Preguntas. Por Pedro Chavarría Xicoténcatl. 30 VIII 23.
Todos preguntamos, incluso desde antes de entender qué s una pregunta, ni tampoco entender
la respuesta. Los niños entran en una etapa en que preguntan incesantemente, en especial les
interesa “por qué” y al parecer ni siquiera les importa mucho la respuesta, sino más bien
preguntar hasta desesperar a quien trata de contestar, pues es bien sabido que al poco de estar
contestando se van acabando las soluciones, en especial en el caso de los porqués. De donde
salió el dicho popular “más sabe un burro preguntando que un sabio contestando”.
Y es que en realidad el hecho de preguntar revela algunas condiciones básicas. Toda pregunta
es una solicitud o petición. El que pregunta pide una respuesta, lo que deja ver que, esa
persona quiere saber, hay un interés por algo y se dirige al otro, ya sea en forma retórica o en
realidad en busca de información. Puede ser que la pregunta, aparentemente dirigida a otro,
vaya en realidad dirigida a uno mismo. Esta es una situación peculiar: nos interrogamos a
nosotros mismos, y este no es un recurso menor. Puede ser que nos solicitemos un recuerdo,
basados en que deberíamos saber la respuesta, que por alguna causa no se presenta
espontáneamente. La auto-pregunta pretende traer ese recuerdo, confiados en que tenemos la
respuesta.
Pero también es posible interrogarnos para motivar la capacidad cerebral, pensar y encontrar
una respuesta que hemos de construir basados en otros conocimientos –otras respuestasconocidas. Al parecer tenemos un almacén mental de respuestas y, o una de ellas es la que
buscamos, o varias de estas se pueden combinar y llevarnos a lo que queremos saber. De aquí
se desprendería que mucho del conocimiento que tenemos son respuestas, basadas u
originadas en preguntas que alguna vez nos hicimos, o que alguien se hizo. En este punto
surge una situación importante: alguien se hace preguntas y él mismo, u otros, las responden,
luego se transmite a los demás. De este modo nos enteramos de muchos datos sin habernos
preguntado nunca aquello que originó la respuesta.
Tener respuestas almacenadas en la memoria, sin habernos hecho las preguntas es una
situación peculiar: ventajosa y desventajosa a la vez. Podría pensarse que para eso está la
escuela. Pero surge una inquietud: ¿la escuela nos debe dar respuestas, o preguntas?
Obviamente es más cómodo recibir las respuestas, aún desconociendo qué pregunta las
motivó. El camino es más breve y sencillo, pero eso es justamente una desventaja: si no nos
esforzamos por llegar a una respuesta, poco valoramos su posesión y guardamos respuestas
que no sabemos a qué responden, ni para qué habrían de servirnos. Como consecuencia las
vamos olvidando e incluso nos resistimos a aprenderlas.
Todos recordamos de la escuela los temibles “problemas”, especialmente los relativos a las
matemáticas. Algunos aprendimos a resolverlos aplicando una serie de reglas y pasos, pero
no entendimos por qué hacíamos esa serie ordenada de etapas, de donde se desprendería una
mala o nula comprensión del problema. Un problema es una pregunta y muchos nos
centramos en la respuesta. No pocos, en especial cuando se inician en resolver problemas
matemáticos, pretenden adivinar la respuesta. Algo nos hace creer que tenemos ese poder de
“ver” directamente las respuestas y nos cuesta trabajo entender que una serie de pasos –
cálculos- nos llevará a la solución. Algunas personas aprenden las secuencias a seguir, las
aplican y obtienen los resultados, pero en realidad solo siguieron una receta de cocina.
Otros tuvimos problemas para recordar los pasos necesarios y estuvimos en mayores
dificultades. Eventualmente resolvimos los problemas necesarios para aprobar el curso y
desentendernos de ellos a la brevedad posible. Fue como una carrera de obstáculos:
brincamos algunos y salimos, pero sin haber entendido el meollo del asunto. Hubiéramos
querido adivinar las soluciones. Y en realidad parece que algo parecido sí es posible. Cuentan
la historia de un muchacho –el matemágico- muy rápido para hacer largas listas de
operaciones matemáticas; apenas terminaban de dictarle la última operación y ya tenía la
respuesta de esa larga lista de cálculos. Cuando le preguntaron cómo hacía tan rápido tantas
cuentas, preguntó “¿cuáles cuentas?” Luego se explicó: él no hacía cuentas, sencillamente
veía una cifra y la decía.
¿Adivinaba? ¿O su mente trabajaba muy rápido a nivel subconsciente y en realidad sí hacía
los cálculos. Una parte de su cerebro trabajaba muy rápido, pero no se lo comunicaba a la
parte consciente y por ello no sabía que sí hacía cuentas. Caso anecdótico de un genio, de los
que hay muy pocos. La mayoría no tenemos esas capacidades sobresalientes y tenemos que
ir lentamente, paso a paso. Si aprendemos de memoria los procedimientos habremos
aprendido a resolver ese tipo de problema, pero no sabremos abordar el amplísimo número
de variantes que se pueden presentar. En ocasiones recuerdo que algunos maestros de
matemáticas hacían énfasis en que para tener bien la respuesta no bastaba el resultado final,
sino que debía acompañarse de todos los cálculos que demostraran el dominio del
razonamiento analítico que lleva la respuesta y que permite incorporar muchas variantes.
