Hace poco un amigo muy querido, en una comida hacía un recuento de los años que trabajó con uno de los hijos del ex presidente Luis Echeverría Álvarez, en concreto con Álvaro, quien durante el gobierno de su papá ocupó un importante cargo al frente de un organismo que se encargaba de promover el desarrollo comunitario en zonas marginadas y deprimidas, principalmente de regiones y zonas rurales indígenas. Rememoraba este querido amigo las muchas bondades del programa, PIDER (Programa de Inversión en Desarrollo Rural) y de cómo aprendió, formativa y profesionalmente hablando, de la mística de trabajo que Álvaro imprimió al programa como responsable de éste, sobre todo en materia de trabajo con las comunidades agrarias y rurales.
El PIDER, por lo tanto, se podría catalogar como el antecedente directo de los programas sociales de genuina esencia que posteriormente se instrumentaron en el país para combatir la pobreza, hasta los más recientes como Solidaridad, Progresa, Oportunidades y el actual Prospera (incluida la Cruzada Nacional contra el Hambre), sin olvidar la fundación de instituciones clave para atender a la población indígena como el Instituto Nacional Indigenista, creado durante el gobierno de Miguel Alemán en el año de 1948, más otras instituciones que han sido definitivas para apoyar el desarrollo y la economía de las clases populares en el país como el Infonavit y el Fonacot, fundadas durante el gobierno de Luis Echeverría, es decir, todas estas instituciones nacieron, probablemente, en algunas de las etapas más negras del autoritarismo mexicano. Todas están ahí, aún hoy el INI que transmutó en la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI) y que sigue atendiendo a la vasta población indígena de México.
Y este es el México que nos ha tocado vivir, de claroscuros, de intensas y vergonzantes páginas negras, el 68 y el 71, por ejemplo, hasta luminosidades como la creación de la Ciudad Universitaria durante el pleno alemanismo y que hoy es, para orgullo de los mexicanos, Patrimonio Cultural de la Humanidad desde 2007, y qué sería de las clases trabajadoras de este país si el mismísimo –odiado y repudiado por muchos- Luis Echeverría no hubiera creado el Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda de los Trabajadores. Dos caras de una misma moneda, ¿ángeles o demonios?, en este México nadie se salva, nadie ha cruzado el pantano sin mancharse su plumaje, nadie es químicamente puro ni incólume, ni el mismísimo Tata, Lázaro Cárdenas.
Por eso me llama la atención la forma tan descarnada con la que algunos han celebrado la muerte a los 87 años de Jacobo Zabludovski, tachándolo de todo. Es cierto, Jacobo fue durante muchos años un empleado al que le tocaba dar la cara de un servicio informativo de una cadena de televisión cuyo dueño, Emilio Azcárraga Milmo, se autoproclamaba –es más, sin el menor empacho así le gustaba autonombrarse- “soldado del PRI”, de ese PRI que prohijó al algunos de los gobiernos de los cuales nos quisiéramos olvidar, pero que más vale que no lo hagamos porque a lo mejor, como dicen, la historia se repite. No se puede tachar de injustos a quienes se han referido a Jacobo como un aquel demonio que modulaba todos los días por las noches la versión de un país que no necesariamente era como nos lo pintaba, pero como dijo la propia Lolita Ayala, “a Jacobo no le quedaba de otra más que decir lo que tenía que decir”, esto por supuesto no lo exime de alguna culpa de las etapas más vergonzantes de la historia de la segunda mitad del siglo XX mexicano, pero nadie se salva de la quema dentro del periodismo, pocos, quizá Julio Scherer, Vicente Leñero, Juan José Hinojosa y Fernando Benítez, y de escritores Octavio Paz y Carlos Fuentes, entre muy pocos otros, todos los demás, la mera verdad, hacían como que la virgen les hablaba.
