Enero tehuacanero y febrero desv…

Marco Aurelio González Gama

Se nos fue vivo el primer mes del año y sobrevivimos a él, y aprovecho para contarles una historia personal, para no variar. Básicamente, y ya desde hace algunos años, muchos, diría yo, mi vida se ha convertido en un permanente vivir en estado de (gracia, ¿será?) «enero tehuacanero». Como todos ustedes saben, estimados lectores —esta expresión incluye a ellas y a ellos, el escribiente todavía lo hace a la antigüita—, el ancestralmente famoso y muy mexicanísimo «enero tehuacanero» era una expresión popular que usábamos para decir de manera coloquial que en todo el primer mes del nuevo año —exceptuando la madrugada del día primero en que todavía solemos festejar con alguna que otra copa—, nos aventuraríamos en el sacrificio de no probar una sola gota de alcohol, lo que era, para muchos, además de una hazaña, una desintoxicación obligada por el exceso de comida y «tomida» consumida en esa temporada tambien conocida, coloquialmente hablando, como el maratón Guadalupe-Reyes. Haciendo un paréntesis, esta forma tan particular que tenemos de decir las cosas a los mexicanos nos identifica singularmente en otras latitudes del orbe. Pero volviendo al tema de la «desventura» en que se ha convertido mi vida desde que decidí limitar el consumo de bebidas alcohólicas casi al cien por ciento —lo que incluye vino, cerveza y vinos generosos, que eran una de mis últimas y mayores debilidades—, y entrecomillo desventura porque para muchos el no consumir alcohol tal vez sea como una especie de muerte en vida, pero para mí no lo es a tal grado, sin embargo, debo decir que constituye un estilo de vida diferente que he adoptado con estoica resignación (nótese que eso del estoicismo a los Marco Aurelio se nos da naturalmente). Digamos que he podido vivir sin los «caldos», como desde hace como treinta años pude prescindir del cigarrillo y no pasó absolutamente nada. Es más, las pocas botellas que poseía las he ido regalando a mis hijos y a los amigos. Durante el tiempo de la pandemia, como también en este espacio lo platiqué, sí fue necesario que me echara uno, dos y hasta tres huachicolazos para poder dormir, la ansiedad y de alguna manera la angustia me tenían dominados —bueno, hasta licuados de rompope me preparaba—, hoy en día me basta un cuarto de Clonazepam para dormir unas seis horas cuando menos. Y ya para terminar, leía algo que me parece sumamente esperanzador en las generaciones por venir, se los comparto. Parece ser que las costumbres en cuanto al consumo de alcohol están cambiando en las nuevas generaciones del mundo actual. Beber con moderación está de moda, según estudios recientes (de los llamados Key Account Manager), la mayoría de los jóvenes de la generación Z están eligiendo el camino de la moderación y beben un veinte por ciento menos que los Millennials a su misma edad, lo que es muy alentador, y ya ni compararlos con nuestra generación, la de los Baby Boomers que, a veces y con más frecuencia de la debida, cosa que digo con mucha pena, solíamos tomar hasta que nos embrutecíamos, ¡qué cosas! Amigas y amigos, se nos fue «enero tehuacanero» en un abrir y cerrar de ojos, y cuando menos ya lo libramos, pero se nos viene febrero y solo le pido a Dios que lleguemos todos vivos al día último por aquello del desviejadero. Todavía tenemos algunas cosas por hacer e historias que contar.