Volvemos a la pregunta ¿la escuela nos debe enseñar respuestas o preguntas-problemas? lo
más importante no es la respuesta, sino el planteamiento del problema, es decir, pasar de las
palabras a la presentación y secuencia de las operaciones que permiten llegar a la respuesta.
El paso fundamental es entender el problema, qué nos pide y qué se necesita para lograrlo.
Si somos capaces de establecer la secuencia de operaciones, una máquina puede muy bien
realizarlas y arrojar una cifra final; para eso tenemos las calculadoras, ahora integradas en
relojes y teléfonos celulares. Las operaciones matemáticas son automatizables, no así los
planteamientos, aunque ahora las máquinas con inteligencia artificial logran cada vez más
avances.
El caso es aprender a pensar, es decir, enfrentar un problema, o pregunta, cuya solución no
está a la vista y que interesa conocer. Para proceder al planteamiento debemos identificar los
componentes clave y apartar los que no son relevantes. Se parte de un texto –pregunta- se
aíslan los componentes de interés, se ordenan, se relacionan entre sí mediante un diagrama o
esquema en el que presentamos cómo interactúan las partes y con ello deberíamos llegar a
una solución, o a demostrar que la información de base es insuficiente. Habitualmente los
ejercicios escolares hacen preguntas y proporcionan todos los elementos necesarios para
llegar a resolverlos, pero conforme se avanza es factible descubrir, sobre todo en la vida real,
que la información no siempre está completa y entonces nos enfrentamos a un problema
dentro de otro problema, lo que puede complicar mucho la situación. Por eso necesitamos
aprender a pensar antes de lanzarnos a tratar de resolver un problema.
Cuando los problemas son de tipo matemático, dicen los que saben de números, que son
fáciles, o al menos se puede saber si son resolubles y qué deberíamos saber para lograrlo.
Como muchos no dominamos las técnicas matemáticas, nos cuestan mucho trabajo y nos
atoramos en algún punto, a veces en el mero principio al no poderlos plantear correctamente.
Los problemas matemáticos plantean relaciones entre ideas, sin tomar en cuenta los hechos,
pero esto suele ser un reto para matemáticos de altos vuelos.
La matemática con la que tratamos más frecuentemente es aplicada, es decir, la usamos para
resolver relaciones entre hechos. No trabajamos con números puros, sino con cierto número
de objetos, desde inertes y no observables directamente, hasta seres vivos e incluso cuerpos
astrales, o bien, grupos poblacionales de humanos. De ellos buscamos ciertas características
medibles que permitan agruparlos en categorías definidas, o bien llegar hasta propiedades no
matematizables, al menos por el momento, como el amor, el odio, la fe religiosa, la confianza,
etc. Estos problemas son muy complejos y a menudo las respuestas llegan a ser diferentes,
cambiantes y hasta contradictorias. Pero igual, todo empieza por plantear el problema y
organizar los datos, que a veces son muy discutibles.
Sin embargo, casi para cualquier problema interesa distinguir los elementos que participan,
determinar sus características y agruparlos/separarlos a fin de poder enlazar en cadenas de
causa-consecuencia. Esto es más fácil de decir que de hacer. Varios modelos lógicos nos
permiten manejar esta información dentro de ciertos límites. Podemos unir dos o más
componentes, basados en similitudes o rasgos compartidos –conjunción-, o bien podemos
adscribirlos a grupos excluyentes entre sí por sus diferencias –disyunción-. Podemos destacar
la ausencia de algún o algunos elementos –negación- y luego encadenar unos con otros, de
modo que podemos establecer igualdades e identidades. Finalmente podemos establecer
relaciones de causa-efecto.
Todo esto se puede hacer desde el punto de vista teórico, en el papel, y luego planear cómo
llevarlo a la realidad cuando sea posible realizar experimentos; cuando no, podemos hacer
observaciones y ver si se adecuan a lo previsto en el planteamiento teórico. De todo esto
surge la investigación científica, donde se aplica. En algunas áreas no se puede, como en el
terreno religioso, donde la relación de causa-consecuencia no explica necesariamente los
eventos. Siguen predominando las preguntas, sea cual sea el dominio del conocimiento. Y
son muchas más las preguntas que las respuestas, lo que constituye un estímulo permanente,
que de muchas formas hacen que la vida sea interesante.
Por todo esto, es muy importante que todos, niños y adultos, aprendamos a responder
preguntas, planteando sus elementos constitutivos y relevantes, siguiendo las reglas básicas
establecidas por las ciencias, tanto formales –lógica y matemáticas-, como fácticas. Que
aprendamos buscar siempre la coherencia entre la pregunta y la respuesta que ofrecemos. Si
nos preguntan “qué” no hay que contestar “cuando”. Por desgracia es muy frecuente que no
contestemos lo que nos preguntaron, sino otra opción que nos quede más a modo, o como
hacen muchos políticos, contestar algo tan ajeno y largo que en realidad están evadiendo
responder, pero quieren dar la impresión de muy doctos. En la escuela, en todos sus niveles,
debemos ir aprendiendo a contestar. Es todo un arte y conviene reflexionar en e