En una semana más estaremos dando cumbre al proceso electoral por el que elegiremos a 500 diputados federales, en nueve entidades federativas elegirán, además de gobernador, legisladores locales y autoridades municipales, temas de la democracia electoral que por imperfecta que parezca de alguna manera acercan al ciudadano a los asuntos de la cosa pública. Pero lamentablemente una añeja inercia provoca que inmediatamente después de concluida la fase electoral el ciudadano se desvincula de lo gubernativo dejando a la elite política actuar a su entero antojo y, lógicamente, ésta se despecha a discreción ya una vez sin el visaje social sobre sus actos.
Esta es una de las razones por las que la clase política mexicana está divorciada de los asuntos de interés general y ha venido actuando en privilegio de sus propios intereses. Los cambios que se han producido al interior del contexto sociopolítico de México han sido producto de la presión social, pero esta no ha sido totalmente satisfecha porque la elite en el poder se auto protege cuando sus intereses son amenazados. Así sucedió en la conversión de diputados de partido a los de representación proporcional, que caminó más en la lógica de repartirse posiciones políticas entre la clase dirigente del país que de hacer efectiva la pluralidad en las Cámaras legisladoras; también legislaron a favor de cuotas presupuestívoras para los partidos políticos, que eso y no otra cosa son las prerrogativas, con las que se mantienen como clase de privilegio y la resultante es legislar deteniendo reformas político-sociales con adecuaciones a modo.
Ante el rechazo hacia los partidos políticos y la presión para reconocer candidaturas independientes, se legisló “concediendo” esa figura pero imponiendo candados que dificultan su buena marcha; frente al clamor social contra la corrupción, procedieron a iniciar las reformas pero reteniéndolas hasta que no tuvieron más opción que aprobarlas, aunque cuidando de no tocar la figura presidencial como si esta fuera la de un tlatoani inaccesible. Cuando se crearon órganos de control, colateralmente se buscó la manera en cómo desactivarlos de su función arrogándose la facultad de designar a sus titulares; al delito de peculado se le oponen plazos breves para su prescripción; a la cacareada transparencia y rendición de cuentas simplemente se le ignora. Si el partido hegemónico empieza a mostrar los severos síntomas de la esclerosis, lo mejor es encontrarle muletas que lo auxilien, corromper a dirigencias partidistas de “oposición”, crear partidos a modo e inventar y cooptar a los candidatos “independientes” para dispersar el voto y ganar no importa que sea con una “minoría mayoritaria”.
En este berenjenal hemos venido transitando por décadas en compañía de una clase política que camina en sentido contrario a los deseos de la sociedad, y una entidad colectiva que no atina a concientizarse respecto de su verdadero poder, por ser la fuente del poder, el origen de una autoridad que en teoría sólo delega, pero que hasta ahora el delegado asume como propia. Y en ese carril está todo México, en cuyo territorio han surgido las chispas del cambio con un Maquio que gritó su inconformidad, con un Fox insensible e inconsciente de lo que pudo haber sido su papel de reformador histórico, con un López Obrador convertido en líder genuino de los más jodidos pero empeñado en ser presidente de la república aun cuando las condiciones no se le aparejan; con un “Bronco” como fenómeno político surgido en una de las entidades más rica del país, pero también la que más se orienta para cuidar de sus intereses de clase empresarial.
Este es el panorama nacional en que se desenvuelve también la vida política en la aldea veracruzana, concepto este último que se inspira en el tercermundismo en que nos han sumergido los políticos de la “nueva generación”, que se advierte reflejado en un crecimiento económico reducido a cero; con una población que en su mayor parte sobrevive en pobreza y un gran segmento en pobreza extrema; con sectores del campo y la ciudad abandonados por un gobierno al que se le fue de control el manejo de las finanzas públicas, impedido para hacer obra pública por un servicio de la deuda al que se le han destinado ya miles de millones de pesos, que bien pudieron ser invertidos en la compra de medicinas, equipo médico, nuevos hospitales, escuelas, mejores carreteras y, por si fuera poco, inmerso en una crisis política que presagia tiempo borrascoso.
¿Diagnóstico catastrofista? Más bien pesimista; y cómo no estarlo si en un escenario ya pervertido por métodos que han prostituido a actores políticos y sectores vinculados al quehacer público, aparece un actor político campirano, o, mejor, rústico, para guardarle respeto al sufrido campesino veracruzano, que por no tener argumentos para manejarse busca “un doble que se le parezca”. Pero que no es sino un rudimentario instrumento al alcance de los estrategas, que habrá de servir para distraer en parte cuanto ocurra en el siguiente proceso electoral que inicia en octubre próximo en vistas del relevo gubernamental. Volveremos a ver partidos “de oposición” locales buscando al mejor postor para sacarle raja al registro; surgirán los mismos y otros candidatos “independientes” que ayuden a dispersar el voto para de esa manera atomizar la voluntad ciudadana.
En la oscuridad del túnel, allá en lontananza, lejos de este escenario política y económicamente sombrío, prevalece la esperanza de que la Suprema Corte eche abajo el bodrio legislativo que diseña una elección para un gobierno de dos años, que de otra manera podría ser la gota que derrame el vaso.
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