Intolerancia y refracción

 

La mayoría de compendios de significados de palabras, mejor conocidos como diccionarios, palabras más, palabras menos, definen a la intolerancia como la capacidad o habilidad que posee una persona de no soportar las opiniones diferentes a las de él. Esto, desde luego, cuando reducimos el término a un personalismo o personalismos. Coloquialmente se dice de manera personal. Por eso la intolerancia es sinónimo o se suele asociar con intransigencia, terquedad, obstinación y testarudez por no respetar a las personas que poseen diferentes pensamientos ya sea en el ámbito político, religioso, cultural, sexual, racial, entre otros. Es así que la intolerancia es una actitud o conducta que no permite una buena convivencia entre las personas. Pero hay diferentes tipos que rebasan el ámbito meramente personal o de diferencias de criterio o puntos de vista. Estas entran en el terreno alimenticio o medicinal, por ejemplo, a la lactosa, al huevo, a la sacarosa, a la fructosa, al gluten, a los mariscos, a los sulfitos (sal o sustancia química) y a ciertos tipos de medicamentos, aunque en este caso también se puede llamar alergia. A partir de aquí perdonen estimados lectores porque voy a hablar en primera persona, hablando de personalismos. Y es que hablando de mi más evidente intolerancia, que la conocen muy bien en mi círculo familiar más próximo, o sea a la lactosa, de unos años para acá me he vuelto prácticamente intolerante a todo, lo animado e inanimado. Me he convertido en un ser refractario. No dejo pasar nada por no decir que tolero muy pocas cosas personajes de los diferentes ámbitos y actividades tanto de los medios local, nacional como internacional. Trátese de quien se trate, no tolero a personajes de la televisión como el perro Bermúdez, Esteban Arce, en general a casi todos los cronistas deportivos de la pantalla, principalmente el los televisos, pero también hay algunos de la competencia que no tolero ya como Álvaro Morales, la voz tipluda de David Faitelson y Jorge Pietrasanta, y de Fox Sports Orvañanos se me ha hecho infumable. En Imagen Televisión paso con la pareja de Eduardo Videgaray-José Ramón San Cristóbal, mejor conocido este último como la estaca (ambos son unos bullys profesionales) y de la televisora del Ajusco prácticamente no puedo hablar porque casi nunca la sintonizo. El único noticiario nocturno que veo en la pantalla chica es el de Ciro Gómez Leyva, y buena parte del programa lo mantengo en mute. Del mediocre fútbol mexicano ya ni hablamos, más cuando el Cruz Azul anda arrastrando la cobija. Pero en general a todo el sistema del balompié mexicano profesional ya no lo paso. Hace mucho tiempo que dejé de creer en la selección mexicana. Y así me pasa con casi todo lo que usted pudiera o pueda imaginar: cine, música y muchos grupos musicales, prensa escrita, programación televisiva, comentaristas, personajes de la farándula -no aguanto ni medio minuto los programas de espectáculos y de los «famosos» y los matutinos de casi todos los canales de televisión-. Yo no sé si es la edad o fue el efecto de la pandemia, pero me he convertido en un intolerante irremediable.