Los mass media y el problema de la despersonalización

Por Paulo A. González Olvera

Vivimos en una era dominada en muchos sentidos por los medios masivos de comunicación. Sobre todo las generaciones más jóvenes, quienes ya han nacido con un teléfono móvil e Internet como parte de la cotidianeidad, identifican el mundo íntimamente relacionado con las tecnologías de la información y comunicación; las cuales se han convertido en una necesidad, definitivamente una necesidad creada por el contexto. Si consideramos que justamente estos medios, por ser masivos están despersonalizados, encontramos una de las claves para identificar parte del problema. En su paradigma, el joven visualiza, fuera de sí mismo, al hombre como masa y no como individuo.

Cada vez más, a pesar de las tecnologías que nos conectan con el mundo, nos sentimos más solos, y nos identificamos menos con el otro, cada vez menos podemos decir con Gandhi: “Vi a un hombre desde lejos y me pareció que era un enemigo, después se acercó y entendí que era un amigo; finalmente lo vi a la cara y era mi hermano”. Y cada vez menos porque cada vez menos nos vemos a la cara; más aún, ni siquiera nos vemos desde lejos para tener como referencia ese enemigo del que habla el líder hindú, ni siquiera desde lejos para interpretar esa “apariencia” de la que habla, sino que nos vemos a través de una pantalla, la cual necesariamente nos modifica, nos deforma, y muestra una única cara: la apariencia de la apariencia. ¿Cómo, pues, reconocer en el otro un yo? ¿Cómo tener empatía si el otro no existe sino únicamente como apariencia? La imagen ha suplantado al sujeto y al concepto, y con ello la relación directa con el mundo, se ve obstaculizada, pasamos de una relación directa: hombre mundo, a una relación sinuosa y rebuscada: hombre-imagen del mundo- deformación del mundo-mundo.

Ahora bien, si ya de por sí nuestro contexto nos condiciona, y nuestras ideas del mundo dependen de nuestra historia individual, única e irrepetible; pero, además le sumamos que esta ausencia del concepto nos limita en nuestra objetividad, pues carecemos de esa función simbólica que nos define como seres humanos, por la capacidad no sólo de ser, sino de observarnos en el acto de ser, y a través de esto identificar al otro como alguien que puedo ser yo, entonces, podemos entender hasta qué punto puede llegar la incomprensión del “otro”, de sus intereses y necesidades.

Sin embargo en el fondo, pensado con detenimiento, responde a la falta de identificación de uno mismo. Dado que si podemos verlo objetivamente, yo soy ese “otro” para tantos miles, y no solo el “yo” que soy sólo para mí mismo. El conflicto  surge pues, de esa falta de percepción amplia que nos permite identificarnos a nosotros mismos como “un individuo más” y no como “el individuo”; de esa deformación del mundo que percibimos a través solamente de su imagen, y no de su realidad.

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