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Por Santiago Iñiguez de Onzoño / The Conversation.
El advenimiento de la dirección de empresas (el management) como disciplina académica es un fenómeno relativamente nuevo. Las écoles de commerce, que surgieron en Francia a fines del siglo XIX, ofrecían educación vocacional pero no eran reconocidas por las universidades.
En los Estados Unidos, las primeras escuelas de negocios se fundaron a principios del siglo XX para proporcionar formación técnica y preparar directivos para industrias nacientes como las de los ferrocarriles y el acero, así como profesionales encargados de establecer las estructuras de comercio internacional de la Administración federal de los Estados Unidos.
Gestión (más investigación)
El carácter técnico del conocimiento ofrecido por las escuelas de negocios experimentó un punto de inflexión a fines de la década de 1950, cuando un informe de las fundaciones estadounidenses Ford y Carnegie recomendó que estos centros desarrollaran más investigación académica, siguiendo la metodología característica de otras ciencias sociales, como la economía o la sociología.
Desde entonces, se ha producido un auge de la producción investigadora en el campo de la gestión, junto con la creación de un significativo número de revistas académicas en diversas disciplinas, impulsadas por el desarrollo de las escuelas de negocios. El resultado es un mercado académico autosuficiente.
El impresionante despliegue de la investigación académica en gestión ha propiciado un debate sobre si se ha distorsionado su naturaleza y ha perdido impacto. La crítica sobre la relevancia del conocimiento generado por las escuelas de negocios es un tema recurrente. Por ejemplo, Pfeffer y Fong proporcionaron evidencia para respaldar que la investigación empresarial y los problemas reales que enfrentan los gerentes de empresas en su vida diaria son cada vez más divergentes.
Buena investigación
En su opúsculo Teoría y práctica, el filósofo de la Ilustración Immanuel Kant argumentó que no existe una diferencia sustancial entre lo que podría llamarse investigación teórica e investigación aplicada. Simplemente hay buena y mala investigación: la buena investigación es consistente con el mundo real y compatible con los problemas aplicados, la mala investigación es especulación intelectual estéril. Esta evaluación es igual de válida hoy.
Si las escuelas de negocios van a producir investigaciones más relevantes, deberán encontrar formas de fortalecer los vínculos entre la academia y las empresas. Costas Markides, de la London Business School, habla de los profesores ambidiestros, argumentando que es un error tanto subestimar el valor de la investigación académica como no adoptar una perspectiva global.
Según Markides, también es equivocada la separación orgánica en la estructura de las escuelas entre los académicos y los profesores de práctica o adjuntos. Sus propuestas para alentar a los académicos más jóvenes a publicar no solo en revistas académicas, sino también en publicaciones profesionales, son un camino a seguir. Esto puede estimular la transferencia de la investigación académica al entorno docente y divulgativo, así como fomentar la cooperación entre empresas para identificar nuevas ideas y modelos de investigación.
En esa misma línea, mi colega de IE UniversitySalvador Carmona y yo hemos argumentado que la irrelevancia de algunas aportaciones de las escuelas de negocios puede deberse al sistema de reconocimiento y compensación de los académicos. En este sentido, aunque se demanda impacto social de la investigación académica, se recompensa fundamentalmente la publicación en revistas académicas.
Academia y empresa
Sería deseable que la investigación de las escuelas de negocios combinara la validez interna y externa, que los profesores de las escuelas de negocios desarrollaran investigación rigurosa y relevante, e interactuaran con los profesionales. Persuadir a los profesores para que combinen las actividades de investigación y docencia con la interacción con la industria para difundir los resultados de sus investigaciones requeriría una transformación de los sistemas de reconocimiento y compensación, así como un énfasis en el impacto externo de la investigación. Esto es un reto colectivo.
Además, estos cambios tendrían implicaciones en la estructura de las escuelas de negocios, su sistema de gobierno y los recursos disponibles para los profesores.
Quizás parte de este cambio podría lograrse ampliando la adscripción de la investigación gerencial de las ciencias sociales a las humanidades. Una propuesta interesante patrocinada por la Fundación Carnegie, que ya propulsó el giro científico en las escuelas de gestión, podría ofrecer un camino a seguir: el informe “Rethinking Undergraduate Management Education: Liberal Learning for the Profession” (2011), recomienda que el grado en Administración de Empresas, uno de los programas más solicitados tanto en América como en Europa, adopte un enfoque abierto, similar al de los programas de pregrado en artes liberales.
Esta propuesta daría a las humanidades una mayor presencia tanto en el plan de estudios de los cursos de administración como en la investigación que se lleva a cabo en las escuelas de negocios. También ayudaría a romper los denominados silos –en referencia a los departamentos universitarios–, promoviendo la investigación interdisciplinaria entre las áreas de Humanidades y STEM, y superando la separación falaz entre áreas blandas y duras.
Ciencias y humanidades
La realidad profesional también desmiente esta separación entre las ciencias y las humanidades: muchos de los empresarios tecnológicos más exitosos de la actualidad tienen títulos de licenciatura en artes liberales, incluso si luego se especializaron en estudios técnicos a nivel de maestría. Como explica Scott Hartley, autor de The Fuzzie and the Techie, los perfiles profesionales de los techies se han contrastado tradicionalmente con los de los fuzzies. Esos son los términos utilizados en la universidad de Stanford para designar a los estudiantes de STEM frente a los estudiantes de humanidades, respectivamente.
El perfil ideal de graduados debería integrar ambas facetas: profesionales con una amplia visión del mundo, cultivada e ilustrada, pero con un sólido conocimiento de tecnología, programación o gestión de datos. Hartley proporciona una larga lista de líderes empresariales que combinan estas dos partes indisolubles del verdadero emprendedor. También aporta poderosos argumentos sobre cómo resolver los problemas que plantea el desarrollo de la tecnología y la inteligencia artificial, insistiendo en que se requiere de una perspectiva filosófica y humanista.
Nuevas habilidades
Esta evolución hacia las humanidades también se refleja en el creciente número de escuelas de negocios que han introducido materias de artes liberales en sus planes de estudio. Hacer de las humanidades una parte central de todos los títulos consolidará la experiencia de aprendizaje y desarrollará graduados de mente abierta e integral.
Al enseñar arte moderno, por ejemplo, se fomentan habilidades como la percepción y la observación, propias de artistas y arquitectos, que pueden ayudar a los gerentes, tradicionalmente orientados a la acción, a ser más reflexivos al evaluar el riesgo.
Los cursos sobre culturas extranjeras pueden ayudar a los directivos a liderar mejor los equipos interculturales en sus empresas globales. Los módulos de pensamiento crítico pueden ser de utilidad para replantear decisiones cuestionables desde un punto de vista ético.
Vivimos un buen momento para aprovechar los beneficios de la educación clásica a las escuelas de negocios.
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