Agosto es un mes raro. Es que es de vacaciones, dicen, no trabaja nadie, ni siquiera la inspiración. Sin embargo, el mes que se llamó sixtilis hasta el año 24 –entonces el año empezaba en marzo– cuando el emperador romano Augusto Octavio decidió ponerle su nombre y aumentarlo a 31 días para igualarlo al mes que bautizó en su honor su antecesor Julio César, ha sido el lapso de tiempo decidido por algunos escritores para el desarrollo de sus historias de ficción y el escenario para otros dramas que nos regala nuestra bendita realidad. Tal es el caso de Gabriel García Márquez, quien escogió el octavo mes del año para darle título a dos de sus cuentos: Espantos de agosto (“Así, sin apellidos: Ludovico, el gran señor de las artes y de la guerra, que había construido aquel castillo de su desgracia, y de quien Miguel Otero Silva nos habló durante todo el almuerzo. Nos habló de su poder inmenso, de su amor contrariado y de su muerte espantosa. Nos contó cómo fue que en un instante de locura del corazón había apuñalado a su dama en el lecho donde acababan de amarse, y luego azuzó contra sí mismo a sus feroces perros de guerra que lo despedazaron a dentelladas. Nos aseguró, muy en serio, que a partir de la media noche el espectro de Ludovico deambulaba por la casa en tinieblas tratando de conseguir el sosiego en su purgatorio de amor”) y en la novela inacabada e inédita En agosto nos vemos (“Habían dado las dos cuando la despertó un trueno que sacudió los estribos de la casa, y el viento forzó el pestillo de la ventana. Se apresuró a cerrarla, y en el mediodía instantáneo de otro relámpago vio la laguna encrespada, y a través de la lluvia vio la luna inmensa en el horizonte y las garzas azules aleteando sin aire en la borrasca”). Luz de agosto, tituló William Faulkner ese gran fresco siempre vigente sobre la incomunicación, la intolerancia y la violencia humana (“Joe creía que trataba de escapar de la soledad, no de sí mismo. Pero la calle continuaba. Él, como un gato, no concedía la menor importancia a los lugares. Pero en ninguna parte encontraba la paz. Y la calle continuaba, con sus cambios de carácter, con sus fases, pero siempre vacía”). Agosto, Condado de Osage, un drama multigeneracional basado en hechos reales de la propia familia del dramaturgo a partir del suicidio de su abuelo materno, la adicción a las drogas de la abuela y protagonizado por una madre cuyo cáncer de boca es literal y figurativo, es una obra del actor y guionista Tracy Letts, ganadora del Pulitzer en 2008 y adaptada por él mismo para el cine, dirigida por John Wells y un reparto multiestelar, película nominada a varios Oscar y otros premios (VIOLETA (Fuera del escenario): …Hijo de puta!… BEVERLY: Violeta, mi mujer. Ella toma píldoras, a veces en gran cantidad, y le afectan, entre otras cosas, su equilibrio. Afortunadamente las píldoras que toma eliminan su necesidad de equilibrio. Así que se cae cuando divaga… pero no divaga mucho. Mi esposa toma pastillas y yo bebo. Ese es el trato que hicimos… un pacto cruel). Para recrear los prejuicios de la clase media provinciana de Chiapas, Rosario Castellanos escribió el cuento Los convidados de agosto, enmarcado en las festividades del santo patrón de Comitán (“La gente reía; los hombres con sabrosura, sin disimulo; las mujeres a medias, ocultando los labios bajo el fichú de lana o el chal de tul o el rebozo de algodón, según si eran señoras respetables, solteras de buena familia o artesanas, placeras y criadas”). El inolvidable Jorge Ibargüengoitia también tituló Los relámpagos de agosto la novela satírica que cerró su serie de narraciones sobre la revolución mexicana (“Quiero dejar bien claro que no nací en un petate, como dicen, ni mi madre fue prostituta, como han insinuado algunos, ni es verdad que nunca haya pisado una escuela, puesto que terminé la Primaria hasta con elogios de los maestros; en cuanto al puesto de Secretario Particular de la Presidencia de la República, me lo ofrecieron en consideración de mis méritos personales, entre los cuales se cuentan mi refinada educación que siempre causa admiración y envidia, mi honradez a toda prueba, que en ocasiones llegó a acarrearme dificultades con la Policía, mi inteligencia despierta, y sobre todo, mi simpatía personal, que para muchas personas envidiosas resulta insoportable”: General José Guadalupe Arroyo). En agosto, a los ocho meses de gestación, nació Jorge Luis Borges (Soy el que sabe que no es menos vano / que el vano observador que en el espejo / de silencio y cristal sigue el reflejo / o el cuerpo (da lo mismo) del hermano. / Soy, tácitos amigos, el que sabe / que no hay otra venganza que el olvido / ni otro perdón. Un dios ha concedido / al odio humano esta curiosa llave. / Soy el que pese a tan ilustres modos/ de errar, no ha descifrado el laberinto / singular y plural, arduo y distinto, / del tiempo, que es uno y es de todos. / Soy el que es nadie, el que no fue una espada / en la guerra. Soy eco, olvido, nada), y Julio Cortázar: “Ha pasado casi un mes desde que el Imperio Austro-Húngaro le declarara la guerra a Serbia –así recordaba el mismo Cronopio su nacimiento–. Es la hora del cambio brusco de época. Arranca el Siglo 20. Comienza la Primera Guerra Mundial. María Herminia Descotte da a luz a un pequeño que llamará Julio