Ser estudiante. Por Pedro Chavarría Xicoténcatl. 11 X 23.
La palabra estudiante es de dominio público. Aparentemente todo mundo sabe lo que significa, en especial dos grandes grupos poblacionales: los propios estudiantes y los padres de estos. Los primeros porque son ellos mismos quienes viven y asumen la condición. Los segundos porque son los impulsores principales de esa condición.
Empecemos por los padres. Como responsables de sus hijos, desean que ellos sean personas de provecho, para lo cual la ruta más conocida es aprender a hacer algo por lo cual le paguen. Debe producir algo que los demás quieran tener y estén dispuestos a pagarlo. Aprender algo debería ser parte muy importante del proceso educativo, pero por alguna causa esta perspectiva se ha perdido de vista. Se ha venido desplazando el énfasis y para muchos se recarga en asistir a una escuela. Esta representa las mejores oportunidades de aprender y posteriormente obtener un empleo y la remuneración correspondiente.
Atrás quedaron los tiempos en que los niños y jóvenes aprendían en casa lo necesario para sobrevivir. Los padres en el hogar se constituían en maestros y transmitían a los hijos lo que ellos sabían. Originalmente los saberes se centraban en actividades prácticas: cultivo de la tierra, construcción de instalaciones, uso de herramientas, etc. La evolución de las sociedades humanas fue ampliando considerablemente las actividades productivas hasta crear verdaderos especialistas. Los productos necesarios para la vida se fueron haciendo cada vez más sofisticados, de modo que ya no daba tiempo de aprenderlo todo, ni había quien lo supiera y dominara.
Con la mayor sofisticación se separaron parcialmente dos aspectos de la vida productiva: la generación de artefactos y actividades básicas, necesarios para la vida inmediata, centrados en habilidades manuales, desde cultivar la tierra, atender animales domésticos, preparar alimentos y vestidos, etc. Inicialmente eso se aprendía en casa, hasta que aparecieron proveedores de todo, con bienes de mayor calidad y durabilidad, lo que fue desplazando las actividades e las personas en casa. Talleres y luego fábricas tomaron la producción de bienes a su cargo y el comercio los distribuía, como hasta hoy.
La segunda faceta de lo que había que aprender se centró en habilidades generales, necesarias para incorporarse al mercado productivo de bienes y servicios, centrado en la capacidad de comunicación, de convivencia y de aprender a trabajar en equipo. De manera destacada surgió la capacidad de lecto-escritura, necesaria para seguir instrucciones impresas, enterarse de las noticias, elaborar informes, administrar y distribuir los recursos. Se requerían maestros versados en esas habilidades, que prepararan de manera uniforme a los futuros trabajadores, empleados y emprendedores. Esto solo se conseguía en las escuelas, donde quienes asistían recibían el nombre de alumnos.
Ser alumno de una escuela requiere ciertas formalidades, como inscribirse, asistir, pasar lista, observar ciertas normas de conducta, entregar tareas y pasar exámenes. Con el tiempo se ha convertido en una lucha considerable. Vemos filas de padres y muchachos esperando para inscribirse y con ello ganar el derecho a obtener un certificado que permita a los que avanzan exitosamente, acceder a niveles más avanzados de escolaridad y, finalmente, egresar con un documento que avale sus capacidades para resolver cierto tipo de problemas y con ello obtener el derecho a ganar dinero.
Pero aquí surge una confusión y desviación que cada día se acentúa más. Los niños, jóvenes y hasta los padres, asumen que lo importante es asistir a la escuela, cumplir, más o menos, los reglamentos, pasar, más o menos, los exámenes y obtener el certificado final que los avale, más o menos. Pero ha desaparecido el objetivo principal: aprender algo que se pueda aplicar en la solución de problemas concretos. El objetivo inmediato a la vista es “pasar” al siguiente nivel. A muchos les importa la asistencia, la presentación personal, los cuadernos, las boletas de calificaciones y hasta los uniformes. Ser alumno acarrea ciertos beneficios muy valorados por los muchachos y los padres.
En algunos casos, no en todos, decirse parte de un plantel educativo es sinónimo de prestigio, como puede ser también portar el uniforme correspondiente, de modo destacado en las carreras de la salud, donde la bata y el estetoscopio prestan al que lo lleva un cierto aire de distinción, como también lo hacen códigos, libros en idioma extranjero y otros adminículos que abogan en pro del portador. Esto ya hace sentir a muchos que ocupan un lugar destacado y que se les debe reconocimiento. Muy atrás queda lo que no se ve: el aprendizaje, la capacitación, la comprensión y la resolución de problemas. Como todo esto no salta a la vista, no es debidamente valorado.
Por diferentes razones, los sistemas educativos privilegian ciertas actitudes y conductas, sea de modo explícito, o de modo soterrado a través del ejemplo. Aunque en los planes y programas de estudio no dejan de señalarse las capacidades creativas y críticas, la realidad es que se trabaja más en la repetición y mecanización que en el análisis y comprensión. Se insiste más en resolver un problema dado, que en entender de dónde surge y la importancia de resolverlo. Se insiste más en recordar fechas, que en analizar la causa de los acontecimientos sociales y sus consecuencias. Más se insiste en repetir datos que en entender su importancia.
