a este sanatorio. Ya está usted bien, mañana lo damos de alta. Dio media vuelta y se retiró. En ese instante Doña Celia me sonrió, se llevó su mano de trapo a la boca, atravesó el dedo índice en sus labios indicando silencio. Mi hijo fue por el auto donde lo dejé estacionado mencionando que le indiqué el lugar y donde tenía las llaves. ¿Que yo te dije eso le inquirí?, Doña Celia sonreía. Ciertamente me dieron de alta. Me dediqué a localizar a los titiriteros coatepecanos. Los encontré en el mismo lugar realizando su artística labor de comediantes, les expliqué que encontré a doña Celia. Una explosión de alegría retumbó por todo el jardín, hubo aplausos y todos, los saltimbanquis, los polichinelas, público en general le dieron la más ruidosa de las bienvenidas que hasta hoy he escuchado con aplausos, vivas y toda la cosa. Doña Celia gesticuló agradeciendo como corresponde a una personalidad de su estatura talento y personalidad. Hubo un momento en que me miró, sonrió, me donó el guiñó característico y muy discreta saludó. Me retiré tranquilo. Aquí estoy ahora esperando que este relato no lo confundan con un producto totalmente imaginario, juro por dios y por todos los santos que el viaje a la ciudad de Coatepec existió como hoy existe en el llavero de mi auto una imagen de la virgencita de la Caridad del Cobre que no adquirí ni coloqué. Que el viaje fue sugerido por el nieto Juan Pablo, avalado por la abuela y que ante estos argumentos no hubo nada más que hacer. Lo juro.

Ofrezco una humilde disculpa. No tengo otra manera de rendir culto a la grandeza de Doña Celia, a diecisiete años de su desaparición. D.E.P.

Los entrecomillados que relatan la vida, canciones y actuar de Doña Celia fueron tomados de Internet.

 

Silvestre Viveros Zárate.