DOCE DE DICIEMBRE

Desde que existe la memoria sensorial tan exquisita. Tan exclusiva. Tan refinada, todo, absolutamente todo ha ido transformando con el paso del tiempo su estructura. La vida, siendo la misma, es un asunto totalmente diferente si la comparamos con los gestos, los gustos, los decires de el mismo conglomerado en etapas diferentes. En la mía, en mi vida, solo una cosa no ha cambiado. Cuenta y cuenta mucho si se está en paz, en guerra, o en cualquiera de los estados de ánimo por los que atraviesan las sociedades sometidas al cálculo de ver cuál de sus integrantes encumbra más y más rápidamente. Por más que se diga, se pontifique, se exprese en todos los tonos, lenguas y expresiones políticas que todos somos iguales, no es cierto, esa es una expresión contra natura. No somos iguales. Existen los que son más inteligentes, más sensibles, esforzados, dinámicos, trabajadores, ahorradores, nos distinguimos muy fácilmente unos de otros, en ocasiones por el color de la piel, de los ojos, la estatura, manera de vestir, de hablar, de comportarnos. Por la fe. Por ese solo hecho conocemos de golpe y porrazo de dónde venimos, son demasiado obvias y notorias las diferentes maneras de vestir de un esquimal que la de un ser que habite en climas tropicales y tienen en la voz un tono diferente si son del norte del sur o de la costa. La longevidad está íntimamente relacionada con la forma de vida, con la dinámica del aseo personal y colectivo, con las costumbres, con los vicios, con la calidad del agua que se consume, de si vive en clima frío, templado o caliente, de si en espacios abiertos o rodeado de hacinamiento. De promiscuidad. Sí. El ser humano, la vida, el medio ambiente, todo se ha ido transformando. Los olores no son la excepción, por más que son un valor de los catalogados como intangibles, se pasean sin rubor entre nosotros, gritando en medio del silencio, sin que los veas que estás atravesando una zona de pastoreo de vacunos, el olor a majada es característico, mejor dicho, era. Ahora no huele apesta a clembuterol, una sal que la ambición y falta de buenos principios convirtió en práctica cotidiana en la alimentación de los animales que en no pocas ocasiones pastando o encerrados en chiqueros en climas calurosos atiborrados de estos ingredientes tiemblan cual si estuvieran en el frio más espantoso. Sí. Porque no somos iguales. Existen ganaderos que cuidan y quieren a sus animalitos porque tienen conciencia de que están produciendo el alimento que el ser humano necesita para cuidar su salud. El otro, el comerciante sin escrúpulos produce con la ganancia fácil, brechas enormes por donde se cuela la posibilidad de contraer enfermedades de difícil curación para los individuos infectados, lo que junto con los implantes para erradicar el deseo sexual en los vacunos machos, también inhiben el actuar adecuadamente de la lívido y próstata de los varones, así como los desparasitantes y aplicación de fármacos de esos que en letras chiquitas alertan de que ni la leche ni la carne son aptos para el consumo humano. Nadie, de los inmorales respeta nada. Sí, existen las excepciones porque no todos somos iguales. El verdadero ganadero sabe que la leche es un organismo vivo. Una sola cubeta daña a toda la demás así sean miles de litros y allí, no muy lejos está la razón de los elevados casos de cáncer de mama en las mujeres y de próstata en los varones. Los montes tan iguales aparentemente sin cambio, ya no son lo mismo. Ya no es fácil encontrar huaco, hierba del negro, maltanche, sauco y un sinfín de verdolagas curativas. Los incendios por un lado y los herbicidas por otro barrieron con todo. La ausencia de estos vegetales dejó en la orfandad de los olores al campo mexicano. Ayuno del gritar de la existencia de la pomarrosa y la guayaba, del toronjil. Solo parece gritar su desesperada presencia en época de primavera el roble o palo de rosa que