De frente al mar
Juan Noel Armenta López
Era un viejo que pescaba solo en el bote, y hacía ochenta y cuatro días que no cogía un pez. Así empieza el maravilloso libro “El viejo y el mar”, de Ernest Hemingway. Sirven esas palabras como una ventana que se abre frente al mar y recibe el aire fresco impulsado por las grandes olas del mar. Entra por esa ventana el sol, el pueblo de Cuba, los personajes, el olor de la sal, el aroma de las palmas, el cangrejo caminante, la risa de la mujer costeña, así como la figura del pescador. El resto de la pintura narrativa sirve para que cada lector suba al bote del pescador y viaje a ver la profundidad infinita de ese inconmensurable mar azul. Que el lector vea y viva esos misterios y sus peligros. En eso consiste la magia de quien escribe “El viejo y el mar”. Había un muchacho que siempre acompañaba al viejo en su pesca. Pero el muchacho es obligado por su familia a que abandone “al viejo salado” que no pesca, y que se vaya con quien había tenido mejor suerte en el mar. Pero el muchacho, triste, ve al viejo que va y viene del mar sin suerte de pesca, y no lo abandona. Después de regresar de la pesca, el muchacho visita al viejo y lo ayuda a bajar los “aparejos” de pesca utilizados en su vieja y derruida barca. Es impresionante como Hemingway describe al viejo pescador: es un viejo flaco y desgarbado. Tiene el viejo arrugas profundas en el cuello. Tiene el viejo pescador cáncer de piel que le produjo el sol. Y las manos del viejo tienen hondas cicatrices por manipular las grandes y rasposas cuerdas. Santiago se llama el viejo pescador. Cuba es el lugar que pisa Hemingway para narrar su obra. Tristeza y enojo, son dos emociones profundamente bien manejadas que se sienten cuando apunta que varios pescadores se ríen del viejo Santiago burlonamente. Retrata así Hemingway la estupidez humana. Sin embargo, a Santiago no le daña la malsana intención de la sorna hipócrita de algunos seres humanos. Nunca pidas prestado, empiezas por pedir prestado y terminas por pedir limosna, le dijo una vez Santiago al muchacho. Da así con este discurso Santiago una lección de valores éticos. Otro momento de tristeza es cuando el muchacho se da cuenta que el viejo pescador se está quedando ciego. El tiempo, el sol, la sal, y el viento, hacen estragos en la humanidad del viejo pescador. Pero la entereza del viejo le hace que camine como si sus ojos tuvieran luz intensa que dispersaran las sombras del camino. El viejo habla con las aves, habla con las aguas del mar, justificando quizás su gran soledad humana. ¿Y qué hay de aquella vez que el viejo pescador agarra al pez más grande que jamás ojos humanos hayan visto? Esta respuesta a la pregunta la encontrará cuando usted lea la gran obra de “El viejo y el mar”. Treinta años después, he disfrutado nuevamente la relectura de “El viejo y el mar”. He estado otra vez frente al mar de Cuba, sin estar y sin conocer físicamente a Cuba. Y me imagino la casa de Hemingway, con la vieja hamaca que cuelga de unos horcones, el puro de “tranca” en su boca, y un buen trago de ron “quemándose” en la palma de sus manos, mientras el ”aigre” serpentea en las crestas de las olas. Así es la magia de un buen libro y un incomparable autor: Hemingway.