Ventana del otoño.

 

Al abrir las hojas de cedro, entra el embate de inconstantes élitros. Los grillos se llaman entre sí con golpes de metal quebradizo. Alguien pasa fumando y vierte una vereda de humo de viejo tabaco en el viento. En el jardín revuelan ráfagas de fosforescentes luces. Con fulgores estivales salen a copular las luciérnagas. Esparcen su luminiscencia punzando la húmeda oscuridad cavernosa, en frenética danza noctámbula de centelleos amorosos. El fuego de la luna llena se ha quedado atorado entre el bosque de encinos de la alameda. Sólo rojizos haces de luz escurren entre las frondas. Antes de cerrar la recámara y correr la cortina, se ilumina su cuerpo con un resplandor de incendio inevitable. Sus cabellos son flamas, sus ojos crepitan como ardientes tizones. Con el ánimo de convertir cada vida en frágil hoja seca, esta noche, presuroso, después de un largo sueño, se ha despertado el otoño.

Manuel Antonio Santiago.

Foto de Víctor León.