Mi última columna de 2021
Saber mirar es saber amar
Enrique Rojas
Casi de forma automática al finalizar un año, los seres humanos nos da por hacer un alto, y reflexionar respecto a qué se ha realizado durante ese periodo. Debo admitir que todos los años tienen su encanto y sus sinsabores, y éste no fue la excepción, aunque por el hecho de la muerte de mi madre y el padecimiento del covid-19, créanme que no lo olvidaré.
También destaco este año, como en el que menos libros académicos leí, me concentré más en obras relacionadas con el otorgamiento de respuestas a los sucesos que en mi vida estaban pasando, más que por un ejercicio intelectual, como un reducto de explicaciones asequibles a mi vida.
Los libros siempre han sido mis mejores amigos, en todo resquebrajamiento de mi vida han estado ellos, me han ayudado para salir adelante, y no me refiero solo a la idea de sobrellevar los vaivenes de la vida, quiero decir que hasta para ir sorteando mis aspectos profesionales, en ellos he hallado una respuesta seria, solvente y en la mayoría del caso carente de sesgo.
La vida es un constante volver a empezar, un camino donde uno atraviesa situaciones alegres o incluso instantes de felicidad, pero también momentos difíciles.
No podemos elegir gran parte de lo que nos sucederá en la vida, pero somos absolutamente libres, todos y cada uno de nosotros de elegir la actitud con la que afrontamos.
Desde que Angus Deaton -Premio Nobel de Economía- escribió “El Gran Escape”, sabemos que nuestra sociedad actual es comparativamente más rica que nunca. Jamás hemos tenido tanto como hasta ahora. En los países desarrollados y en desarrollo nuestras necesidades están cubiertas y podemos disponer casi de cualquier cosa; y para quienes tienen mejor “suerte” pueden hacerlo solo un clic de distancia.
Como consecuencia, y aunque no sea deseable pareciera prudente “huir” de ello, estamos “normalizando” la sobreabundancia, y en ocasiones creemos que nos merecemos todo, algo que nos hace pensar que es bueno que tengamos acceso a todo lo que deseamos (para quienes les guste este tema recomiendo “Psicoanálisis de la sociedad contemporánea” de Eric Fromm)
Sin embargo, ninguna acumulación de cosas puede proporcionar por sí sola el acceso a la felicidad, para ello se requiere plenitud; esto último en lo particular lo pude observar desde que llamé “los ojos del enfermo” ya que desde el evento crónico que viví pude analizar la vaguedad y los aspectos superfluos de los supuestos esquemas de “éxito” y “prosperidad” en medio de una crisis mundial.
De ahí, es que coincido con algunos planteamientos de Steven Pinker (Psicólogo experimental de Harvard Collage y Marian Rojas Estapé, Psiquiatra del Instituto Español de Investigaciones Psiquiátricas), quienes mencionan que la felicidad consiste en tener una vida lograda, donde intentamos sacar el mejor partido a nuestros valores y a nuestras aptitudes.
Esto último es destacable, ya que actualmente es de tan altas magnitudes la situación de los temas emocionales del individuo que se habla de la posibilidad de que los Estados realicen acciones afirmativas respecto a la Salud Mental, como un Derecho Humano, y no parece descabellado, mas, cuando el 20 por 100 de nuestra sociedad está medicada por problemas de ánimo.
Es decir, si lo vemos desde los factores de producción de la economía, el 20% de nuestra fuerza de trabajo se encuentra alicaída. Por ello, y en aras de no hacer más extensa mi colaboración, me gustaría mencionar que con todo y lo que hayamos vivido, no olvidemos que solo podemos actuar, sentir en el momento presente.
Ya que, si bien el pasado nos aporta una fuente valiosa de información, no debe predestinar nuestro futuro, tomemos lo valioso del pasado, por ejemplo, cierro mi columna con una anécdota personal: