Vietnam, 50 años y el cine.
Marco Aurelio González Gama
Antes de entrar al tema que me ocupa, quiero dejar zanjado de manera breve los pasajes de la juventud como gran escuela de la vida que traté en mis dos últimas entregas. George Bernard Shaw decía que la juventud era una enfermedad que se curaba con los años, nadie más consciente de ello que el que esto escribe. Miren ustedes, estimados lectores, como seguramente casi todos, en la adolescencia cometí errores que si pudiera regresar el tiempo, trataría de no volver a cometer. Como dice Xavier Velasco (columna ‘Pronóstico del Climax’, Milenio), —esa etapa cronológicamente formativa, y no menos veces deformativa— «…nadie me dijo entonces, aunque ni falta hizo, que estaba yo en edad de meter las patas, y cuantas más metiera resultaría mejor». Lo reconozco, yo también las metí muchas veces, e incluso las manos, preso de la inmadurez, de la soberbia, de la arrogancia, de la estupidez, de la futilidad y de lo vano —es la etapa en la que el mundo le queda a uno chiquito y se lo quiere comer a puños—, le causé muchos dolores de cabeza a mis mayores por creerme muy chingón cuando en realidad era un baboso y seguí siendo un «lagañiento» hasta ya entrados los años. Ni duda cabe que nadie experimenta en cabeza ajena. Pero, bueno, qué le vamos a hacer, aquí estamos a pesar de todo dando guerra. Damos por zanjado el tema, entonces. Vayamos al grano, el pasado 29 de marzo se cumplieron oficialmente 50 años de la derrota militar de los Estados Unidos en Vietnam. No voy a entrar en detalles que no me corresponde discernir porque no soy historiador y mucho menos un especialista. De lo que sí estoy seguro es que esa experiencia fue terriblemente traumática para generaciones de estadounidenses que la vivieron en carne propia. Hoy tomaré esa guerra como pretexto para contarles un poco de cómo, Hollywood, a través del cine visualizó de diferentes maneras el tema de Vietnam. Hay cuando menos diez títulos de grandes películas que valdría la pena recordar, pero esta vez me voy a concentrar en tres porque de alguna manera me parecen las más emblemáticas: en estricto orden de relevancia, la que para mi es la mejor de todas, «Apocalypse Now» (1979), de Francis Ford Coppola; «The Deer Hunter» (El cazador, 1978), de Michael Cimino, y «Coming Home» (Regreso sin gloria, 1978), de Hal Ashby. El común denominador de estos tres grandes filmes es, trágicamente, plantear lo mucho que te arrebata la guerra, y lo poco bueno que te deja: afectaciones psicológicas, minusvalías físicas, pérdida de la vida, traumas familiares, luto, etcétera. En el caso particular de esta trilogía, para variar, los diferentes ángulos con los que se ve la guerra están llenos de dramatismo y crudeza. La búsqueda por parte del capitán Willard (Martín Sheen) de un enloquecido coronel Kurtz (Marlon Brando); la amistad de tres hombres de Pennsylvania, creo que eran de Pittsburgh, capturados y torturados por el Vietcong y el brutal melodrama de un soldado inválido y en recuperación médica que se enamora de una voluntaria del hospital, la esposa de un militar que está en el frente de guerra; las dos últimas películas con las magistrales actuaciones de Robert de Niro, Cristopher Walken y Meryl Streep, entre otros grandes actores, en el primer caso, y de Jon Voight y Jane Fonda, en el segundo, que les valieron el Oscar al Mejor Actor y a la Mejor Actriz en ese año. ¡Híjoles!, que películas, que actuaciones, que historias, que realismo y que direcciones. Para terminar, déjenme rememorar la gran secuencia en la que Robert de Niro en «The Deer Hunter», regresa a Hanoi a tratar de rescatar a su amigo Cristopher Walken, que se ganaba la vida apostando la cabeza en la ruleta rusa en un tugurio, consumido por las drogas, y cómo muere en sus brazos al no poder evitar se vuele la tapa de los sesos en una «partida» del mortal juego, rompiendo en un llanto desgarrador que nos dejó mudos a los espectadores. Ufff, que escena de una gran película llena de solidaridad, compañerismo y de emotividad, inolvidable e inolvidables todas ellas.