Política incorrecta
Entre México y España (Europa y medio oriente)
Marco Aurelio González Gama

La verdad es que nunca he tenido problemas para tener claro de dónde soy, de dónde vengo y cuál será mi destino final. Esos falsos dilemas de no saber si soy de aquí o soy de allá la verdad es que nunca los he tenido.
Soy mexicano y punto.
Y como tal asumo mi mexicanidad con todo orgullo, con todas sus consecuencias, si es que las hubiera, buenas y malas, orgulloso de mis orígenes, de mi historia personal, de la Historia Nacional, de lo bueno y de lo malo que pudiera entrañar esta, y voy a procurar no olvidarla para que no sea condenado a vivirla dos veces.
Y todo esto viene a colación por aquella exigencia hay de que España debería pedir perdón por los agravios cometidos durante la conquista a los pueblos originarios de México. Para empezar el que escribe no cree en la conquista, ya he escrito antes sobre la teoría de la ocupación de los 300 años, pero esa teoría la volveré a retomar en otra ocasión cuando amerite ampliarse el tema. Sin entrar en los detalles que cuenta la historiografía de que en 1521 no existían políticamente los territorios ni los países que actualmente se conocen como España y México, en lo personal me parece un pedimento fuera de lugar. Se me hace muy difícil ponerme en contra de la llamada «madre patria», y esto lo digo libre de prejuicios o de algún cargo de conciencia. El que escribe tiene una memoria y conciencia histórica en donde siempre ha estado muy presente España. Sin ambages lo digo, soy españolista, sin negar mi parte autóctona, del mestizaje que provengo, creo y me gusta el hilo conductor de la Historia Universal que nos legaron los españoles con su llegada al “nuevo mundo” y al territorio en particular de Mesoamérica.
Como a muchos de los que me hacen el favor de leerme, por mis venas corre sangre indígena, mínimo el 25 por ciento tiene un componente indígena. Si ustedes hubieran conocido a mi abuela paterna entenderían de lo que les hablo. Nada más con ver a mi abuela hubieran adivinado su origen étnico. Fue una mujer auténticamente náhuatl, nació en el llamado “señorío de Cuauhtochco”. Curiosamente de un fenotipo como de indígena norteamericana, mi abuela bien hubiera pasado como prima del célebre Toro sentado o de cualquier otro miembro de una etnia originaria de los Estados Unidos.
Pero mi padre, que adoraba a su madre, fue hijo de un hombre blanco de origen europeo, barbado y blanco. De parte de mi madre tengo herencia portuguesa y española, y seguramente indígena también que no tengo muy bien definida. O sea, soy un mestizo, pues.
Pero voy más allá. Me considero un heredero del neolítico, de las culturas etrusca, egipcia, griega y romana que dominaron cultural y guerreramente el Mar Mediterráneo. Soy heredero de esos buenos españoles que llegaron al país como los frailes franciscanos que ofrendaron su vida por los indígenas de México, por los jesuitas que fundaron escuelas y llevaron el conocimiento a las comunidades originarias más apartadas e inhóspitas del territorio mesoamericano. Soy heredero de quien fundó la Real y Pontificia Universidad de México, soy heredero de Miguel de Cervantes Saavedra y de la lengua que universalizó el “manco de Lepanto”. Soy heredero del Exilio Español, de José Gaos, de Manuel Azaña, y de Alfonso Reyes y Daniel Cosío Villegas que fundaron a partir de instituciones que fundaron los exiliados españoles lo que hoy conocemos como el Colegio de México.
Soy heredero de los profesores que hicieron de su profesión un apostolado para fundar mi querida escuela de enseñanza primaria, el Grupo Escolar Cervantes, de donde mamé la más fulgurante luz que me hizo amar a México, a sus culturas, a su Bandera y a su Himno Nacional, y a los héroes que nos dieron patria e hicieron posible este enorme y maravilloso país.
Ante esto, ¿cómo no voy a querer a España? Negar a España y regatearle la parte que le corresponde en la formación de México sería tanto como negarme a mí mismo y a la historia de la cual provengo.