Entregando

(ya les tocará su turno)

Reconozco que en este oficio de morir soy como todos, un aprendiz. Sobrenada en mi agonía este deseo ambivalente de morir y al mismo tiempo de continuar viviendo, me regocijo recordando los sucesos que he considerado dignos de memorizar y me avergüenzo y sufro por las acciones indignas que por desgracia no fueron pocas. Ahora, en este momento final entiendo que mi vida siempre estuvo plagada de pesadumbres y que los momentos felices escasearon lo que contradice la opinión del vulgo que siempre me consideró un hombre feliz, un triunfador empedernido, rumor obligado cuando uno de mi estirpe que no conoció zapatos en un buen tramo de su niñez, estrena casa, auto, vestido y es distinguido con un cargo público, eso les da ante su mirada plebeya una talla elevada casi imposible de imaginar. Yo puedo decir de mí que solo he sido hábil y como sabemos la habilidad es el mejor recurso de los débiles. En este momento en que el subconsciente aflora con violencia recriminatoria y me dificulta la entrega de la vida a quien de manera generosa me la dio, entiendo que jamás entendí cuál fue la misión, el encargo asignado para el cual vine o me mandaron a este mundo. Tal vez escribir sea una parte y me arrepiento de haberme distraído por tanto tiempo en otros menesteres. No creo que el escribir deba anotarse en el haber de mis virtudes si las hubiera, sino más bien en la necesidad de des presionar expulsando lo que mi mente y pecho acumularon de experiencia en el correr de los años cuajados de prejuicios, culpas, dolores, complejos y resentimientos. Barnizados entonces mis escritos con esta mezcla tejieron las fantasías que les dieron vida. No deseo transitar por éstas páginas en busca de una simpatía a la que no tengo derecho, en el mundo de las letras solo expreso que utilicé la ficción como punto de partida para encontrar la forma de soportar en la práctica la empresa mayor de escribir sobre cosas tan ciertas como la misma pamema, paripé, la simulación, la apariencia, la ficción de mis escritos iniciales cuajados de una verdad difícil de comprender. ¿Cuál?, me pregunto, será la mejor y más sensata manera de respirar los recuerdos para que puedan soportar con dignidad el sesgo que la conciencia impone en horas como éstas para direccionar lo acontecido al lugar donde reposa la verdad.  Que esos escritos fueron rocío para la supuesta sequedad de mi alma, puede ser. Soy de los que están convencidos de que el éxito o el fracaso de los seres humanos depende más que de las virtudes o de los defectos, de una sutil pero firme convicción de estar desfogando una fuerza que se lleva dentro, es difícil de explicar pero sin duda evidente. La historia de la humanidad así lo consigna. Las actividades que no ayudan a desfogar la lumbre interior solo construyen una fachada falsa de la personalidad. La fábula no fue mi vida. Me brindó, lo reconozco, fabulosas experiencias vividas al escribir, en descargo diré que ya estaban escritas solo que difuminadas que sin ánimo propio ni concierto literario, esparcidas en las letras de las diferentes páginas de los libros que he leído. En mi caso se deduce y confirma: sin lectura no existe la escritura. Esta es una reflexión de autodidacta concebida el día en que observé sonreír a la tristeza y que por razones que ignoro todos se notan complacidos en olvidar. Yo no olvido. Atesoro. Las ideas se han ido encadenando en la medida en que diferentes autores sembraron en mí, sin saberlo, una semilla en forma de letras y es lógico suponer que previa floración el fruto sea lo mismo que su ancestro. Letras paren letras. Libros paren libros. Ahora que la fuerza, el vigor de lo expuesto en un escrito dependen en gran medida no solo de la destreza y habilidad del escritor para hilvanar frases, oraciones y metáforas si no, fundamentalmente, del caudal que conduzca en su interior el río de sus sentimientos, si éstos son menores el literato solo podrá ofrecer prosa o poesía de poca monta. Esta emoción que hoy con letras expreso es la misma vieja emoción que desde mi ya lejana niñez me acompaña con renovado entusiasmo. Si quien escribe es persona culta gramaticalmente hablando las enriquecerá con la elegancia propia de los doctos pero difícilmente la magia, el vigor acompañará al rigor y purismo