SEMAFORO ROJO AL CIUDADANO

Uriel Flores Aguayo

 

Ha sido tan difícil crear ciudadanía en México; es relativamente reciente hablar de sociedad civil organizada. Hasta el año 88 los votos no se contaban, se pesaban. Las reformas electorales y la transición democrática giraron en torno a la fórmula de: por cada persona un solo voto, los sufragios se cuentan y cuentan. La sociedad plural que venía emergiendo con banderas de libertad y democracia al menos desde el año 68 se abría paso y alcanzaba representación política plena. Las demandas ciudadanas se fueron rezagando respecto de las fórmulas que adquirían los acuerdos de poder. El desarrollo institucional tuvo sus altas y bajas, pero en mecanismos claves, partidos y congresos, por ejemplo, el déficit se volvió un freno en la mayoría de los casos e, incluso, regresivo en el extremo. La crisis prematura de los partidos, vigente a la fecha, tiene que ver con su desnaturalización y conversión en grupos de interés; al volverse factores de auto representación dieron la espalda a la ciudadanía. En muchos sentidos ocurre algo similar con los legisladores que, de representantes populares, pasan a cuidar sus propios intereses o, cuando mucho, las de sus respectivos partidos. Es una obviedad referirse a la frágil división de poderes, pilar de un Estado de Derecho y la democracia. En todos estos casos la ciudadanía es rostro de discursos y ocupa un rol de espectadora.

 

El régimen de la autollamada revolución mexicana era fundamentalmente corporativo y se apoyaba en organizaciones de masas. En esos ámbitos se suprimía la individualidad y se cedía la imaginación a los intérpretes del «sentir popular». En ese proceso la ciudadanía no contaba. Pensaban, votaban y decidían por ella. Los movimientos sociales, la persistencia democrática de algunos grupos, las rupturas en la élite del poder y la insurgencia electoral nos colocaron en mejores condiciones democráticas. Sin embargo, la transición democrática solo pudo garantizar elecciones más o menos libres; más allá hubo alternancias sin alternativas. En general los pactos de poder marginaron a la ciudadanía, cediendo pequeños espacios de participación directa. Fue un avance, sin duda. La prueba es el resultado electoral del 2018 y la presidencia de AMLO, el más sólido e independiente líder opositor.

 

Con el trayecto recorrido y las experiencias vividas, en sumas y restas, en altas y bajas, estamos a prueba todos y todas. Es sumamente curioso y expectante comprobar y vivir este momento político y social. El reto es dejar atrás el déficit de ciudadanía, crear nuevas y libertarias formas de convivencia política. Todo esto implica que no se manipulen los programas sociales con fines electorales, como se ha hecho siempre, que no se empleen recursos públicos en las campañas, que no haya algo cercano a un partido oficial o de Estado, que se respeten escrupulosamente los derechos ciudadanos básicos, que sea una realidad la garantía de los derechos humanos, que nadie tema manifestar su forma de pensar y sus preferencias de todo tipo, etc. En esos principios radicaría una auténtica transformación de la vida pública de México. Es lo mínimo que se debe esperar de los anuncios y compromisos de una transformación radicalmente distinta a lo conocido.

 

Las claves de los cambios son sencillas: sociedad civil fuerte, ciudadanía plena e instituciones sólidas. Lo contrario y tradicional son los hombres fuertes, las masas y las instituciones frágiles. Esta última película ya la vimos en blanco y negro durante casi ochenta años y a color durante veinte años. No necesitamos ni merecemos más de lo mismo. Sería trágico, ineficaz y contradictorio caer en lo viejo cuando urge lo nuevo, y sólo eso vale la pena. Tal vez se cumpla todo un sexenio en el voto mayoritario de confianza al Gobierno federal actual, con la salvedad de las elecciones intermedias. Ante el desolador pasado, desperdició histórico en muchos casos, se debe implantar un auténtico y esperanzador presente y futuro. México merece, merecemos, algo mucho mejor. Que se sienta orgullo, tranquilidad, confianza, libertad y esperanza en nosotros mismos y en los liderazgos de todo nivel.

 

Recadito: las elecciones municipales veracruzanas serán la variable del proceso del 2021.

 

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