En Xalapa, de joven, los días se deslizaban entre la humedad de la naturaleza y el tedio de una existencia provinciana; hasta que llegó Sergio Pitol, un faro en la niebla, con su maleta llena de historias y su voz cargada de mundos lejanos. Su departamento en el centro de la ciudad era un refugio de palabras, una lluvia de ideas donde las noches se llenaban de relatos sobre China, Polonia, y los libros que ardían en su pecho como antorchas. Nos hablaba de cómo las palabras podían construir puentes hacia tierras desconocidas. Es parte de lo que escribe el escritor Raúl Hernández Viveros sobre el maestro Pitol. Foto de Revista Soma.