Por Ramón Durón Ruiz

Diego Marchi, lleno de sapiencia afirma: “En la vida todos tenemos un secreto inconfesable, un arrepentimiento irreversible, un sueño inalcanzable y un amor inolvidable”
El mexicano conoce secretos, arrepentimientos, sueños, encuentros y desencuentros, amores y desamores de sus amigos, en dos lugares: en las cantinas y en los cafés.
Centros del saber y la amistad, donde entre el denso humo de cigarrillos –de todas las marcas y precios– y una excepcional camaradería, se disfruta el sano esparcimiento, con el que se goza la vida.
Son los cafés mexicanos, un rico espacio, para por una parte, mostrar las hábiles manos de nuestras cocineras, con una gastronomía que cautiva hasta al paladar más exigente, y por otra, un lugar, en donde, con los juegos malabares de la palabra, estalla –como fuegos multicolores– la alegría, sale a flote la picardía, ahí se compone el mundo y de manera cruda, analiza la política.
“México es el pionero en la producción del café orgánico en el mundo. El café es un producto de mucho riesgo, de sumos cuidados, de buena suerte y de beneplácito de la naturaleza. El café es un placer para quien lo toma” y una inmensa satisfacción para quien lo produce, comercializa e industrializa.
El mejor catador de café, es el pueblo, que con la agudeza de sus sentidos ha convertido al café mexicano, en parte básica de su dieta. En el café se trasluce el esfuerzo diario y trabajo fecundo de los hombres del campo, producto que actualmente es comercializado en todo el mundo y reconocido por su calidad excepcional.
La tesis de que “nada es para siempre” se aplica al pie de la letra también en el café. Del café de olla con piloncillo, de mi infancia, pasamos en la actualidad a tantos cafés, como la imaginería gastronómica puede crear: Cappuccino, Café Latte, Latte Macchiato, Americano, Corretto, Ristretto Romano, con Panna, Granita de Caffé, Mocha, Frappé, etc.
En el café mexicano, –néctar del descanso del trabajador–, se amalgama cuerpo, sabor, aroma y acidez, enriquecido por las distras manos que lo cultivan y por las condiciones ideales de nuestra nación, que hacen que “Una taza de café sea… el cielo en la tierra”
Termino con los siguientes fragmentos del poema y décimas de Gabriel Moquete, al café:

“Cafecito mañanero
simpático y sabrosón
por la mañana, el fogón
te saluda a ti primero.
Calientito y tempranero
como los rayos del sol,
tu aroma madrugador
invita a diálogo sano,
al encuentro de paisanos,
a un comenzar con amor.

Un cafecito a las dos,
poco después de comida,
es costumbre socorrida
que ésta bebida implantó.
El café también logró
que en los Bancos y oficinas
como atención digna y fina
se le brinde a la visita
de buen café una tacita,
cortesía de rutina.

Ya casi al atardecer,
casi al despedirse el día
una peña de poesías
es ocasión de placer.
El café debe de ser
un invitado de honor,
con su aroma y su sabor
el café allí participa
como si fuera una chispa,
como antorcha alrededor.

Ya, como podemos ver
el café está en todas partes,
es una obra de arte
que el suelo suele ofrecer.
En un lindo amanecer,
cuando el sol casi se ve,
cuando el horizonte es
apenas un mar a oscuras,
¡qué sabrosa es la aventura
de una taza de café!”

En el café escuche una frase pa´l Filósofo: “Hay mujeres tan complicadas que cuando les llega el principe azul… ¡NO ES EL TONO DE AZUL QUE LES GUSTA!”
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