Por Luis Gastélum
Justo, entrañable, excepcional, objetivo, juicioso, clarividente, generoso, magnífico, bondadoso, cálido, sonriente, bueno a cabalidad, virtuoso en todos los sentidos. Adjetivos no faltaron para ponderar hace ocho años la vida y obra del poeta uruguayo Mario Benedetti en ocasión de su muerte, la noche de un domingo de mayo en su casa de Montevideo a los 88 años. Los amigos y los no tanto, todos escritores, se deshicieron en elogios para el autor de La muerte y otras sorpresas. Sin embargo, los hubo quienes lamentaron su deceso pero también su poesía: para el crítico literario Marco Antonio Campos, la prosa y la poesía de Benedetti le eran ajenas: “Era un autor para escolares”, dijo sin más. Algunos otros escritores consultados entonces por Reforma prefirieron reservarse su comentario sobre Benedetti, mientras Margo Glantz reconoció que lo leyó poco y José de la Colina también “pero no me interesó”, dijo. Pero fue el poeta y escritor colombiano Alvaro Mutis, fallecido hace cuatro años, quién entonó entonces el mejor himno: “Benedetti fue un caso excepcional en este continente, un hombre de una objetividad, una claridad y un equilibrio que hacían absolutamente magnífico y muy fructuoso todo juicio suyo sobre una obra literaria escrita en América Latina. Su muerte realmente nos deja huérfanos de alguien que sabía muy bien cómo era el espíritu, el mundo de las letras latinoamericanas y en qué valor se podían medir sus obras”, consideró el desaparecido autor de La muerte del estratega. Para el crítico Emmanuel Carballo, primer editor en México de La tregua, la novela más emblemática de Benedetti y de la cual se dio el raro caso de vender un millón de ejemplares, no cree que sea el mejor escritor en lengua española, no es uno de los diez mejores escritores de lengua española, pero sí está entre los veinte primeros: “No es un genio de la literatura, no es un Vargas Llosa, no es un Cortázar, no es un Carpentier, no es un Lezama Lima, no es un Onetti, pensando en otro uruguayo. Mario es un buen escritor que cumplió muy bien el papel de iniciar a muchos, muchos, muchos uruguayos, sudamericanos, mexicanos y españoles en la poesía o la novela. No escribió grandes novelas, eran tan sencillas, humanas y fáciles de leer que hizo que la gente pasara de los cómics a la verdadera literatura”, escribió en Reforma el también desparecido crítico literario. Y para el Nobel de Literatura José Saramago, Benedetti tenía una capacidad de trabajo extraordinaria y “con su genio, su talento y su coraje podemos decir que ha sido una obra muy hermosa y su vida es un ejemplo”. Los restos de Benedetti fueron velados en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo de Uruguay, donde desde temprana hora del lunes, decretado día de luto nacional, comenzaron a desfilar de manera discreta ciudadanos para despedir al poeta que la víspera falleció por una enfermedad intestinal y un asma crónicos, y cuya salud empezó a deteriorar desde 2006, tras la muerte de su esposa Luz, con quien estuvo casado durante 60 años. Apostado al lado de los cirios que custodiaban el cuerpo, Raúl Benedetti recordó entonces a Mario como un excelente hermano mayor, “a quien siempre le gané jugando al futbol, el deporte de su pasión”. Ahí, el entonces presidente Tabaré Vázquez dijo: “Los hombres como Mario nunca mueren, se siembran”. Benedetti fue un intelectual de izquierda, motivo por el que se exilió durante la dictadura militar que gobernó Uruguay entre 1973 y 1985, en Argentina, Perú y Cuba (“Las letras lloran la pérdida del poeta”, destacó el Granma aquel mayo de 2009) para posteriormente radicarse en España. Luego del regreso de la democracia, se “desexilió” y alternó su estancia entre ambos países para evitar el frío del invierno que acentuaba su asma. “Don Mario ha conseguido que su voz sea la de muchos y que millones de personas nos hayamos reconocido en sus versos y en su lucha”, escribió el entonces presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, en un telegrama dirigido a la familia de Benedetti. Integrante de la denominada Generación del 45, Benedetti escribió más de 70 libros. Apenas en septiembre del año de su muerte publicó el poemario Testigo de uno mismo y antes de su fallecimiento trabajaba en un nuevo libro de poesía bajo el nombre de Biografía para encontrarme. ¿En qué género se siente más seguro?, le preguntó en ocasión de sus 80 años la reportera de La Jornada Sanjuana Martínez, y el autor le respondió: “Poesía y además hace años que no escribo cuentos. Para escribir una novela se necesita un espacio libre. Un poema lo puedo escribir en un avión, o esperando al destino. Claro que a veces se hacen apuntes de un poema, es muy difícil que escribas la versión definitiva esperando al dentista. La novela es un mundo que uno inventa y tiene que meterse en ese mundo, porque no se pueden escribir diez páginas hoy y las próximas diez páginas en unos años. Por eso yo demoré tanto en escribir Andamios. Si a mí me dejaran tranquilo podría escribir más novelas, pero no me dejan, tengo muchos viajes, entrevistas y muchos compromisos. Hace como cuatro años que pretendo tomarme un año sabático y no puedo”. Desde México Juan Gelman le envió un mensaje que fue leído en su velatorio: “Querido Mario, te digo adiós, pero no te lo digo. Te despido, pero no te despido. Siempre estarás en mí y en el alma y en el corazón de miles de personas que entraron en la poesía a través de la puerta grande de tus poemas. Hasta luego, entonces”, le decía el poeta argentino también ya fallecido. El cantautor uruguayo Daniel Viglietti, amigo cercano de Benedetti y quien musicalizó sus poemas y con quien compartió el espectáculo A dos voces y llenó los auditorios de las ciudades de los países de América Latina donde se presentaron durante varios años, declaró: “Es alguien insustituible, el primero que me diría que no, es él, pero yo insistiría, sigo insistiendo, hay insustituibles y Mario es uno de ellos”. En tanto, el escritor chileno Luis Sepúlveda expresó: “Me levanté de mala gana. Sólo me apetece emborracharme, pedir un whisky y decirle al camarero que me ponga el más humilde que tenga con una rodaja de limón”, explicando que así era como lo pedía “mi queridísimo amigo” en los “boliches” de Montevideo. Pero es otro montevideano a quien más le dolió la muerte del poeta: Eduardo Galeano, quien señaló que Mario Benedetti creía en otro mundo posible y era el raro caso de un escritor generoso que celebraba el éxito de los demás. El autor de Las palabras andantes, conmovido, asistió por un rato al velorio pero no quiso hablar, ya lo había advertido: “El dolor se dice callando”. En la misma entrevista de La Jornada con Sanjuana, el autor de El olvido está lleno de memoria le dijo: “A medida que uno avanza en edad, lógicamente se va acercando a la muerte, hay que irse acostumbrando a la idea de la muerte para que no te tome de sorpresa. Yo no le tengo miedo a la muerte, no creo en castigos ni infiernos ni en la recompensa del paraíso porque soy ateo”. Y en un baile de letras, como dijera don Mario, murió Benedetti, y pese a las voces disonantes en torno a su obra, de todos modos le decimos Gracias por el fuego. Y es que como el mismo poeta escribió en La vida, ese paréntesis: Sintetizando / todos sabemos que nada ni nadie / habrá de ahorrarnos el final / pero así y todo / hay que vivir como si fuéramos inmortales.