académico. Sí. Existen escritores de gran jerarquía, corrección, vehemencia en sus trabajos, de inmediato al leerlos te aprisionan, te marcan para siempre con la soltura y profundidad impuestos a sus obras en una mezcla estética de fuerza y gracia. Desafortunadamente no son la mayoría. Dicho con todo respeto, tacto y buen gusto, deben saber que no comulgo mucho con la tesis de los moralistas, para mí el entendimiento humano debe mucho a las pasiones y a las necesidades. El arte de comunicar no es ajeno, si bien sublime y poético, el lenguaje más enérgico o el más sutil no fueron adquiridos por los que gustan de la narrativa con esfuerzos mediocres y ausencia de genialidad, si alguna de éstas cultas personas que escriben los llama ictiófagos no se sientan ofendidos, todos los que comemos pescado lo somos. Para ellos decir ala de coleóptero solo escriben élitro y lo dan por entendido. Nosotros. Los autodidactas, Honradamente. No somos así. Es sumamente raro lo que le sucede a la mente en los últimos minutos de la existencia. Ya se me nubla la vista… alcanzo a distinguir al doctor que palpa, mueve la cabeza negativamente y menciona: ya la ciencia hizo lo que pudo. Está en manos de dios el acortar o alargar su existencia. ¿Por qué lloran las mujeres? Lo ignoro. Es posible que esté dormitando porque algo parecido a un sueño se pasea frente a mis ojos. Me parece que existe una confabulación entre el lápiz y el papel, desean convertir según advierto a la tarde que luce limpia como recién lavada, en una tarde gris. Existe un zumo de reproche en sus palabras y un rumor de venganza en las acciones. En el fondo de esta conducta se esconde una plática sostenida durante la madrugada, por diferentes artículos y herramientas utilizadas por los escritores, según manifiestan era imposible continuar soportando tantos malos tratos, tanto desaire, jamás que se recuerde los escritores han otorgado algún crédito a mi desempeño reclamó el lápiz, lo interrumpió la tijera de podar, si el jardín luce artísticamente podado todo el mérito se lo lleva el jardinero. Lo mismo me sucede expresó la brocha con esa voz por todos conocida que tienen las brochas cuando de reclamar sus derechos se trata y refirió hasta el cansancio que pintó paredes, techos, puertas y nadie, ni siquiera por educación mencionó su nombre. Casi con desesperación intervino la escoba secundada por el trapeador sobre el mismo tema añadiendo el calificativo de ingratitud que si la casa lucía así de limpia era gracias a su participación y todo lo capitaliza la mucama, ¡pinche vieja relamida! Gritó con la lengua de fuera el recogedor. Allí junto estaban parando oreja los detergentes, jabones y jergas, más hacia la derecha en silencio como esperando turno las herramientas de jardinería muy acurrucados en el vientre de una carretilla. El fonógrafo estalló en llanto, todos participaron para consolarlo. Es cierto. A ti nadie te toma en cuenta todo el mérito es para los discos. ¡Ya basta! Se llegó el tiempo en que cada uno de nosotros actúe dignamente y le dé a nuestro profesional desempeño el lugar que le corresponde. Hacían esfuerzos por participar nuevamente el lápiz, la libreta, el corrector, los bolígrafos etc. Y yo calculando que me iban a poner como lazo de cochino hacía esfuerzos para decirles lo mucho que lo sentía. Como era incapaz de articular palabra solo emitía gruñidos y pujidos… No quiero morir. Deseo decir a los míos por última vez lo mucho que los quiero. Además, de reconocer que mi lápiz y libreta tuvieron siempre vida propia. Escuché que alguno de los presentes decía: está desvariando. Le está costando mucho trabajo entregar. Sí. La verdad, en esto de morir soy inexperto. Al igual que el lápiz, la libreta, la escoba, el fonógrafo y el recogedor me pregunto ¿Quién y cuándo? ¿En qué lugar alguien, alguna vez, reconozca o valore mi trabajo si ese fuera el caso? No lo sé. Reitero que, en este oficio de escribir, de vivir, de morir, soy primerizo. Prepárense. A mí como dice la canción, de tanto leer y escribir “me olvidé de vivir” y ahora no sé cómo se entrega la vida a quien me la dio. Cierro los ojos y nada. Es decir, nada. Solo soledad. ¡ah, qué soledad!… ¡que negrura!… ¡qué silencio!… Adiós a los que me leyeron. Adiós a los que me quisieron.

SILVESTRE VIVEROS ZÁRATE