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EFE

Los países de Latinoamérica viven entre la resignación y el miedo la ascensión de Donald Trump a una presidencia de Estados Unidos de la que no esperan nada bueno, sino una beligerante política proteccionista frente a sus vecinos.

El miedo crece según se comprueba que los peores mensajes de Trump no eran simples arengas electorales durante su campaña, sino que los ha reafirmando como Presidente electo en vísperas de su toma de posesión.

 

Trump ha insistido en construir un muro en la frontera con México, y que sea este país el que lo pague, para impedir la emigración desde su socio del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).

El Presidente electo de EU también ha puesto en duda los beneficios de ese tratado, del que forma parte también Canadá,y ha lanzado recomendaciones muy directas y hasta amenazantes contra las inversiones de fabricantes estadounidenses en México.

Los encuentros y conversaciones telefónicas de Trump con Enrique Peña Nieto parecen haber surtido poco efecto y el Presidente mexicano se ve obligado en todas sus comparecencias a referirse, de una u otra manera como el más acuciante problema de su país, a las amenazas del nuevo Presidente estadounidense.

Un día después de la victoria electoral la mayoría de los diarios mexicanos coincidieron en titular en sus portadas con expresiones como ¡A temblar! o “Sacudida Global”, y esos augurios se están cumpliendo.

Trump no se ha referido tan concretamente al resto de países de Latinoamérica, pero sus mensajes hacia México resuenan con rechino en el resto de la región, en la que en términos generales EU es el primer inversor extranjero y en la que las características y problemas en la relación con Washington son muy comunes.

La intolerancia como única respuesta a la emigración afecta también severamente a los países centroamericanos, especialmente a los llamados del Triángulo Norte, Guatemala, El Salvador y Honduras,que temen ver de vuelta a millones de sus ciudadanos y suspendidas las remesas que envían desde EU si las peores amenazas de Trump se cumplen.

Washington tiene suscritos tratados de libre comercio con varios países latinoamericanos y en el mejor de los casos ante la nueva coyuntura está el de Chile, cuyo gobierno se ha limitado a señalar con resignación e indiferencia que le extrañaría que Trump lo intente cambiar o denunciar porque en la balanza comercial bilateral resulta altamente más beneficioso para EU.

En Argentina, el Presidente Mauricio Macri apoyó la candidatura de Hillary Clinton, pero tras su derrota mantuvo una conversación con Trump que según aseguró la canciller argentina, Susana Malcorra, sirvió para que ambos restauraran “el viejo vinculo que había entre ellos” por sus negocios personales.

Malcorra declaró también tras la victoria de Trump que suponía “un giro que tiene un nivel de incertidumbre muy grande en este momento”.

En el ámbito puramente político la mayor inquietud la acapara Cuba y sus flamantes relaciones diplomáticas con EU, restauradas en 2015.

La restauración de esas relaciones diplomáticas fueron solo el inicio de un proceso cuya culminación debería ser el final del embargo económico de EU a Cuba y que ahora ha quedado sumido en la mayor de las incertidumbres bajo la presidencia de Trump.

Colombia, quizás el mejor aliado político de EU en Latinoamérica, corre el riesgo de ver entorpecido su proceso de paz con la guerrilla de las FARC si la administración de Trump no se aviene a colaborar como han estado dispuestos todos sus antecesores, entre otras, ahora con medidas benignas hacia los guerrilleros colombianos presos en EU.

Y Los regímenes de Venezuela y de Nicaragua, en principio, solo pueden esperar un endurecimiento hacia ellos de la nueva administración estadounidense.

En concreto, en Nicaragua existe el temor a que Trump, con mayoría en el Congreso y el Senado, dé luz verde a llamada “Nica Act”, una ley promovida en Washington con el fin de impedir los prestamos al país centroamericano hasta que en este se celebren elecciones “libres, justas y transparentes”.

Finalmente, la lucha contra el narcotráfico es uno de los asuntos más espinosos, enquistados y menos aireados en la relación de EU y Latinoamérica, como consumidor y suministrador de drogas, respectivamente, y sobre cuyas intenciones Trump ha arrojado pocas luces.

Dado el talante mostrado hasta ahora por Trump, sería una sorpresa que bajo su administración EU optara por un camino diferente en la lucha contra el narcotráfico que el de las medidas de fuerza y las sanciones a los países productores y exportadores de droga, estrategia que hasta ahora ha fracasado y cuyo endurecimiento puede enturbiar aún más su escenario.