Crisis educativa en la era digital
Francisco Rangel Cáceres
En la actualidad, la educación atraviesa una crisis profunda que trasciende los indicadores tradicionales de rendimiento escolar. Esta crisis no es únicamente cuantitativa —evidenciada en el descenso generalizado de las habilidades académicas básicas—, sino también emocional, social y estructural, afectando de forma integral el desarrollo de millones de adolescentes en todo el mundo.
Uno de los síntomas más visibles de esta problemática es el declive sin precedentes en las competencias de matemáticas, lectura y ciencias, documentado en el informe PISA 2022 de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). A nivel global, los puntajes promedio en matemáticas disminuyeron 15 puntos respecto a 2018; en lectura, la reducción fue de 10 puntos, y en ciencias, de 4 puntos. En el caso de México, también se observaron retrocesos significativos: matemáticas (-14 puntos), lectura (-5 puntos) y ciencias (-9 puntos), siendo el país con la caída más pronunciada en América Latina. Este deterioro, lejos de ser un fenómeno aislado, refleja la confluencia de múltiples factores interrelacionados que han debilitado la formación académica y socioemocional de los adolescentes.
Es importante subrayar que las deficiencias en matemáticas, lectura y ciencias limitan el desarrollo profesional de los estudiantes, restringen su acceso a empleos bien remunerados y reducen su capacidad de adaptación tecnológica (OCDE, 2019). Esta situación impacta directamente en la productividad nacional, amplía las brechas de desigualdad social y debilita la competitividad del país.
Impacto del uso del celular y las redes sociales en el desempeño académico
Si bien múltiples factores pueden incidir en el debilitamiento de las competencias académicas, diversos estudios identifican el uso excesivo e inadecuado de dispositivos digitales —particularmente teléfonos inteligentes— como una variable relevante (Reuters, 2023). El uso intensivo de smartphones entre adolescentes se ha convertido en una práctica cotidiana que transforma profundamente sus hábitos de estudio, concentración y aprendizaje.
Durante la pandemia de COVID-19, esta situación se agravó. El confinamiento obligó a millones de estudiantes a migrar a modelos de educación a distancia basados casi exclusivamente en el uso de pantallas. Sin embargo, muchas de esas horas fueron destinadas al consumo de contenidos de entretenimiento, redes sociales y videojuegos, en lugar de al aprendizaje formal. Como consecuencia, se observó un deterioro significativo en los hábitos de estudio, la capacidad de concentración y la calidad del sueño (OCDE, 2023).
El rendimiento académico también se ha visto afectado. Una investigación de la Universidad de Guadalajara, publicada en la Revista de Investigación Educativa (REDIE) (2023), identificó que el uso de redes sociales durante el horario escolar disminuye notablemente la concentración, incrementa el ausentismo y afecta negativamente las calificaciones, especialmente en matemáticas y lectura. Los estudiantes que dedican más tiempo a las redes sociales desarrollan hábitos de estudio deficientes y muestran menor capacidad de atención en clase.
Asimismo, el 42 % de los docentes encuestados reconocieron que el uso del celular en el aula impacta negativamente en la participación activa de los estudiantes, favoreciendo la distracción constante (UdeG, 2023).
El auge del smartphone marcó un punto de inflexión generacional en 2012, cuando los adolescentes comenzaron a pasar más tiempo en línea que en actividades presenciales o físicas. El tiempo frente a pantallas ha sustituido actividades esenciales como el sueño, la lectura, la interacción cara a cara, el ejercicio físico y el estudio.
En México, el 97.6 % de los adolescentes de entre 12 y 17 años que usan internet acceden a él mediante teléfonos inteligentes, dedicando en promedio 4.7 horas diarias a plataformas como TikTok, WhatsApp, Instagram y Facebook (INEGI, 2024). Este patrón de uso masivo conlleva consecuencias profundas en su vida emocional, académica y social.
