La botella panzona
Juan Noel Armenta López
Una rendija era suficiente para ver todo lo que se tenía que ver. Una rendija era suficiente para ver hasta lo que no se tenía que ver. Sosteníamos la mirada en la rendija. Acallábamos la respiración. Un parpadeo y perderíamos quizás lo más importante. Ojos grandes como platos por el impacto. Corazón tamborileante por ver aquello que era prohibido. Las tablas viejas con estuco descarnado, fueron cómplices de aquella osadía. Dentro de esa casa, estaba por ocurrir un parto. “El parto no duele, sino de pendejas se embarazaban las mujeres”, decía tío Chencho. Entró muy “macha” la Lupe al parto, aunque luego se achicó. Doña Adela era la bruja y la partera del pueblo. Había tres cosas que daban confianza a las mujeres embarazadas: doña Adela, la botella panzona, y el cospe de sal que estaba en el molendero. Más de medio pueblo había sido sacado del vientre de las parturientas por doña Adela. Las parturientas soplaban sobre el pico de la botella panzona y con ello hacían fuerza en el estómago facilitando la expulsión. Agarraba doña Adela una laja del cospe de sal cuando se dificultaba el parto. Con esa laja de sal vidriada se rasgaba la vagina para ampliar la cavidad evitando algún posible daño cerebral. Cuando empieza el trabajo de parto, el niño ya depende de afuera no de adentro, así es que sacarlo es cosa de urgencia, decía doña Adela. La sal cauterizaba y desinfectaba la herida. Otro trabajo que realizaba con sus manos milagrosas doña Adela, era que acomodaba al niño cuando no estaba encajado rumbo a la pelvis. Es grandioso como el niño se construye así mismo, los papás solo aportan. Es maravilloso ver como una persona se parte en dos, decía doña Adela. La Lupe pegaba unos gritos que se oían hasta el terreno de Tilo Viveros. Cuando doña Adela tuvo a su único hijo: se fue embarazada y con la batea en la cabeza a lavar su ropa al río. Regresó doña Adela con la batea en la cabeza y el niño en brazos. Pero no a todas las mujeres les iba igual en el parto como a doña Adela. Terminado el parto nos empezó a llegar un olor fétido de las cataplasmas de hierbas y el éter que le estaban aplicando en la panza desinflamada a la Lupe. Pero de repente sucedió algo que nos dejó pasmados: un perro negro que estaba echado abajo del molendero tumbó la botella panzona y la quebró. ¡Doña Adela no volvió a atender otro parto! Al poco tiempo doña Adela murió de tristeza, flaca y encanecida. Se murió doña Adela, se murió la botella panzona, se acabó la magia. La historia de doña Adela, de la botella panzona, y del cospe de sal, se sostiene todavía en boca de pobladores. Gracias Zazil. Doy fe.
Comentario al margen:
Gracias caro lector por su paciencia.