*De Bukowsky: “Conocí a un genio en el tren hoy como de 6 años de edad se sentó a mi lado y mientras el tren avanzaba a lo largo de la costa llegamos hasta el océano entonces él me miró y dijo, no es hermoso. Fue la primera vez que me percaté de ello”. Camelot

103 AÑOS EN TREN

Soy de esa tierra del riel, tan bella como no hay dos, Tierra Blanca, situada en un hoyo en el estado de Veracruz donde, dicen un día, que el diablo se apareció y no se fue jamás. Hay días de calor de 52 grados, que eso acalora y quema todo, hasta aquellito. Tierra llena de moscos en un tiempo muy lejano, ahora las brigadas sanitarias ya los asesinan, a los moscos portadores del dengue y el zika, pero en tiempos lejanos uno dormía con un pabellón que cubría toda la cama. El aire acondicionado era imposible, ni los había ni había plata para comprar uno. A lo más, un pobre ventilador que hacía mucho ruido y a veces no te dejaba dormir. No se era pobre, ni vivíamos como decía Fernando Savater: “Mi sueño es el de Picasso; tener mucho dinero para vivir tranquilo como los pobres”. Hace tres años, en la tienda que es parte de mi vida, cuando tengo pasta, Liverpool, compré un cuadro de dos máquinas viejas de ferrocarril, al óleo, bello, hermoso, desde que le vi me dije: será mío, y mío fue. Dos máquinas viejas de vapor en una estación de madera de ferrocarril casi deshaciéndose, me hizo recordar aquellas estampas de la estación ferrocarrilera terrablanquense, cuando había fogoneros y maquinistas, que quizá los siga habiendo, pero no había la corrupción que generan esos pseudo dirigentes ferrocarrileros, como el de ahora. ¿Ah qué de historias? Aquello era un centro ferrocarrilero con Casa Redonda y Talleres, que no todos la tenían. Atrás de su Central Park, del parque central, fijaron una locomotora vieja, que hace ver lo que fue antes. Lo del tren se fue a menos, lo que antes era emporio ferrocarrilero terminó como el rey Tojo: to-jodido. Cada que puedo, lo he hecho en Paris (La Gare), Berlín (Hauptbahnhof), Atocha de España, Portugal, Washington y Nueva York, cuando ando de viaje voy a sus terminales de tren. Reflejan la vida de sus ciudades. Los movimientos de sus habitantes. La de Berlín me impresionó porque solo la había visto en las películas de nazis, quedó remodelada idéntica a cómo era, muchos años después del bombardeo despiadado.

LAS DOS UNICAS

Pero hay dos que son señeras, únicas en el mundo, las dos tienen sus historias, las dos las conozco, la de Washington y Nueva York. Estas dos últimas una vez las recorrí, cené en sus afamados restaurantes dentro y tomé el tren Antrak que me llevó de Washington a Nueva York, pasando por Filadelfia, no pude bajar para saludar a los Padres Fundadores de la Patria, que allí formaron y forjaron una Nación libre y poderosa. Lo hice apenas, el 8 de noviembre de 2016, ahora que Hillary mordió el polvo y la derrotó el pelos de elote, Donald Trump. En la de Filadelfia, bella y única como las otras, antes de embarcarnos tomamos una foto en la Campana de la Libertad, posamos como cuenqueños en una de las 13 Colonias más pobladas de aquel tiempo, cuando se liberaron de los ingleses. Una de ellas, la Grand Central Station, así llamada, cumple 103 años. Usted puede asomarse al internet en: grandcentralterminal .com/centennial, y admirar esos festejos. Tiene su historia, cientos y miles de películas allí se han filmado, apenas antier vi una. Grand Central Terminal es una de las joyas arquitectónicas de la ciudad de los rascacielos, que ha conseguido sobrevivir durante un siglo conservando su estilo. En la década de los 50s la Grand Central Terminal estuvo a punto de ser demolida, el motivo fue el precio del metro cuadrado de terreno en Manhattan y el descenso en el uso del ferrocarril, debido al auge del automóvil, conjuntamente con la creación de nuevos lugares de residencia. Para salvar la estación se decidió vender el edificio construido en su parte trasera y crear zonas comerciales dentro del recinto, con la esperanza de atraer al público. De la venta del edificio de oficinas surgió el rascacielos Pan Am, actualmente Edificio MetLife, con 59 plantas. El éxito fue rotundo, es mayor el número de turistas que entran a comprar en sus tiendas, a comer en sus restaurantes o a sacar fotografías que los usuarios del tren, los cuales superan las 200.000 personas diarias. Allí comí y me eché un tentempié con Rico, el amigo que no es rico -mi hermano Enrique andaba en los Museos-, devorando una arrachera entre la historia, que luego es mejor comer en los lugares históricos, porque sirven para decir: “I was there”, o sea, “Allí estuve”.

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