“No hay nadie que luzca como yo sin ropa”, decía, oronda y con razón. Habría que haber escuchado la frase de boca de ella misma, de Marilyn Monroe. ¿De quién más? Las palabras salieron orgullosas de ese par de labios carnosos siempre con esa sonrisa como de gata que acaba de hacer el amor, o después de una aventura con un hombre casado, que, según un personaje del cine, cuando esos labios besaban era como hundirse en un remolino de un río. Ese “No hay nadie que luzca como yo sin ropa” era la respuesta para el fotógrafo Lawrence Schiller, quien al referirse a los 25 mil dólares que le pagó Playboy por un desnudo de la actriz, la mayor cantidad jamás pagada hasta la fecha por una fotografía, le dijo en broma: “¿Ves lo que tus senos y tus nalgas pueden hacer?”, a lo que Marilyn le contestó riendo que así había conseguido ella también su casa y su piscina. En 2012, esas mismas fotografías y en ocasión del medio siglo de la muerte de la Monroe, formaron parte de una serie de desnudos inéditos de la rubia platinada más emblemática del mundo en la revista Vanity Fair bajo el título de A Spalsh of Marilyn que se publicaron con testimonios del fotógrafo y donde se muestra a la icónica actriz recién salida de la piscina y habla de sus inseguridades, frustraciones profesionales y rivalidad con otra de las consentidas de Hollywood, Elizabeth Taylor. El texto es una adaptación de las memorias de Schiller, Marilyn & me, a quien la actriz le pidió expresamente que la retratara sin ropa para intentar arrebatar protagonismo mediático a Liz Taylor. Schiller tenía 23 años cuando tomó las fotos después de prometerle a la actriz que cuando fueran publicadas en las portadas de las revistas la Taylor no aparecería en esas ediciones. Monroe había firmado un contrato de 100 mil dólares para grabar la que sería su última película Something’s got to give, que dejó inconclusa tras su muerte el domingo 5 de agosto de1962 a los 36 años, mientras que Liz Taylor, por aquel entonces, cobraba un millón de dólares por Cleopatra y había revolucionado Hollywood por su relación con el actor Richard Burton. Marilyn quería demostrar al estudio con el que trabajaba, la Fox, que era capaz de generar tanto interés en el público como Taylor: “Quiero demostrar que puedo conseguir publicidad sin usar mi trasero o sin ser despedida de una película”, contó Monroe unos días antes de su muerte a la revista Life en una larga entrevista considerada como reveladora y que por su interés reproducimos los siguientes comentarios de la actriz: “A veces vestida con abrigo, bufanda, sin maquillar y con ánimo de caminar me voy de compras o simplemente miro a la gente, pero sabes, entonces habrá unos adolescentes y dirán: ¿sabes quién creo que es?, y empezaran a rodearme y a mí no me importa, me doy cuenta de que la gente quiere ver si eres real. Los adolescentes, los jovencitos, sus caras se iluminan, dicen: ‘!Caramba!’, y no paran hasta contárselo a sus amigos. Las personas mayores se acercan y dicen: ‘Espera a que se lo cuente a mi esposa’. Has cambiado su día por entero. O por la mañana, los hombres de la basura que pasan por la Calle 57, cuando salgo dicen: ‘!Hola, Marilyn!, ¿cómo te encuentras esta mañana?’. Para mí es un honor, y les quiero por ello. Al principio te silban porque eres una chica rubia y no estás deforme, y después dicen: ‘!Cielos, es Marilyn Monroe’!, y eso, sabes, son los momentos agradables para mí. La gente sabe quien eres y sientes interiormente que significas mucho para ellos. No sé bien porqué, pero de alguna forma siento que saben lo que quiero decir con lo que hago, tanto en cine, como cuando les veo en persona y les saludo. Lo único que les digo es !hola! o ¿cómo estás? Pero en sus fantasías ellos sienten: ‘!Caramba, me ha sucedido a mí!’