Hay dos cosas que la gente de mi tierra llevamos muy metidas en el alma: el café (Coffea) y el mango (Mangifera indica L.) de Manila o manila como ordinariamente se le conoce. Según dicta la historia, fue el caballero español don Juan Antonio Gómez de Guevara, conde de Oñate, el que introdujo en México –todavía no éramos independientes- a principios del siglo XIX (1804) las primeras plantas de los dos cultivos. El primero lo importó de Cuba y el segundo lo trajo de Asia, de las Islas Filipinas. Ambos frutos se aclimataron de inmediato en las ricas tierras de su hacienda Guadalupe, hoy La Patrona, en el municipio de Amatlán de los Reyes, pegadito a Córdoba, de hecho los cordobeses nos debemos a los huatusqueños, coscomatepecanos y a los amatecos. Pero hablando específicamente del mango, cuyo cultivo se ha extendido a todo el trópico húmedo del país, pues simple y sencillamente es una fruta deliciosa, de sabor delicado, sofisticado pues, aromático, único, que ya empieza a hacerse presente en los mercados del país. Entre paréntesis diré que la fecha para su cultivo no tiene palabra de honor, a partir del año nuevo y si el invierno fue benigno, desde enero ya se lo puede encontrar. En Xalapa tenemos muy a la mano un mango que se cultiva en la zona de Tuzamapan y Jalcomulco, que tiene la ventaja, su “carne”, de tener menor proporción de humedad con respecto al de la zona de la zona de Cosamaloapan (Chacaltianguis), que es fácil de identificar al madurar porque su fruto se llena de manchas negras lo que anuncia su proceso de descomposición. Por el contrario, el de acá cerca tiende a “enjutarse”, es decir se arruga pero no necesariamente se descompone. Últimamente hay una variedad de un sabor muy agradable, el ataulfo, originario de Chiapas, que tiene una ligera nota de acidez pero cuya cáscara es más resistente. Luego comentaré del rancho “El mango de don Bartolo” de la familia Rullán. A comer mango se ha dicho. Lo escribió hace algún tiempo Marco Aurelio González Gama, directivo de este Portal.