El informe PISA 2022 revela que los estudiantes que utilizan dispositivos digitales por más de cuatro horas al día fuera del horario escolar obtienen, en promedio, 49 puntos menos en matemáticas —equivalente a más de un año escolar perdido. Este fenómeno no es aislado: Gómez-García y Pérez-Rodríguez (2025) concluyen que el uso inadecuado del celular en clase reduce significativamente la concentración y la participación, afectando directamente el rendimiento académico.
Impacto del uso del celular y las redes sociales en la salud mental y los efectos psicosociales
Diversos estudios han documentado una relación significativa entre el uso intensivo del celular y alteraciones en la salud mental. La psicóloga Jean M. Twenge (2023) sostiene que el uso excesivo de teléfonos móviles —especialmente en redes sociales y consumo pasivo de contenido— se encuentra altamente correlacionado con un aumento en los niveles de ansiedad, depresión, soledad y problemas de concentración, factores que inciden directamente en el desempeño escolar.
En un estudio reciente con estudiantes de secundaria y bachillerato, se encontró que quienes utilizan el celular por más de cinco horas al día presentan niveles más altos de ansiedad, trastornos del sueño y síntomas depresivos (Morales, 2023). Asimismo, el 30 % de los adolescentes mostró señales de dependencia emocional al dispositivo móvil, afectando sus relaciones familiares y sociales.
Esta dependencia tecnológica contribuye al aislamiento emocional, a una menor interacción cara a cara y a dificultades para la regulación emocional, todos ellos factores asociados a un menor compromiso escolar y mayor vulnerabilidad psicológica (Salas-Pilco et al., 2023). El uso excesivo de smartphones se relaciona con una mala calidad del sueño, distracción permanente y afectaciones a la salud mental, lo cual deteriora el rendimiento escolar (Enríquez-Yar, 2024).
Adicionalmente, se ha observado una reducción en la capacidad de lectura profunda y sostenida. Las plataformas digitales privilegian contenidos breves, visuales y de gratificación inmediata, reduciendo la tolerancia de los estudiantes hacia tareas que requieren esfuerzo cognitivo sostenido. Esto afecta no solo su desempeño académico, sino también la formación de habilidades críticas y analíticas indispensables para su desarrollo personal y profesional (The Economist, 2023).
Conclusión
El uso intensivo de celulares y redes sociales por parte de estudiantes mexicanos está incidiendo de forma negativa en su bienestar emocional, rendimiento académico y permanencia escolar. La pandemia acentuó esta situación, especialmente en contextos con marcadas desigualdades sociales. El cierre prolongado de escuelas, la falta de acceso a recursos digitales, la disminución del acompañamiento familiar, el uso de metodologías pedagógicas obsoletas y el incremento de los problemas de salud mental juvenil han generado una tormenta perfecta en el sistema educativo.
La evidencia es clara: si no se regulan estos hábitos digitales y no se interviene desde el ámbito institucional, escolar y familiar, las consecuencias podrían profundizar aún más la crisis educativa en México. Es urgente implementar políticas escolares claras, fomentar la alfabetización digital crítica y ofrecer apoyo emocional que permita mitigar los efectos adversos de la hiperconectividad.
Como advierte The Economist (2023), no se trata únicamente de una crisis educativa, sino de una amenaza directa al desarrollo económico, la movilidad social y la equidad futura. Por tanto, se requiere una estrategia integral de regulación y orientación pedagógica frente al uso de dispositivos móviles y redes sociales.
Para responder con éxito a los desafíos de la Cuarta Revolución Industrial, resulta imprescindible que el gobierno, las autoridades educativas, los directivos y los docentes fortalezcan las competencias en matemáticas, lectura y ciencias desde la educación básica. Impulsar dichas habilidades permitirá a los estudiantes acceder a empleos bien remunerados, adaptarse a los avances tecnológicos y participar activamente en una economía del conocimiento. Esta estrategia contribuirá a elevar la productividad nacional, reducir la desigualdad social y consolidar una ciudadanía informada, capaz de tomar decisiones responsables en todos los ámbitos de su vida.