… Cuando eres famosa tu manera de enfrentarte a la naturaleza humana cambia de forma brusca, provoca envidia y lo hace la gente a la que te enfrentas, sientes que, bueno ¿quién es?, ¿quién piensa que es Marilyn Monroe? Ellos sienten que la fama les da toda clase de privilegios para acercarse a ti y decirte algo, de cualquier clase y dañan tus sentimientos. Tomemos como ejemplo a algunos actores o directores. Normalmente ellos no me lo dicen, pero lo hacen a los periódicos, porque es una forma mayor de obrar. Si solamente me insultaran a la cara eso no produciría la misma obra lo bastante grande para ellos, pero al estar en la prensa de costa a costa y alrededor del mundo, es diferente. No comprendo por qué la gente no es más generosa los unos con los otros. No me gusta decir esto, pero me temo que hay mucha envidia en esta industria del cine. Lo único que hago algunas veces es pararme y pensar ‘Yo estoy bien, pero no estoy tan segura con ellos’. Por ejemplo, habrás leído que hubo un actor que una vez dijo que besarme era como besar a Hitler. Bien, creo que es su problema. Si tengo que hacer escenas íntimas de amor con alguien que realmente tiene esa clase de sentimientos hacia mí, entonces mi fantasía entra en juego. En otras palabras, fuera o dentro, en mi fantasía él nunca estará allí… Una cosa sobre la fama es que, cuanto más grande es, la gente es más sencilla y deja de estar temerosa de ti. No les parece que han sido ofensivos, no les parece que te hayan insultado. Puedes encontrar a Sandborg y está encantado de conocerte, quiere saber cosas sobre ti y tú quieres saber cosas acerca de él y de ninguna manera te sientes defraudada, como otra persona trabajadora a la que desees conocer o saber cómo es. Tratas de explicárselo, porque no me gusta desilusionarles y decirles que algunas veces es casi imposible soportar su modo de mirarte, por algo que está fuera de su vida cotidiana. Supongo que se le llama a eso entretenimiento, un mundo para evadirse, una fantasía y es muy triste, porque te gustaría encontrar a alguien con alguna forma de significado en su rostro. Es agradable que te incluyan en sus fantasías, pero también te gusta ser aceptada por tu propio bien. No me veo como una mercancía, pero estoy segura que mucha gente así lo cree, incluyendo un grupo que son innombrables. Si soy criticada, que lo soy, me gustaría pensar que tengo solo unos maravillosos amigos y todos de forma inesperada me dicen: ‘Aquí nos tienes, vamos a hacer mucho por ti’. Por supuesto, no son todos iguales y también depende de las personas, pero algunas veces he sido invitada a lugares para agradar, adornar o alegrar una mesa en una cena para un músico, y yo después me daba cuenta que había sido invitada sólo y simplemente para eso y puedes creerme, es triste. Cuando tenía cinco años, creo, fue entonces cuando empecé queriendo ser actriz. Amaba interpretar, no me gustaba el mundo que había a mi alrededor porque era muy desagradable, por eso actuaba en casa, podía hacer tus propias situaciones y podrías pretender incluso que los demás niños fueran un poco como tú. Entonces yo me decía: ‘!Oh, sí! ¿Qué pasaría si yo fuera esta o la otra?’. Eso era actuar para mí y me dije que eso era lo que yo quería ser. Más tarde podrás actuar, pero entonces maduras y averiguas lo que significa, y lo difícil que va a ser para ti al ver aquellas películas, a los actores y yo me sentaba, permaneciendo en el interior del cine hasta que se hacía de noche. Delante de mí, la pantalla, el muchacho enamorado, la chica, todo tan grande, y yo lo amaba, adoraba todo lo que allí me adelantaban, sin echar de menos nada de lo que sucedía fuera de aquello, aunque triste porque no tenía palomitas. Cuando tuve once años, el mundo entero se cerró hacia mí, simplemente sentía que yo estaba fuera de pronto, pero todo se abrió e incluso las chicas me prestaban un poquito de atención y yo recorría el largo camino a la escuela de dos millas y media de ida y otras dos y media de vuelta, pero para mí era un absoluto placer… Los compañeros tocaban la bocina con su claxon y los trabajadores que conducían me saludaban y yo les devolvía el saludo. La familia solía preocuparse porque yo acostumbraba a reírme en voz alta y alegremente, supongo que pensaban que estaba histérica. Pero la verdad era que yo era verdaderamente libre… Les preguntaba a los chicos ¿puedo montar en tu bici?, y montada en ella me alejaba rápidamente, riendo al viento, riendo y todos se retiraban hasta que yo regresaba, pero amaba aquel viento, acariciaba mi rostro, era como una especie de doble filo y lo sentía por todo mi cuerpo… Creo que en la vida no hay nada imposible, basta con que tú quieras conseguirlo, por eso creo que la lucha en esto es fundamental”.
