Inteligencia natural vs artificial. Por Pedro Chavarría.

El término “Inteligencia Artificial” no es nuevo, la ciencia ficción primero, y luego la ciencia
real la han manejado y propuesto diversas aplicaciones. Los robots humanoides capaces de
interactuar con humanos, asesorarlos y resolver problemas tiene un buen recorrido ya.
Recordamos, entre otros, los “cerebros positrónicos”, invención de Isaac Asimov, así como
los relatos agrupados en “Yo robot” y la novela “El hombre del bicentenario” del mismo
autor.
El temor de que pudieran estas máquinas super-inteligentes hacernos daño también lo
anticipó Asimov y planteó un grupo de tres principios, a manera de ética robótica y que,
palabras, palabras menos, dicen: 1 Ningún robot podrá dañar a un humano. 2 Ningún robot
podrá dejar que un humano sufra daño por su inacción, y 3 Todo robot protegerá su propia
integridad, a menos que entre en conflicto con las dos leyes anteriores. De cualquier manera,
no deja de preocuparnos que las máquinas con inteligencia artificial encuentren un camino y
justificación para tomar el control, o dañarnos, inclusive al punto de la extinción.
Esto nos lleva a considerar, así sea someramente, la cuestión de la inteligencia. Dejamos de
lado lo artificial, pues ya queda claro que la inteligencia es originalmente un atributo
biológico, propia de seres relativamente complejos; sin embargo, los humanos hemos creado
la segunda división al dotar máquinas con potencial inteligente para enfrentar diversos
problemas, desde simples, hasta muy complicados.
De un modo u otro, la inteligencia tiene que ver, en primer lugar, con la complejidad. Es
decir, pensamos que para que una entidad, biológica o artificial, sea inteligente requiere un
número mínimo de componentes, neuronas o chips, capaces de interactuar integrando una
red neuronal –o de chips-. El intercambio de estímulos –eléctricos, tanto entre neuronas,
como entre chips-, se produce cuando los componentes del sistema manipulan, comparten y
modifican estos impulsos que se convierten en información, es decir, de algún modo reflejan
el mundo exterior e interior complementario al cerebro inteligente.
Inicialmente los impulsos eléctricos se originan en cambios medio-ambientales, que a su vez
provocan modificaciones en receptores sensoriales que ahora introducen información al
cerebro, sea por nervios, o por cables, su equivalente. El mismo complejo que soporta al
cerebro genera otros impulsos que retroalimentan al sistema entero. Así es posible recibir
información del exterior (luz, calor, daño, etc.) y del interior (situación de parámetros que
responden al exterior, como frecuencia de latidos o pulsos eléctricos, temperatura interna,
cantidad de refrigerante en circulación, acúmulo de desechos, etc.).
El medio ambiente está variando continuamente y esta información entra al sistema
inteligente y eventualmente es transmitida hasta el órgano central de procesamiento –cerebrodonde se distribuye la información entre diferentes núcleos, que a su vez responden de modos
diferentes. La conjunción de información de estos núcleos da lugar al “procesamiento” de la
información, donde se va acentuando la necesidad de tener estructuras complejas que puedan
conjuntar y mezclar muchos datos. Entre más información pueda captar el sistema y luego
“procesarla”, más inteligente será este, pero necesitará más componentes e interconexiones:
cerebros más grandes, con mayor densidad de neuronas/chips y cableado más abundante.
Pero la complejidad del cerebro, biológico es un recurso con limitaciones, requiere mayores
cantidades de energía, espacio de crecimiento y recursos de protección y mantenimiento. El
cerebro humano contiene una cantidad asombrosa de neuronas: cien mil millones, más otras
células de apoyo complejo, lo que equivale a decir que un cerebro humano tiene tantas
neuronas como estrellas tiene una galaxia, todo compactado dentro de la cavidad craneal.
Con los cerebros artificiales aún podemos seguir expandiendo su tamaño hasta ocupar
edificios enteros si se quiere, pero además, los podemos intercomunicar, vía cables, o de
manera inalámbrica y entonces varios cerebros pueden actuar como grandes módulos
interconectados, sumando recursos.
Los humanos no podemos interconectarnos tan fácilmente, a pesar de los grandes avances en
telecomunicaciones, ni somos tan rápidos que podamos abarcar miles de páginas de texto
con una ojeada (de ojo). Nos lleva mucho tiempo leer un solo libro y las computadoras se
transmiten la información a velocidades espeluznantes que ni siquiera podemos imaginar
bien: cualquier magnitud por abajo de medio segundo ya es difícil de apreciar, por eso las
carreras, por ejemplo, se ponderan con cámaras (photo finish) y cronómetros.
Los cerebros biológicos han seguido una ruta diferente a lo largo de la evolución: compactar
más materia en menos volumen para alcanzar mayores complejidades. Cerebros más
esféricos contienen más neuronas en cabezas no tan grandes. La mejor estrategia ha sido
lograda por delfines y algunas ballenas, con cerebros muy esféricos. El caso es que conviene
tener más neuronas en una cabeza no demasiado grande ni pesada, por razones obvias. Ya
amticipamos seres fantásticos, pretendidamente extraterrestres, con cabezas alargadas,
capaces de contener más masa cerebral y por lo tanto potencialmente más inteligentes.
Hasta la fecha nuestras cabezas y cerebros han crecido dentro de ciertas proporciones y ello
nos limita en cierta medida. Al parecer, genios como Albert Einstein, tienen mayor densidad
neuronal en algunos “módulos” cerebrales, lo que podría explicar su genialidad. En otros
casos, más frecuentes y menos exigentes en cuanto a materia cerebral extra, los cerebros se
las ingenian para aprovechar mejor la materia con la que cuentan dentro de una cabeza
normal. Y lo muy estacado es que todos podemos tratar de optimizar nuestra materia gris
para obtener un mejor rendimiento, sin apelar a tener más neuronas.
Lo primero, que es algo que la inteligencia artificial no tiene, es la intención, es decir, la idea
original de la curiosidad. Como dijera Aristóteles: “Todos los seres humanos tienen
naturalmente el deseo de saber”. Es algo que no tenemos evidencia de que las máquinas
posean. Si nosotros no instruimos a la máquina, esta no empieza a trabajar. En el inicio y en
el desarrollo programático estamos nosotros, los humanos. En el desarrollo del
procesamiento y resultado final, la máquina va sola: tiene una gran capacidad para recibir
información y procesarla a gran velocidad. Nosotros definimos e iniciamos e