EL FILÓSOFO DE GÜÉMEZ

¡NO SABE QUIÉN FREGAOS ES!

Por Ramón Durón Ruíz (†)

 

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La escritora brasileña Cecilia Meireles dijo: “Hay personas que nos hablan y no las escuchamos, hay personas que nos hieren y no dejan cicatriz, pero hay personas que simplemente aparecen en nuestra vida y nos marcan para siempre”; ésos son los abuelos, que no son el mensaje… son los mensajeros de amor del Señor, que con su infinita sabiduría te conectan con el mundo de paz, luz, felicidad y armonía que hay dentro de ti.

Los abuelos de mi tierra –sabios por derecho propio–, me han enseñado que creer es crear, y con ello me han conducido a cultivarme para palpar, interesarme, escuchar, percibir y comprender el cosmos con los sentidos del alma; lo anterior hace que sea auténtico, que cree y crea en un generoso proyecto de vida, me hace ser mi mejor amigo.

Las enseñanzas de los abuelos llegan al fondo de tu esencia, porque van directo del corazón al alma. Sus palabras de aliento, siempre expresadas en el momento preciso, amorosamente sanan el espíritu, afirman que lo más auténtico que tenemos es nuestra capacidad de darle alas a nuestros sueños.

Ellos –en fin, doctorados en la escuela de la vida– son maestros del sentido común y de los haberes y saberes de la vida, viven holísticamente porque han tenido la inteligencia de armonizar mente, cuerpo y espíritu.

También de ellos aprendí que: “Nadie fabrica un candado sin llave. Del mismo modo Dios no te da problemas sin soluciones.” Así, en cada nuevo amanecer es importante aprender a postrarte e inclinarte ante el Señor en oración, maravillándote del milagro de la vida.

Los abuelos tienen un toque mágico, un zurcido invisible, están llenos de ese arte que dan los años para inspirar a perseverar, a construir algo edificante, invitándote a descubrir tus dones y pasiones, haciendo a un lado las creencias limitantes. Saben que las grandes obras se desarrollan en el poder del amor, de la perseverancia, el trabajo y el silencio, para ellos no hay imposibles, siempre invitan a ir “mar adentro”, porque saben que “el cielo es el límite”.

El mayor bien que los abuelos tienen es el de dar a la gente de su vida alas y raíces; alas para darle aire y libre albedrío a sus sueños, para evolucionar, y raíces, para tirar el lastre que genera el miedo a crecer, a la vez que enseñar el valor de la gratitud… para que cada mañana aprenda a bendecir su vida.

Los abuelos siempre cuentan con la disposición para ser felices con lo que son y con lo que tienen, porque en su disponibilidad de dar felicidad no hay límites. Ellos enseñan que la gente es buena cuando te da la mano, te conecta a los ojos, te regala una sonrisa, cuando “está en servicio” dispuesto a dar y cuando es alegre.

De los sabios abuelos de mi tierra he aprendido que la alegría es la patria del buen sentido del humor, porque aquel que ríe mucho, en el fondo reza más, porque reír es la forma más simple de orar dando gracias a Dios por el milagro de la vida.

En “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez, Úrsula dice: “Es como si el tiempo diera vueltas en redondo y hubiéramos vuelto al principio”, y pareciese que eso son los abuelos, han vuelto al principio de la vida, son unos niños, con más sabiduría… pero llenos de igual alegría, será porque la alegría es la emoción más restauradora del equilibrio del hombre con el universo.

A propósito de abuelos, el viejo Filósofo llama a casa de su hijo, contesta el teléfono su nieto, el viejo campesino bromea con el niño preguntándole:

Hola, ¿sabes quién soy?

El nieto corre gritando:

Mamaaaaá, mi abuelo se ha vuelto loco, está al teléfono y… ¡NO SABE QUIÉN FREGAOS ES!

 

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