Luna escondió el sol
Por: Alberto Calderón P. (A C)
En un día soleado de abril, una niña de ocho años llamada Luna fue arrancada de su mundo conocido y transportada a través de un portal hacia una dimensión desconocida. Sucedió durante el eclipse de 1991, un evento cósmico que marcó un giro inesperado en la vida de la pequeña.
Mientras sus padres observaban embelesados el espectáculo celestial, Luna se aventuró en el patio trasero, atraída por la cautivadora danza de las sombras y la luz tenue que se filtraba a través de las ramas de los árboles. De repente, un resplandor cegador la envolvió, y en un abrir y cerrar de ojos, su mundo cambió por completo.
Luna se encontró en un lugar extraño, donde los colores eran más vibrantes y las formas más fluidas. El aire olía a especias exóticas ya promesas de aventuras por venir. Desorientada, pero con una curiosidad innata, la niña comenzó a explorar este nuevo entorno, buscando pistas que la ayudaran a comprender lo que había sucedido.
Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en años. Luna creció en esta dimensión paralela, adaptándose a sus costumbres y aprendiendo sus secretos. Conoció seres fantásticos que le enseñaron lecciones invaluables sobre la vida, el amor y la sabiduría ancestral. Cada día era una aventura, una oportunidad para descubrir nuevos horizontes y ampliar los límites de su imaginación.
Mientras tanto, en su mundo de origen, sus padres vivían sumidos en la angustia y la incertidumbre. La desaparición de Luna había dejado un vacío insondable en sus corazones, ya pesar de las incansables búsquedas, no encontraron pistas sobre su paradero.
Entonces, en una noche de marzo de 2024, cuando la luna volvió a eclipsarse, el portal se abrió una vez más. Luna, ahora convertida en una mujer joven, regresó a su hogar, transportada por las fuerzas cósmicas que habían sido testigos de su extraordinario viaje.
Con los ojos llenos de lágrimas de felicidad y una sonrisa radiante, Luna abrazó a sus padres, quienes apenas podían creer que su hija, a quien habían dado por perdida, había regresado. Las palabras fluían como un torrente, mientras relataba las maravillas que había presenciado y las lecciones que había aprendido en su travesía tridimensional.
«He caminado por senderos de ensueño, donde los árboles susurraban secretos milenarios y las estrellas danzaban en espirales de luz», contaba Luna, con una voz impregnada de nostalgia y asombro. «He visto criaturas que desafiaban la imaginación humana, seres que encarnan la esencia de la bondad y la sabiduría ancestral.»
Sus padres escuchaban embelesados, intentando comprender la magnitud de las experiencias que su hija había vivido. Luna les habló de los maestros que la guiaron, de las lecciones sobre la armonía con la naturaleza y el poder sanador del amor incondicional.
«En ese mundo, aprende que la belleza radica en los pequeños detalles, en las conexiones invisibles que unen todas las cosas», decía Luna, con una mirada soñadora. «Cada amanecer era una sinfonía de colores, cada atardecer una danza de sombras y luz.»
A medida que avanzaba la noche, Luna se daba cuenta de que su tiempo en este mundo era limitado. El portal se cerraría pronto, y debía regresar a la dimensión que ahora llamaba hogar. Con un nudo en la garganta, abrazó a su familia y les prometió que siempre estaría en su corazón, incluso cuando las distancias eran insondables.
«Quizá nos volvamos a encontrar durante el próximo eclipse en Xalapa», susurró Luna, con una sonrisa enigmática. «Todo es posible en este vasto universo de maravillas infinitas.»
Y así, con un último abrazo cargado de amor y gratitud, Luna se despidió de sus seres queridos, dejando en sus corazones la promesa de un reencuentro bajo la luz de la luna eclipsada. Porque en un mundo donde existen los portales tridimencionales, todo es posible, incluso los milagros más increíbles.