Florencio. Pero es agosto, 26, de 1914. Es el distrito de Ixelles, al sur de Bruselas. Mientras María Herminia está pariendo a quien sería uno de los escritores de habla hispana más brillantes del siglo pasado, retumban en sus oídos los sonidos de la artillería. Son las tropas alemanas que invaden la capital belga”. El último día de este mes de un año antes de su muerte (1998), Octavio Paz le escribió a su amigo entrañable el poeta catalán Pere Gimferrer: “Esta carta es absolutamente confidencial. Como tú sabes, tengo la posibilidad –mejor dicho: el derecho— de proponer candidato tanto al Premio Cervantes como para el Premio Príncipe de Asturias. Me parece que tú serías un candidato ideal para uno de esos premios. Lo digo inspirado no tanto por la amistad que nos une como por la valía de tu obra, lo mismo la de lengua española que la escrita en catalán. Si aceptases mi proposición, tendríamos que pensar para cual de los dos premios debería proponerte. Un fuerte abrazo”. Esa carta fue escrita por Paz hace más de veinte años y es fecha todavía que no le han otorgado ni el premio Cervantes ni el Asturias al poeta barcelonés, quien tiene un poema titulado Agosto: No culpéis a nadie del derrumbamiento del hombre. / La entrega estéril de la palabra, / don de los antros, cuando la noche, la helada, / labra un fuego venusiano, / y el sol, un ser de nieblas, desfallece. Este sorbo, sorbo de nada, encendidos labios, / piedra de púrpura, la semilla más secreta del hombre, / porque no se precisan armas para vencer al hombre: / ya los relámpagos son un signo de ello. En agosto, dicen los astrónomos, una de las maravillas del cielo de verano observable a simple vista en ausencia de la Luna pero lejos de las grandes ciudades, es la Vía Láctea: una banda de difusa luminosidad que atraviesa el cielo de noreste a sur, en ella aparecen constelaciones como el Cisne, Casiopea, Águila, Sagitario, Escorpio y el famoso triángulo del verano formado por las estrellas Deneb, Vega y Altair. En agosto, hace unos días, fue el eclipse y también dicen que desde la Tierra se ven dos lunas, toda vez que por la “aproximación planetaria” de Marte, el planeta rojo se ve del tamaño de la Luna. Aunque también dicen que sólo es una leyenda urbana que se repite cada agosto desde que en 2003 Marte se situó a tiro de piedra de nuestro planeta, lo cual no se repetirá en los próximos 60 mil años. A principios de un agosto Barry Bonds llegó a 756 jonrones, superando así a Hank Aaron, quien a su vez había roto la marca de 714 toletazos que estableció Babe Ruth en 1935. Bonds se mantiene en la cumbre. También dicen que en agosto aumentan los accidentes de carreteras y la delincuencia. Tal es el caso de Yadira Balanzar Orbe, quien asaltó un banco de una plaza comercial de la ciudad de México y fue aprehendida. Le tomó media hora decidirse, mientras daba vueltas y vueltas. Entró al banco y como cualquier cliente sacó su ficha de espera, que estrujaba con la mano en la bolsa de su chamarra, mientras con la otra, también guardada en su chamarra, jugaba nerviosa con un cúter. Llegó su turno y le tocó la caja 3. La robusta mujer de 29 años jaló del cabello a la cajera y la amenazó con el cúter, exigiéndole que le entregara el dinero que tenía en la caja: 29 billetes de 500 pesos y 15 de 100. Con el dinero en sus manos, salió del banco pero a unos metros fue detenida por dos policías. Trató de defenderse, primero con el cúter, pero se lo quitaron, y luego con los dientes, que le clavó en el brazo izquierdo a uno de los agentes. “No sé cómo le hizo, pero hasta me atravesó la chamarra y la camisa”, relató sorprendido el uniformado. Ya ante el Ministerio Público la mujer declaró: “Quería completar para el uniforme de mi hija, de 7 años, y pagar unas boletas de empeño que ya se me habían vencido. Me vi muy desesperada y mi desesperación me llevó a esto”, dijo la madre soltera y a quien en lo que va de agosto le fue muy mal en la venta de calzado por catálogo. Agosto es el mes en que más mienten los políticos. Pero también parece ser que la naturaleza se ensaña en este mes de la canícula y se forman los huracanes (Harvey, por ejemplo; o antes Jeanne, Katrina, Stan, Agatha y Manuel) que con sus vendavales y diluvios vienen a descubrir las miserias al volarles el techo que las cubría con sus vientos de kilómetros por hora y a ponernos literalmente con el agua hasta el cuello. Y es que cuando la esperanza es arrastrada por millones de metros cúbicos de agua y se va para no volver, entonces llegan el desánimo y la frustración y se instalan para siempre, con saña, sobre todo en donde habitan los más pobres, que nunca habían tenido nada y ahora, en agosto, lo han perdido todo.

Ahora son los sin nada, esos que vivían en chozas que albergaban hambre y apuros, pero la furia natural se llevó su único y precario patrimonio que poseían –otra vez la nada– y se guarecen ora en un albergue, ora bajo un techo de lámina de cartón que no alcanza a cubrir toda su miseria, y ahora naufragan en la desdicha con bandera de damnificados bajo el cielo de agosto, el mismo mes raro pero de hace ochenta años en el que Malcom Lowry, el autor de Bajo el volcán y Oscuro como la tumba donde yace mi amigo, le escribió desde México a su esposa: “Maldito sea este mundo estúpido que nosotros no hicimos así”.