En la zona del conflicto
Juan Noel Armenta López
Las nueve de la noche. Confirmé la hora con mi reloj: las nueve de la noche. Terminó la jornada de trabajo. Afuera se oía el zumbido del viento y los golpes del agua. Empecé a guardar mis cosas para irme. Trabajaba en el laboratorio de biología de una preparatoria de la localidad. De repente se abrió la puerta del laboratorio y entró un joven con la cara desfigurada por la angustia y el llanto. Desde lejos el joven me gritó: ¡Ayúdeme maestro, me quiero morir! Sin saber que hacer, lo abracé, y lloró gran rato con unos quejidos lastimosos interminables. A partir de ese momento la palabra eutanasia, y otras similares, serían más que solo palabras. Hay muchos temas que ignoramos en nuestra vida cotidiana. Casi todos esos temas tienen más preguntas que respuestas. Quedé de platicar al otro día con el joven referido. Aparentemente el joven se retiró calmado. Yo no estaría calmado por mucho tiempo. Busqué ayuda profesional para apoyar al joven. El primer consejo que me dieron fue: Habla poco, déjalo que saque todo lo que tiene en el pecho. Y así fue. Paso a paso lo fuimos llevando hasta sacarlo del conflicto. Todo salió bien. Lo que más trabajo costó fue derivarlo para romper el cordón umbilical que nos unía. Hay que hacerlo con mucho cuidado, porque se nos puede ir de las manos, me aconsejaron. La vida esta llena de cargas emocionales muy grandes y sorprendentes. Todos, en algún momento desesperado, hemos pensado en huir y no volver jamás. Los dolores, las opresiones, los conflictos, las agresiones, las depresiones, los arrepentimientos, forman parte todos ellos de la sustancia que nos construye. Aunque lo neguemos, esa sustancia nos acompaña permanentemente. Ese momento de conflicto, crítico, es como estar parado al borde de un abismo: un paso adelante y se puede perder todo. Un paso atrás y se puede salvar algo, quizás no todo. El conflicto, llega al punto más álgido, cuando no se encuentra la salida. El adulto que llega al conflicto, tiene decisiones más certeras. El joven que llega al conflicto, es posible que gire la perilla de la puerta y salga. Posiblemente en la adolescencia exista mayor proclividad al conflicto por ser una etapa hormonalmente convulsa. Es en la pubertad cuando se reprograma el cuerpo y la mente. Al ser humano se le debe estudiar como un sistema estructurado en forma biopsicosocial: Son tres enfoques que se deben analizar con mucho cuidado para encontrar el origen de un conflicto. Algunos estudiosos, de tan complicada y fascinante materia, ponen un ejemplo crudo pero real: en una comunidad en donde se elaboran alimentos en ollas de barro pintadas con barniz hecho a base de plomo, por la acumulación de este metal en el cuerpo, se interrumpe la neurotransmisión y el sujeto presenta, entre otras cosas, una especie de baja de conciencia. En este ejemplo, un problema orgánico, impulsa a señalar un padecimiento psíquico sin que lo sea. No se debe desdeñar una alarma por más simple que sea: Abandono de la ropa, aislamiento, silencio, y todo aquel cambio de conducta inusual. Es posible que el sujeto del conflicto invierta su escala de valores éticos y morales: Puede dar mayor valor a la muerte que a la vida. ¿Hay razones que la razón misma no entienda? Muchos llevamos muy adentro algo que se nos murió. A veces el alma siente la prisión del cuerpo y reclama su libertad. Salve hoy lo que tenga que salvar, posiblemente mañana no haya nada que salvar. Cada quien tiene el valor que se asigna, nadie nos dará más. El rincón más oscuro es aquel donde no llega la luz del entendimiento. Todo lo dicho aquí, solo son pinceladas de temas mucho más profundos. Perdone el lector nuestras limitaciones. Gracias Zazil. Doy fe.