De alguna manera extraña los alumnos no aprenden la diferencia con ser estudiantes. Alumno es quien está inscrito en la matrícula. Estudiante es el que estudia, y pocos alumnos estudian realmente. Repiten, memorizan, pero no siempre entienden lo que están diciendo y basta cambiar un poco la pregunta para que se extravíen en la respuesta. A veces confunden causa y consecuencia, o contestan “cuando” y se había preguntado “¿dónde?”. Estos puntos requieren mucho más fineza que lo que aporta la memorización. Afortunadamente sí tenemos algunos alumnos que también son estudiantes y que saben analizar la pregunta y contestar coherentemente, es decir: contestar justamente lo que se preguntó.
No se insiste suficientemente en aprender a responder preguntas. En niveles básicos de educación vemos frecuentemente que los alumnos responden lo primero que les viene a la mente, como pasa cuando se les pide un cálculo matemático. Se necesita instruir al alumno en el proceso de razonamiento necesario para resolver el problema. Se requieren una serie de pasos ordenados lógicamente para llegar a la solución. Gran parte de la respuesta viene del planteamiento correcto, pero muchos maestros pasan por alto este gran detalle y los alumnos, en consecuencia, tardan mucho en descubrirlo, y quizá algunos no lo logren nunca.
Gran parte de resolver problemas consiste en pensar y hablar con estructura lógica, no en recordar información. Es mucho más valioso construir soluciones que recordar respuestas. Pero a pocos se les enseña esta metodología de construir en lugar de simplemente recordar. Construir una respuesta requiere generar ideas, ordenarlas jerárquicamente y llegar a una conclusión. Se trata de seleccionar piezas sueltas y armarlas para lograr un resultado que encaje con el problema. Pero esta es una labor ardua al principio y se debe insistir y apoyar a los alumnos para que la hagan su sistema cotidiano de trabajo.
No basta con ser alumno (asistir a clase, tomar notas, memorizar, pasar exámenes). Hay que ser estudiante, es decir, estudiar: desarmar el problema, entender qué papel juega cada parte, seleccionar la información pertinente, organizar una respuesta creativa. Pero ni siquiera basta con ser estudiante y aprender. Se requiere más: aplicar lo aprendido para resolver muchos problemas diferentes, tanto viejos, como nuevos. Y en lo nuevo está la clave: innovación. Investigar para descubrir nuevas relaciones, nuevas aplicaciones, nuevas dificultades. Al menos ser capaz de plantear el mismo problema en forma diferente, con nuestras propias palabras e ideas y hacer lo mismo con las soluciones.
Aprender es atreverse a aplicar lo que creemos aprendido. Para ello se requiere mucho más que tomar notas y contestar preguntas escritas. Se requiere participar, levantar la mano, opinar, proponer. Y todo esto pasa necesariamente por saber pensar, es decir, ordenar las ideas para llegar a un fin deseable –la solución de un problema- y esto se evidencia en la forma de hablar y de redactar un escrito, mucho más que tachar una opción de entre varias que se nos ofrecen. Pero se aprende a hablar, hablando y a escribir, escribiendo. Las clases diarias son una magnífica oportunidad para aprender a pensar y hablar, pero solo si pensamos y hablamos y nos exponemos a los comentarios y acotaciones de los demás, pares y maestros.
En la medida en que nos retraemos y nos negamos a participar, perdemos valiosísimas oportunidades de aprender. Mentira que se aprenda escribiendo y memorizando respuestas que otros plasmaron. Solo se aprende atreviéndose y equivocándose. Para eso están las aulas y las clases, para que una vez en la realidad extraescolar, las posibilidades de error sean menos y podamos prestar un verdadero servicio a los usuarios de nuestro trabajo. Pero es evidente que si durante años nos llevaron solo por caminos trillados, ahora no es fácil pedirles a los alumnos-estudiantes-aprendientes-aplicantes-innovantes que se aventuren por caminos ignotos que parecen más que peligrosos y amenazantes.
El sistema educativo en todos sus niveles, debe ser re-encauzado, más allá de tendencias adoctrinantes, para enseñar a los estudiantes a estudiar, a pensar, a hablar, a redactar sus propuestas, a argumentar y sacar conclusiones en forma válida y con contenido verdadero. Se entiende que muchos alumnos se resistan a participar, a opinar, a proponer, a disentir, si solo les hemos enseñado a memorizar, a repetir. Los videojuegos y los videos de tik tok no nos piden nada de eso, tan solo hay que oprimir una tecla desde el completo anonimato. Es muy diferente levantarse en un salón de clase y ante docente y compañeros sostener una propuesta argumentada y enfrentar la crítica. Pero todavía es más difícil tomar decisiones en la vida laboral real y ocasionar una amplia serie de consecuencias en la economía, la salud y hasta la libertad, la vida y la muerte de quienes esperan de nosotros ayuda.
Empecemos hoy a pensar, hablar, argumentar, redactar y sacar conclusiones como verdaderos estudiantes que aplicamos lo aprendido en beneficio de los demás, que no en tomar notas y seleccionar una opción de respuesta en un examen de selección múltiple. Nunca es tarde para adiestrarse en pensar, hablar, redactar, solucionar.