JORGE ZEPEDA PATTERSON
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Las famosas conferencias del presidente Andrés Manuel López Obrador se han convertido en el teatro en el que tienen lugar los escándalos de la política convertida en espectáculo. Sea por designaciones controvertidas de embajadores y el desafío a la canciller de Panamá, por el anuncio de una pausa en las relaciones con España o por el enésimo encontronazo con periodistas y medios que critican al Presidente. Ninguna de estas polémicas son centrales a los grandes problemas de México (empleo, crecimiento, inseguridad pública, salud), pero todas ellas han acaparado la conversación mediática en su momento y monopolizado en buena medida la atención de los protagonistas de la vida pública.
Las mañaneras de AMLO siempre han tenido esa característica, pero de un tiempo a la fecha se han acelerado la frecuencia y la intensidad de sus declaraciones explosivas. En las últimas semanas el Presidente parece empeñado en soltar una bomba mediática cada dos o tres días, sea por iniciativa propia (el reclamo a España, por ejemplo) o por reacción a las críticas de sus adversarios (denuncias sobre su hijo José Ramón). ¿Qué hay detrás de esto? ¿a qué obedece? ¿el Presidente está perdiendo el control y reacciona cada vez más visceralmente como resultado de su cólera y frustración ante los magros resultados de su administración, como afirman sus adversarios? ¿o se trata de una estrategia política para defender la reputación y la estatura moral del proyecto de la 4T, el reducto que más le importa al mandatario, como argumentan sus seguidores?
En suma, ¿estamos perdiendo al Presidente o no es más que una línea para asegurar la consolidación política de una base social de cara al fortalecimiento y continuación del obradorismo? Irónicamente, las dos hipótesis parten de la misma premisa: los resultados de la administración se encuentran por debajo de las muchas expectativas creadas por el arribo del gobierno del cambio. Las estadísticas no mienten, aun si una de las partes tiene otros datos: simple y sencillamente no se pudo, como se prometió, crecer a tasas de seis por ciento, pacificar al país o revertir la pobreza. Sus adversarios dirán que por la incapacidad del obradorismo y la visión irreal del mundo por parte de su líder; los obradoristas enfatizarán el papel devastador de la pandemia y el boicot pasivo y activo de los poderosos sectores conservadores.
Como suele suceder en todas las polémicas extremas, las dos partes podrían tener alguna razón. 1.- La pandemia. Nunca sabremos cuál habría sido el impacto de las propuestas de la 4T sin una caída de casi nueve por ciento en la economía; un efecto devastador que barrió con el encomiable objetivo de incrementar el poder adquisitivo de las clases populares para reactivar el mercado interno y generar un crecimiento con mejor distribución. Podemos discutir hasta el cansancio si la estrategia del gobierno frente a la crisis fue buena, regular o mala, pero es evidente que, al margen de ello, la pandemia cambió al sexenio de manera categórica.
2.- Por supuesto que ha habido resistencia de los grupos antagónicos al cambio, sea porque hacen la defensa de sus intereses y privilegios, sea por la genuina reivindicación de su propia idea de país respecto a otra que rechazan. Sin duda la 4T pisó los callos de poderosos intereses: el outsourcing defraudador, la evasión de impuestos de las corporaciones, el cohecho disfrazado a dueños de medios y columnistas o los márgenes abusivos en perjuicio del patrimonio público por parte de proveedores, por mencionar algunos. Y tampoco podemos ser ingenuos, las campañas negras de una parte de la élite en contra del ascenso de López Obrador datan desde “el haiga sido como haiga sido”, confesado por Felipe Calderón en 2006.
3.- Pero también es cierto que los errores de concepción o ejecución de la nueva administración están a la vista. De entrada, todo nuevo equipo está sujeto a un costo de aprendizaje inevitable. Pero ha habido algo más que eso. Se sobreestimó el peso de una nueva actitud como eje para sanear por sí misma la corrupción en el gobierno; se subestimaron las logísticas en el combate a los monopolios de las medicinas provocándose un prolongado y penoso desabasto, se minimizaron las fugas y distorsiones en el esquema de distribución de los apoyos sociales a los sectores populares, por ejemplo. Muchos de estos errores pueden ser atribuibles a la alternancia, pero resultaron agravados por el rechazo del Ejecutivo a reconocer toda falla para no dar municiones discursivas al enemigo, con lo cual el régimen se privó a sí mismo de la posibilidad de corrección y mejoramiento que todo gran proyecto necesita.
En suma, los obradoristas afirmarán que pese a los factores uno y dos, pandemia y boicot de los conservadores, mucho se ha conseguido; sus adversarios pondrán el énfasis en los negativos y los atribuirán al tercer factor. Lo cierto es que, por las razones que hayan sido, el presidente que tomó posesión en 2018 no tenía previsto encontrarse con la realidad que vive cuatro años después. Lo cual nos lleva a la pregunta inicial: ¿esa situación lo ha sacado de quicio y reacciona cada vez más visceralmente? ¿o lo ha llevado a asumir conscientemente una estrategia de polarización agudizada para afianzar su base política y asegurar la continuación del obradorismo?
Cualquier respuesta es subjetiva porque pasa por valoraciones políticas igual que psicológicas. Dicho lo anterior, me parece que las dos pulsiones están en juego. El Presidente está genuinamente convencido de que sus enemigos son responsables de buena parte de la imposibilidad de concretar el cambio y su frustración es visible. En las mañaneras, ese ejercicio en el que no se guarda nada o muy poco, se muestra cada vez más histriónico y emotivo, y eso no es solo una puesta en escena.
Pero también es cierto que la constatación del poder de sus adversarios y los muchos obstáculos de la realidad lo han llevado a la conclusión de que lo único en lo que puede confiar es en el núcleo duro de sus seguidores y que eso bastaría para asegurar el poder que permita esperar tiempos mejores. En ese sentido, las bombas mediáticas que ha estado lanzando en contra de “élites, corporaciones y periodistas privilegiados” por más que irriten a buena parte de la opinión pública, abonan a esta alianza. En lo personal, creo que el Presidente está desperdiciando su capital político, con el que podría haber hecho mucho más que atrincherarse.
Solo espero que él esté consciente que no todo se agota en la batalla por el obradorismo, que lo que está haciendo sienta precedentes para los siguientes jefes de gobierno y que toda bomba tiene efectos colaterales trátese del intercambio con España, de la libertad de prensa o las exportaciones de aguacate. Sus adversarios tienen menos poder del que les atribuye y los actos presidenciales más consecuencias que las que él está mirando.