Nembutal asesino
“Mujer sencilla, 30 años, bien en todos los sentidos y hasta ahora muy puesta a prueba sentimentalmente, ingresos medios de quinientos mil dólares anuales, busca señor, incluso calvo, honesto y sensible, para fundar un hogar prolífico. Escribir a Marilyn Monroe, Suttton Place, New York”. Seis años después que apareció este anuncio en la prensa neoyorquina y sin haber recibido ninguna respuesta, la rubia platinada de los párpados tristes disponía de su vida ingiriendo un tubo de Nembutal. La portentosa muñeca de lujo del star-system hollywoodense murió en su hogar, pero sin hijos y ningún mediopelo que la acompañara. Sola, sólo con su Channel número 5 encima. “Miss Lanzallamas ha muerto desnuda”, dijo el crítico Adu Kyrou cuando se supo la noticia de la explosión de la segunda bomba atómica. “Nosotros no la lloraremos –opinó Kirou–, el llanto le sienta bien a Electra, pero ella se llamaba Marilyn. Después de haber acertado en su vida, supo no errar en su muerte, a la que concibió como un desafío. Su vida le pertenecía y le puso fin cuando le pareció oportuno; al fin y al cabo no siempre es posible apreciar hasta tal punto aquello de lo que se dispone. Su muerte es un happy-end”. Tragedia pura. Eso fue su vida. Hija ilegítima de una mujer que pasó la mayor parte de su existencia en un manicomio, Norma Jean, cuyo apellido fluctuaba entre Baker y Mortensen, es enviada a un orfanato y luego a 12 hogares adoptivos. En el de unos fanáticos religiosos es violada a la edad de nueve años por “un amigo de la familia”. Luego de su tercer divorcio, en 1961, es internada en un hospital para enfermos mentales. Un año después, la Twentieth Century Fox, alarmada por la salud de Marilyn, decide incluirla en Something’s Got to Give, dirigida por George Cukor, sólo para concluir su contrato con ella. Durante el rodaje de la película que dejó inconclusa, Marilyn, quien a través de Frank Sinatra había conocido a Peter Lawford y por mediación de éste a los Kennedy, asiste al Madison Square Garden al cumpleaños de uno de ellos, John, el polémico y mujeriego presidente de Estados Unidos. Ahí le cantó Happy Birthday agregándole en su tono meloso Mr. President. “Ahora –dijo JFK—ya puedo retirarme de la política”. El 1º de junio de 1962, el equipo de filmación de la que sería su última película e inconclusa, le organiza una fiesta de su cumpleaños 36. Una semana después, arguyendo “violación voluntaria de contrato”, “modales no cooperativos” e “ingratitud frente a la industria”, la Fox la despide y demanda por un millón de dólares. Finalmente, la noche del 5 de agosto –que como el mayo francés o el 2 de octubre mexicano, no se olvida–, Marilyn, en vez de irse a una fiesta en casa de Lawford, donde previsiblemente iba a verse con el otro de los hermanos Kennedy, Robert, ingirió, supuestamente, el contenido de un tubo de Nembutal. Y mientras “sus luminosas caderas ya estaban quietas, rígidas, deshaciéndose en la oscuridad, definitivamente solas”, como escribió Juan Marsé, dicen que los hermanos Kennedy, encerrados en un profundo despacho de la Casa Blanca, no hacían más que mirar melancólicamente un teléfono que repiqueteaba con insistencia. Porque se sabe que aquella noche Marilyn Monroe llamó a la Casa Blanca y que el FBI interceptó y borró todas las cintas que contenían sus telefonemas. Quizá es que habló de su asesino, de ese que se escondió detrás de unas cápsulas de pentobarbital. Aunque dos días antes de su muerte, la revista Life publicó una entrevista considerada como reveladora, Marilyn Monroe citó a Goethe diciendo: “El talento se cultiva en la intimidad”. Luego añadía: “Y es completamente cierto, pero la gente siempre está encima de ti. Se diría que les gustaría disponer de ti, que les gustaría apropiarse de los pedazos de uno mismo”, decía el símbolo sexual que, según Roman Gubern, ya forma parte de nuestra vida y su nombre se confunde con otros, pero con el irremplazable perfume de un pubis rubio sin peróxido. Y la muñeca rubia platinada remataba: “La industria del cine debería comportarse como una madre cuyo hijo acaba de escapar, por unos pelos, de ser atropellado por un coche. Pero en lugar de abrazar al niño, se apresura a castigarlo”. Marilyn –de quien André Bazin escribió que había desplazado el centro de gravedad cinerótico a un lugar situado entre el seno y el muslo– hablaba a Life de su asesino, del Nembutal asesino. Entonces, Bob Dylan se preguntaría: Who Killed Norma Jean?