«Para dolor de los polítólogos  y rabia de los analistas, Donald Trump se impuso como candidato sin una propuesta política ni económica. Lo suyo fue conectar con el ciudadano común que se identifica con la derecha. Torear para la grada. Hacer política sin parecer político. Con una mezcla de estrella de televisión y capataz de población sureña, Trump hizo de lado los hechos y la realidad para concentrarse en su propia verdad. Puso apodos, se mostró xenófobo, racista, misógino y pendenciero. Y le funcionó. Eso pasa cuando la euforia se impone a la razón». Lo comentan en «Templo Mayor» de Reforma.