Hace algo de tiempo leía a uno de mis narradores favoritos, Rafael Pérez Gay, que escribe en Milenio sobre cosas de todos los días. Publicó un hermoso relato, ‘De vacaciones’, en el que platica que él, durante muchos años de su infancia y juventud, nunca o casi nunca salió de vacaciones con sus padres. Ir a algún balneario, de vez en años, era como una aventura osada, el Casino de la Selva en Cuernavaca, por ejemplo, y recordaba que, en mi caso, las vacaciones tampoco eran frecuentes en mi casa. Veracruz, las playas de Mocambo, Mandinga, Chachalacas, la Isla del Amor, en Alvarado, viajes de entrada por salida, muchas veces a la capital a pasar unos días en casa de mi hermana Rosa, a Xalapa a acompañar a mi padre por motivos de trabajo, y párenle de contar. Pero recordaba, a propósito del relato de Pérez Gay, un pasaje en donde la figura de mi padre se me rebeló como una imagen desconocida para mí hasta esa vez. Sucedió en las playas de Chachalacas, a donde fuimos a pasar un día en familia. He de ver andado rondando los 10 u 11 años edad, lo que quería decir que mi padre ya andaría rondando los 60 años, o sea, ya era un adulto mayor. De repente todos los que íbamos nos enfundamos en nuestro respectivo traje de baño y a meternos a la alberca del hotel, pero lo que me dejó perplejo fue ver a mi veterano padre también portando su traje de baño de los de antes, al estilo de unos shorts del ‘Chololo’ Díaz, muy quitado de la pena, diría yo que hasta juvenil se veía. No daba crédito ante semejante imagen de mi papá, hasta entonces desconocida para mí, pero todavía peor, no acaba yo de salir de mi asombro al verlo en traje de baño cuando lo vi echándose de clavados de cabeza cual chamaco divertido, revoloteándose, jugando y dando manotazos en medio del agua de la alberca. De eso ya pasaron muchos años, y ese recuerdo aún perdura vivo en mi memoria. Mi padre, que murió a punto de cumplir los 90 años de edad, fue un hombre que por circunstancias de la vida muchas veces se dobló, pero nunca se quebró. Una de sus frases favoritas era: ‘El ave canta aunque la rama cruja’, y así vivió feliz su vida mi padre. Lo escribe Marco Aurelio González Gama, directivo de este Portal.