El autor de Los versos satánicos participa en la FIL de Guadalajara

“¡Orhan Pamuk debe tener cuidado!”, gritó Yasin Hayal al entrar al tribunal donde fue juzgado hace ocho años por suministrar el arma con la que un fanático turco asesinó unos días antes al periodista de origen armenio Hrant Dink en su periódico Agos, en Estambul. Por eso, esa semana, el Premio Nobel de Literatura 2006 suspendió su viaje a Alemania, donde iba a ser distinguido con el doctorado Honoris Causa por la Universidad Libre de Berlín, antes de realizar lecturas de extractos de sus obras en Hamburgo, Colonia, Stuttgart y Munich. El novelista turco, autor de Libro negro, blanco de los nacionalistas turcos por sus posturas, fue el primer escritor del mundo musulmán que condenó la fatwa iraní declarada por el Ayatola Jomeini contra Salman Rushdie por Los versos satánicos el Día del amor y la amistad de hace 26 años. Desde entonces, y aunque la condena a muerte “por blasfemo” impuesta por el régimen islámico ya fue levantada, aunque no de manera oficial, el escritor angloindio ha vivido a salto de mata, para quien lo importante es no dejar que eso cambie tu vida, porque el menosprecio del terrorismo forma parte de la razón de su fracaso: “La mejor respuesta a estas acciones terroristas es tratarlas con desprecio y seguir viviendo tranquilamente”. Hace unos días, su presencia en la Feria del Libro de Francfort causo que Irán se retirara del evento. Durante su aparición en el teatro Cuvilliés de Múnich se incrementaron las medidas de seguridad. Ahí, después de expresar su admiración y reconocer la valentía y la reacción de los franceses ante los ataques terroristas (“Siento orgullo por el pueblo de París”), hizo responsable a su generación por el reinado de insensatez que se vive en la actualidad. Era un típico joven del 68 y tenía tiempo para disfrutar al máximo “sexo, drogas y Rock’n’Roll”, dijo. “Mientras esa generación se entregaba a bellos placeres, la gente desagradable tomaba el poder por su cuenta”, afirmó, y remató: “Eso fue culpa nuestra”. El escritor indobritánico participará este sábado en la apertura del Salón Literario de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, que en esta ocasión tiene como invitado de honor al Reino Unido, donde también presentará su nueva novela 2 años, 8 meses, 28 noches. Cuestionado hace un tiempo por La verdad, de Barcelona, sobre qué puede hacer la literatura ante el terrorismo, Salman Rushdie respondió que absolutamente nada, porque la literatura no es un arma y tampoco es un escudo; no puede proteger a uno ni derrotar a los enemigos, pero lo que sí puede hacer es aumentar el entendimiento entre las personas y el conocimiento sobre los temas, y no precisamente a hechos concretos, que esos ya los dan los periódicos, la radio y la televisión: “Lo que necesitamos –asegura– es saber en qué consiste ser un afgano bajo el régimen talibán, o qué supone ser terrorista. El arte de la novela siempre ha sido el de permitirnos experimentar la realidad ajena, ya se trate de la de Madame Bovary o de los Buendía de Macondo. Gracias al genio de la novela, estos mundos se nos hacen comprensibles y se convierten en parte del nuestro. La policía nos puede proteger, pero la novela ha de ser la herramienta que nos permita entendernos”. Para Rushdie el mundo vive un choque entre religión y razón, entre magia y ciencia; una batalla protagonizada por dos visiones del mundo que se creen en posesión de la verdad y que se desprecian mutuamente. En su novela Shalimar el payaso, ha puesto frente a frente esas dos visiones, por eso afirma que la gran batalla que se está librando en la actualidad se puede describir como un choque entre el radicalismo islámico y Occidente. Pero una definición para él más exacta es que por una parte hay una visión del mundo materialista, de personas que creen que el mundo está aquí y es sólido; que está hecho de cosas, de objetos que se pueden tocar, sentir, comprar, vender… Y por otra parte hay una visión que dice que eso es una ilusión, que no es importante el mundo sino lo que está más allá, la trascendencia, el paraíso, y esa batalla, la de la realidad de las cosas, es en la que estamos luchando. ¿Qué es el mundo, material o inmaterial?, se pregunta el escritor de 68 años. Y él mismo se responde: “Ambos lados se desprecian mutuamente de forma muy profunda. Éste es el verdadero cisma que se da en la actualidad. Hay un pasaje en mi novela en que Shalimar el payaso está siendo adiestrado en un campo de la yihad y el instructor le dice que los infieles creen que el mundo está hecho de cosas, y por eso son tan débiles. Yo en esa escena estaba intentando describir esa visión del mundo, la que dice que todo lo que ves a tu alrededor, todo lo que te han explicado, es falso. Que es una gran mentira y que la verdad es la magia de la creencia religiosa. Y ese conflicto, creo yo, es el conflicto de nuestro tiempo. No se limita únicamente al Islam”. Y es que la venganza le está ganando la batalla a la justicia. La gente ha perdido la fe en el diálogo y el debate, expresa el autor de Los hijos de la medianoche, y por eso hemos vuelto a una sed de sangre ancestral y está adquiriendo poder sobre todos, porque si nos sentimos ofendidos por los demás, en el nombre de esa ofensa somos capaces de hacer cosas terribles. “No es una gran época para la razón”, asevera Rushdie con un desencanto que se acrecienta cuando afirma que el ser humano es violento, lo que nos lleva a vivir un tiempo inusualmente violento. Y se lamenta de la situación: “Es una tragedia ver cómo la gente puede romper las cosas que luego ya no se pueden reparar… Los seres humanos somos también capaces de construir la paz, aunque parece que nos movemos mejor en la violencia”. Pero el escritor también se plantea otros ámbitos: en Estados Unidos, por ejemplo, la mayoría de la población cree en las verdades apocalípticas de la cristiandad, dice, y en la India, cada vez hay más fundamentalistas hindúes. Se mire por donde se mire, para el autor de El último suspiro del moro se ve este fenómeno: la batalla entre el mundo de la razón, la ciencia, la perfección, y por otra parte, el mundo de la trascendencia, lo milagroso, la creencia, la magia, los sueños: “La tragedia para mí es que, como novelista, me siento muy atraído por el mundo de los sueños y la magia, y no tanto por el aburridísimo mundo de los objetos y el materialismo. Pero, claro, yo estoy en el lado de lo material”. Al hacer un balance del martirio de los últimos 26 años, Rushdie le atribuye el fracaso de la razón a los políticos y no a la religión, curiosamente. Ha vencido el miedo y las humillaciones y sigue vivo, disfrutando de una paternidad tardía y para defender a otros colegas en su misma situación, como ahora con Orhan Pamuk. Vive, afirma, para demostrar que no se puede silenciar a un escritor, que es lo que siempre ha sido, y no “un muerto que está de permiso” desde la maldición de Jomeini de aquel fatídico Día del amor y la amistad de 1989 que lo sigue como su sombra: “La época de la fatwa se ha terminado –dice— y estoy en los tiempos de la postfatwa. Ahora quiero olvidar la fecha del 14 de febrero”. Aunque como dice su colega y expresidente del PEN Club de Escritores, Johannes Strasser: “En estos casos, hay que tomar las amenazas en serio”.