Estamos hablando de finales de los años 70, acababa de llegar a estudiar a la ciudad de México para estudiar la profesional. Fue entonces cuando escuché por primera vez esas dos voces que me impactaron para siempre, las del uruguayo Alfredo Zitarrosa –así, sin segundo apellido- y la del argentino Atahualpa Yupanqui. Era una época en la que se escuchaba mucho folclor latinoamericano en las escuelas de educación superior de México, sobre todo en la capital y en el centro de la República. Víctor Jara, Mercedes Sosa, Los chalchaleros, Óscar Chávez, Daniel Viglietti e Inti illimani, dominaban la escena en los auditorios de las facultades de la UNAM, UAM y el Politécnico, y en la CDMX había muy buenas peñas en donde se tomaba vino al ritmo de esta música. A Zitarrosa y a Yupanqui los consideraba otra cosa, al igual que a Mercedes Sosa. El pasado 23 de mayo se cumplieron 30 años de la desaparición física del “último indio” argentino, Atahualpa Yupanqui, que en realidad se llamaba Héctor Roberto Chavero y que tampoco era un indígena puro. Su padre era un mestizo de sangre quechua, pero su madre era criolla de origen vasco, o sea, una parte de sus ancestros, como casi todos los argentinos, son “hijos de los barcos”. Pero Atahualpa exaltaba su origen indígena en su música, con ese toque inconfundible de los gauchos argentinos, amantes de los asados, del vino y del mate. La primera vez que escuché ‘Los ejes de mi carreta’ me quedé prendado de la música de Atahualpa, y hoy todavía de vez en cuando la escucho saboreando un buen tinto Garnatxa (garnacha y/o grenache) para sentirme un gaucho y pensar en la inmensidad de la pampa argentina: Porque no engraso los ejes/me llaman abandonao/si a mí me gusta que suenen/pa’ que los quiero engrasar… Lo escribiò Marco Aurelio González Gama, directivo de este Portal.