Política incorrecta
Me porté mal con Pepe
Corría el año de 1972, había pasado al último año de la escuela primaria. Una rara sensación dominaba el ánimo de los alumnos, y no era para menos, nos disponíamos a cursar el último año de la educación elemental que todo educando debe cursar antes de pasar al siguiente nivel, el de la educación secundaria. Se podía percibir en todos mis condiscípulos, y por supuesto yo no era la excepción, esa rara emoción que nos causaba cursar el sexto año de primaria lo que significaría, al término del año escolar, dejar atrás esa crucial etapa de la vida conocida como la infancia para siempre. No había vuelta atrás, claro estaba que primero había que aprobar el año y después pensar en el siguiente paso.
Nos tocaba de maestro el muy insigne José Bargés Barba, que era un hombre en apariencia gentil, de sonrisa fácil, mirada traviesa y brillante, en pocas palabras un profesor afable que, como ya lo dije, transmitía gentileza y amabilidad a la vez.
Aquellos primeros días de clase, un servidor empezó el curso con mucho entusiasmo sentado en las bancas (2) de mero enfrente al escritorio del profesor. Teóricamente quienes ahí se sentaban eran e iban a ser los alumnos más destacados y aventajados del salón. El gusto me duró poco, no tanto porque fuera un cabeza dura, era demasiado inquieto por no decir que travieso. Conforme fue avanzando el año escolar, fui retrocediendo progresivamente en mi ubicación en las bancas del salón en relación a la cercanía con el escritorio del profesor, pasaba el año escolar y este escribiente tendía a ubicarse en la última fila del salón. Mi retroceso topó con la pared del fondo, y hubo ocasiones en que me fui castigado a escuchar la clase a una especie de covacha que había detrás del aula, a la que separaba una pared de celosía. Hasta allá nos mandó castigados algunas veces, no pocas, el gran Pepe Bargés a Francisco Kiko Cházaro Rosario y a su servidor.
Para qué más, no fui un alumno destacado, me da pena decirlo pero apenas fui regular en aprovechamiento. Me pasaba de inquieto, varias veces mandó a traer el profesor a mi pobre madre por lo que fui un dolor de cabeza recurrente para ella.
Pero yo era el clásico alumno que estaba con un ojo al gato y otro al garabato. Nunca perdí de vista las grandes enseñanzas que nos transmitía el recordado maestro catalán, más que clases eran disertaciones en donde todos los días desgranaba el conocimiento universal mi querido profesor José. Nunca perdí de vista ni el más mínimo detalle, sus gestos, sus indicaciones, sus anécdotas e historias que contaba en clase y que fueron muchas. Mucha guerra le di a Pepe y dolores de cabeza, a veces me porté muy mal, lo que se vio reflejado en mi rendimiento escolar que no dio para más que algunos sietes y ochos, y por ahí a lo mejor se coló algún nueve en geografía e historia, que eran materias que me encantaban y párenle de contar. En realidad lo que más preocupaba en mi casa es que me fueran a dar la carta de buena conducta. Sin ella estaba prácticamente aniquilado, no me iban a admitir en la escuela secundaria.
Con todo y lo mal portado que fui ese año, el sexto de primaria me dejó profundas huellas que el tiempo no ha logrado borrar, ni borrará jamás. José Bargés Barba fue para un gigante de la educación. Lo recuerdo muy bien, como si hubiera tomado clases el día de ayer y cómo se refería a mi con energía cuando me llamaba la atención: ¡González Gama! Pepe era tan sabio que hasta para regañarnos era elegante: «el que escupe al cielo la saliva le cae a la cara». Así solía decirnos a los que recurrentemente nos portábamos mal. De él conservo grandes recuerdos de sus enseñanzas, de su destreza con la que manejaba la «estilográfica» —así le decía a la pluma atómica—, de sus trazos para escribir con un estilo antiguo y pulcro el idioma español, parecía letra como de imprenta. De los tres maestros catalanes que tuve, fue el único que hacía alarde de catalanismo, con frecuencia nos presumía a sus paisanos catalanes que en esos años ya habían dejado una profunda huella en diferentes campos del quehacer en México. Así recuerdo a Jaime Nunó Roca, como todos sabemos el autor de la música del Himno Nacional Mexicano, a don Arturo Mundet Carbó, el fundador de la célebre marca de refrescos de manzana, destacado industrial avecindado en México en los primeros años del siglo pasado y más conocido por sus grandes obras de filantropía. José también nos hacía notar los antecedentes catalanes del que fue un destacado Secretario de Educación Pública, Jaime Torres Bodet, gran impulsor de los libros de texto gratuito de México.
A destiempo le pido perdón a Pepe por los dolores de cabeza que le ocasioné, prometo no volver a hacerlo y portarme bien.

Con cariño imperecedero a José Bargés Barba.