Si Usted es de los que tienen la costumbre de leerme, hace bien. Sabrá con seguridad que soy amante del frío; que desde que comienzan a llegar disimuladamente los fríos otoñales mi mal humor se va desvaneciendo; que ando por la vida cantando como el Jibarito y que me vuelvo un verdadero amorsh. El cielo todo opaco y gris para muchos, a mí me resulta apacible y hondo.

Luego vienen la Navidad y lo echa todo a perder. Un bache en el camino de la felicidad que dura hasta los primeros días de enero. No soy de los de risa fácil que cree que por decreto todo diciembre es tiempo de amar y perdonar, de obsequiar e intercambiar, de posadas, fiestas y reencuentros. Allá Usted y sus creencias, no las critico, sólo no las comparto.

Pese a eso tampoco crea que me abstengo del caudaloso jolgorio mexicano. Si hay alguna pachanga en la que sean requeridos ogros y grinchs, este fin de año pienso apuntarme. Finalmente este 2015 no me trató tan mal. No caí –hasta ahora- más que una vez al hospital y fue solo por unas horas, nada del otro mundo. Hay salud. Hay amigos y hay familiares a los que aunque sea por obligación habremos de ver –chance y no, joy joy joy- y otros con los que anhelo estar no solo en diciembre sino en todos los meses del año.

Este diciembre entró como no queriendo, sin avisar, remoloneando en el quicio de la puerta, y amenaza con irse a la velocidad del ratón González. ¿Ya ve? Ya estamos a ocho. Por ahí del quince de diciembre ya todo es desmoche y todo mundo sale a la desbandada. Encontrar a un funcionario público es un milagro y viéndolo bien visto, ni quien quiera encontrarlos. Habrá algunas áreas gubernamentales que mantendrán guardias porque son necesarias y porque tienen atención al público, pero también habrá otras que se convertirán en oscuros y tristes cementerios con solo una o dos almas en pena que los jefes habrán dejado “por si acaso”.

Es costumbre (por si no lo sabe) desde hace ya muchos años, que se envíe una Circular en las oficinas de gobierno donde se establece que las áreas deberán dejar “guardias” (¡Ordene Emperador!), y que de jefe de departamento para arriba deberán permanecer en sus puestos sin salir de vacaciones. Eso no es una buena señal, no hay derecho, como diría Chava Flores, no es justu tratar así a lo bruscu. Eso es un síntoma de un aparato gubernamental enfermo. La mayoría de los funcionarios hacen como que se quedan pero en realidad dejan a dos o tres monitos jarochos a ver películas en las computadoras y a mentarles su madrecita a quienes ahí los dejaron.

No hay nada que hacer en esos días en la mayoría de las oficinas donde se mantienen guardias. Y eso lo saben los jefes, lo saben los superjefes, y lo saben los diosesjefes. ¿Es necesario? ¡Claro que no! En la inmensa mayoría de los casos no es necesario pero “hay que cumplir”. Es la vieja costumbre de hacerse mensos. Por decreto desde los tiempos de Fidel “se acabaron las vacaciones”. Tampoco soy ingenuo, claro que se toman sus vacaciones todos, son un derecho y una necesidad, pero lo hacen subrepticiamente y como si fuera un delito. Una maquinaria sin descanso forzosamente se revienta. Y los funcionarios públicos, desde los más modestos hasta los más encumbrados, necesitan vacaciones.

Todos se las toman, sólo que lo hacen a escondidas. ¿Qué necesidad? Si no se hizo casi nada en todo el año ¿Qué harán en 15 días?

He aquí mi propuesta: todos los que no sean absoluta y estrictamente necesarios váyanse a descansar, realícense en mi honor fiestas, desmoches, pachangas, guateques, convites, juergas y veladas. Y si pueden, invítenme.

Tome nota: Pepe y Héctor realizan comida de la Unidad. Unidos hasta el final: Héctor. Caminaremos juntos pésele a quien le pese: Pepe. Diría la chaviza: ¡Ah, oc!

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