Enrique Florescano Mayet… gran ausencia.

 

 

Escribo estos renglones con motivo del fallecimiento de Enrique Florescano; que me causa pena, por lo que son también un sentimiento de condolencia sincera que envío a quienes lo quisieron.

Lo hago en este nicho de información que dirige Felipe Hakim, porque me parece que es el más adecuado, intimista, provinciano, parroquial; más al hilo del entrañable, rico anecdotario, de otra faceta del ilustre historiador cuyo amplísimo gálibo mental y trascendencia en su ámbito de la cultura ha sido profusamente informado ya en otros medios nacionales y extranjeros.

Esto lo pienso así dado que Enrique pasó fecundos años de su juventud en un período formativo como estudiante en Xalapa; desde donde su potencial intelectual lo impulsó a espacios más altos donde su poderoso cerebro y tenaz aplicación dieron frutos magníficos.

Lo conocí en 1957 que ingresé a la Facultad de Derecho donde él cursaba uno o dos años adelante – dirigía una revista estudiantil y una sección cultural en un periódico local – , atildado, sencillo, de modales corteses sin caer en la afectación. Mucho me ayudó con asesoría y orientaciones de su especialidad cuando en los primeros años de los sesentas (1962 – 63) dirigí la Federación Estudiantil Veracruzana (F.E.V.) con el apoyo franco del rector de la U.V.  don Gonzalo Aguirre Beltrán, que nos acordó recursos para becar a estudiantes pobres, muchos de los cuales culminaron proyectos de vida profesional de los que todavía recibo en ocasiones un invaluable regalo de gratitud.

En el Comité Ejecutivo de la F.E.V. había un conjunto variopinto, pero eficiente, de perfiles para su funcionamiento sustantivo… operadores a ras de suelo como muchos porteños de Veracruz; ideólogos muy firmes de la zona de Orizaba, Cd. Mendoza y Nogales; muchachada seria con alto aprovechamiento en sus cursos; gente fuerte decidida y de acción “por si se ofrecía” la confrontación que dejara una negociación fallida.

Recuerdo aquí a algunos de aquellos inolvidables: Manuel del Río Gonzales, Toño Vázquez Figueroa, Fernando Ortíz Ramírez, Pastor Murguía, Marcelo Ramírez, Oscar Vilaboa, José Luis Cíntora, Abelardo Iparrea, Armando Quirasco, Paco Aguirre, Sergio Flores, Luis Márquez Bhor… y muchos otros de cualidades y méritos indisputables… dispersos, muertos, transitando por otros caminos.

Enrique Florescano pertenecía a un grupo especial… no era “grillo” ni andaba en el relajo, se movía en otra esfera, era también beneficiario con una “jugosa” beca de 120 pesotes mensuales… de las mejor otorgadas y aplicadas, sin duda.

Éramos buenos amigos con algo de interlocución de academia, mucho de promoción cultural y otro tanto de cortejos y aventuras de jóvenes, proclives al romance donde brotara.

Era muy enamorado Enrique, se carcajeaba cuando le decía que era muy “competente para las enaguas” tuvo muchas novias muy bonitas; él, de baja estatura, “chaparrito”, les quedaba a veces rabón a sus parejas… no se amilanaba, impecable siempre sonriente, fino, con un peinado de “raya en medio” a contra copete que era la moda entonces; le gustaba a las muchachas ( a una de mis hermanas entre otras ).

Si se trataba de lo suyo era el mejor; trajo a Xalapa como conferencistas ante la comunidad universitaria cuando la rectoría estaba en Juárez junto a la Prepa, a Víctor Flores Olea; al presidente de Cuba José Antonio Portuondo – puesto por Fidel Castro -; al joven filósofo del exilio español Luis Villoro, padre que fue del eminente escritor con copiosa obra y “doctorado en futbología” Juan Villoro. A quienes recibí con mensajes en mi calidad de presidente de la F.E.V. porque así me lo pidió Enrique… cuando yo no sabía ni por aproximación de que personajes se trataba.

Entendí mejor que mi amigo se movía en otra esfera y resultaba para nosotros un jugador de “ligas mayores” que nos enriquecía como organización estudiantil.

En 1963 “quemé mis naves” y dejé Xalapa para irme a mi rancho en Platón Sánchez; cuando regresé en 1965 como diputado local, Enrique ya no estaba, se había marchado en pos de nuevos horizontes que le acordaba su perfil extraordinario.

Volví a verlo en 1972 en la Secretaría de Relaciones Exteriores donde coincidimos en gestiones por la obtención de pasaportes… era yo entonces diputado federal, fue un encuentro cálido, breve, de abrazo amistoso y buenos deseos con promesa de buscar reencuentro.

Llegó muchos años más tarde (por 2006 – 07) en Xalapa nos encontramos en un restaurante de comida española (La Cava Catalana) a donde nos había invitado mi hijo Carlos –ya fallecido-, a su mamá y a mí; le dije que pagara el consumo de la mesa de Enrique y tuve la oportunidad de hacer recuerdos jocosos de días felices y aventuras compartidas… una en particular que nos causaba gracia a la distancia.

Resulta que como parte de su actividad en aquellos días de estudiantes, Enrique participaba en un programa de radio en una difusora que estaba en el interior del pasaje Enríquez junto al que fue el restaurante “El Escorial” de la que estaba a cargo otro joven xalapeño, el cuate “Pedro Cabañas”, muy formal y exigente.

Una tarde estaba yo con otros amigos en la entrada del pasaje y llegó Enrique contrariado a decirme:

– “mi líder” este cabrón no me deja en paz, no quiere que toque algunos temas y me obstruye y me ataja.

– pues explícale bien Enrique, él es buen amigo.

– ya me cansé, esta situación es muy molesta, insoportable.

Un poco en broma le dije con una carga de inconciencia:

– pues acomódale entonces unos chingadazos

Se fue y a poco volvió todavía medio agitado, liberado, había encontrado catarsis en aquella sugerencia que hizo suya. Para entender lo inusitado de su conducta esa vez, hay que decir que Enrique tenía un talante respetuoso, cordial, dialogante… pero ese día inopinadamente fui su fusible. Recuerdo en particular el asombro que le provocó al muy querido, tranquilo y afectuoso “Güero Vigas” de La Sevillana, pecoso y sonriente, que no dejaba de parpadear azorado.

Hay que decir que en ese sentido Enrique era a contrapelo de su hermano Daniel, un hombre tranquilo. Su hermano en cambio explosivo, temerario, sus reacciones no medían pelo ni tamaño… su arrojo y temeridad bordeaban a veces el peligro.

Nos despedimos en “la Cava” felices con algo de euforia…

– ¿ya se te quitó lo birriondo, cabrón?

Soltó la sonora carcajada y un ¡NO! rotundo.

Me fui con mi familia; me dijo mi hijo Carlos sonriente con su voz ronca… “oye pá, este chaparro si sabe muchísimo de verdad y se empujó casi dos botellas de Rioja fino él solito, a ver si la próxima invitas tú”.

Te recuerdo con afecto y admiración Enrique Florescano.

 

Raymundo Flores Bernal

Zoncuntla, Coatepec,Ver.

8 de marzo de 2023

 

Foto de UV