De todo lo mucho que he tenido la oportunidad de leer sobre Jacobo todos estos días, me quedo con la reflexión inteligente de la columnista de Excélsior, Yuriria Sierra, quien retrata de una manera casi perfecta el papel que jugó Zabludovski en aquellos años: “Jacobo fue lo que tú mismo fuiste –se refiere a él como un espejo-: un engranaje de un sistema que funcionaba de determinada manera en un determinado momento. Del tiempo mexicano y del mundo. De un sistema que, a mitad de los entonces imperantes en el mundo, se encontraba a medio camino entre los polos de la dictadura y el control del Estado vs. (contra) el del régimen de libertades de la democracia y el mercado. Desde principios del siglo XX, México siempre quiso estar bien con Dios y con el diablo (la “doctrina Estrada”). Y así se construyó el gran leviatán priista que 71 años se mantuvo en el poder: sin ser una dictadura (o una “perfecta”, como la llamó Vargas Llosa), apostó por todos los mecanismos de orden, control y cooptación que le permitieran mantener un clima de paz y una pretensión democrática ante el mundo. La segunda mitad del siglo XX, toda fue, para México, la era Zabludovski”.
Los “Zabludovskis” quizá no hubieran existido si el gran impulsor de la televisión mexicana, Miguel Alemán Valdés, cuando manda a Guillermo González Camarena a estudiar los nacientes sistemas de televisión en el mundo para decidir cuál era el que más convenía a México, entre ellos el de la Gran Bretaña, que impulsaba un sistema fundamentalmente estatal de televisión con la BBC de Londres, sin cortes publicitarios, y el de los Estados Unidos, en donde en contraposición se impulsaba un sistema televisivo de carácter estrictamente privado con la NBC a la cabeza, opta por el segundo en lugar del primero, y lo hace porque en esa naciente televisión mexicana uno de los socios principales de ese gran proyecto comercial iba a ser precisamente él, junto con las familias de Rómulo O’Farril Sr., de Emilio Azcárraga Vidaurreta, de Gabriel Alarcón Chargoy y de Eugenio Garza Sada, así de sencillas eran las cosas en México, combinar negocios privados con los privilegios que da el poder.
Y así siguieron siendo las cosas inclusive hasta cuando Carlos Salinas de Gortari, decide en 1993 desincorporar –así se decía rimbombantemente- todo el paquete de medios propiedad del Estado que incluía los canales 13 y 7, los estudios América y lo que en aquel entonces se conocía como la Compañía Operadora de Teatros (COTSA), a un empresario especializado en la venta de muebles, para decirlo claramente, un mueblero pues, llamado Ricardo Benjamín Salinas Pliego, del cual se presume es socio, cuando menos, Raúl Salinas de Gortari. Y la televisión que ha impulsado Salinas Pliego en nada se ha diferenciado de la televisión que hasta nuestros días hace la hoy Televisa, es más, se puede decir que ha sido una muy mala copia.
Así las cosas, Jacobo Zabludovski Kraveski fue un periodista que empezó a hacer periodismo cuando no había nada. Fue el iniciador de muchas cosas, estilos, formas de hacer televisión, de hacer noticiarios, de verbalizar, de gesticular –un solo gesto mueca de él bastaba para aprobar o censurar algo-, de ponderar, de censurar, de fustigar, de señalar, etc. Yo me quedo con el Jacobo de la radio, un hombre ya sin las ataduras que le imponía el dueño de la televisión. Me quedo también con el Jacobo que todos los lunes publicaba su columna Bucareli en el periódico El Universal y me quedo con aquel Jacobo que disfrutamos, sobre todo por su sapiencia y de su gran cultura, y por ser un amante del Centro Histórico de la Ciudad de México. Finalmente me quedo con el Jacobo que se atrevió a comentar de deportes a través de algunos programas especiales que realizó para el equipo de ESPN Deportes, principalmente junto a José Ramón Fernández y a Heriberto Murrieta.
Sí censuro a todos aquellos que lo han señalado por su calidad de judío -¡por favor, como si él hubiera tenido la culpa de haber nacido judío o de lo que Israel está haciendo con los palestinos en la franja de Gaza!-, y al que le han querido endosar responsabilidades en algunos de los hechos históricos más negros de la historia reciente de México como el 68 y el 71, a propósito se le ha inventado, porque es una versión que no está documentada a pesar de lo que se diga en contrario, que aquella mañana, horas después a los hechos trágicos del 2 de octubre del 68 inició su noticiero 24 Horas con aquella frase de: “Hoy hizo un día esplendoroso en la ciudad de México…”, cosa incierta porque 24 horas empezó a transmitirse hasta el año de 1970. Ni ángel ni demonio, yo sí le quemo incienso a Jacobo.