floreciendo abandona su clandestinidad y resurge lleno de vigor, colorido y tonalidades que hacen recordar cómo eran las cosas cuando aún se chapeaba con machete. Es difícil por no decir imposible que exista todavía quien recuerde como huele el cabello de las mujeres cuando se bañan en el río. Que alguien me diga de favor si es que pueden identificar solo por el olor en que casa están preparando café, o están friendo huevos con longaniza. Si saben cómo huelen los frijoles negros tiernos cuando se cuecen con un pedazo de chicharrón de cerdo en fogón o estufa ecológica de leña y una rama de epazote. Como han cambiado las cosas. Las nuevas generaciones ya no conocieron las estufas de petróleo, los hornos para secar chile, como eran las capadas de novillos (ahora se les colocan implantes en las orejas), como se hacían las trancas de golpe. Saber diferenciar por el solo olor si el corral está hecho de varenga de roble, de zapote o de encino. Ya se dio sin apenas sentirlo el cambio de lo rural a lo urbano. Desaparecieron las cabañuelas. Es raro encontrar a alguien con olor a sudor. Todos andamos muy perfumaditos. Oler a sudor no se asocia con trabajo sino con ausencia de higiene corporal. Las ciudades ya no tienen como antaño el olor que las identificaba y hacía diferentes hoy todas huelen parecido. Xalapa era la ciudad de las flores.  Huelen todas, o la mayor parte a vapores de drenaje, a esmog, a prisas, a desorden, a hacinamiento y un olor de baches y de locura se desborda por las calles y avenidas y delirantes también parecen las casas y edificios que no guardan un orden o armonía con el ambiente, pintadas unas, pintarrajeadas otras, todas las paredes son marcos improvisados para artistas urbanos llamados pomposamente grafiteros que sin dejar de reconocer un toque de la chispa artística, tiene un tufillo a grosería, a inconformidad, a rebeldía. Es claro que las cosas han cambiado y no necesariamente para bien, el alcohol potable no importa marca color o sabor su olor ya no es el mismo, si es de fina crianza tiene bouquet, su olor es como una invitación al disfrute. Enseña de esa manera su alma noble, su delicadeza. Todos los demás no huelen, ofenden al olfato, despiden sin proponérselo los secretos oscuros de su origen, de su falta de refinamiento. La grosería de su elaboración. Los olores como la vida, como los comportamientos, como el tiempo, han sido, los buenos y los malos, producto de alambiques, de recipientes, de tratos especiales, conocimientos, sentimientos, hasta alcanzar el grado de madurez requerido. Supongo que algo de eso me sucedió. A la manera de Patric Suskins en su libro El Perfume. Llevo prendido, inoculado, su olor en el cuerpo, en el alma, lo puedo identificar diferenciándolo fácilmente de todos los demás, así sean miles de olores los que dancen a mi alrededor y ahora sé por qué viajo. El motivo de mis pasos. Lo hago porque la indago. Busco. Averiguo al caminar si podré encontrarla flotando vaporosa en algún lugar. Bañada en letras, en puntitos de asteriscos y punto y coma cuando escribo. Rabiosa con sus ojos de cierva en estampida. Con su olor característico. Con su rebeldía, con su predilección por la luna y las estrellas. Todo cambió. Solo permanece firme. Inalterable por la vida y por el tiempo, su olor en mí. La fe en nuestro   pueblo. Su ausencia saturada de compañía, aunque para todos parezca lejana. Inalcanzable. ¿Tú tienes un valor así, perseguido al escribir, al caminar? Hasta tocarla sin tenerla.? La verdad no sé si soy así, o solo escribo de esta manera por ser doce de diciembre y es una manera modesta de rendir homenaje a todas aquellas personas adultas y jóvenes que, superando por la fe, todas las adversidades, van año con año a traer desde la Basílica hasta Carranza, el fuego de la esperanza para celebrar con gran dignidad a la Morenita del Tepeyac. Dios los colme de bendiciones.

 

SILVESTRE VIVEROS ZÁRATE